Home

Cultura

Artículo

EL OTRO BOTERO

Con el visto bueno de Aberbach, otro antioqueño se dedica a pintar gordos.

3 de octubre de 1988

Cuando se habla de Botero se piensa en figuras gordas. Y Botero es una firma universal. Por eso, cuando surgen otros Boteros hay pocas alternativas: pintar gordos y caer pronto en el olvido, utilizar un seudónimo o, simplemente, anteponer al apellido su nombre de pila.

A primera vista, parecería que Jorge Botero optó por la primera y la última. Sus lienzos también muestran la obesidad. Sólo que en él, la gordura no es un motivo para ridiculizar hombres y situaciones, sino una forma para representar la rudeza del mundo moderno. Pero Jorge Botero, a pesar de las comparaciones, que resultan casi inevitables, ha logrado posicionar un estilo muy propio. Ya se empieza a hablar de él como "el otro Botero", y a la larga esta coincidencia le ha resultado favorable. Ahora, con 31 años, y su primera exposición individual en Colombias Jorge logró que los 22 cuadros que conforman la muestra de la Galería Duque Vargas -de Medellín se vendieran en la primera noche, durante la inauguración.

Sin embargo, había otra razón detrás del éxito de esa noche. El visto bueno de Aberbach. Cuatro años antes, cuando un bohemio de nombre Jorge Botero tocó a la puerta del galerista más famoso del mundo, éste le aseguró que era un buen dibujante, pero que le faltaba madurez. "No acostumbro mostrar pintores tan jóvenes; regrese dentro de unos años", puntualizó el hombre que le ha pintado la gloria a muchos artistas, pero que también ha enterrado decenas de ellos. No obstante, Botero tomó sus frases al pie de la letra. Se quedó un tiempo en Nueva York, para llevar al lienzo otra faceta de esa misma rudeza que él había vivido desde sus primeros años. Realizó una búsqueda profunda de nuevos elementos pictóricos y, como resultado, dejó atrás el hiperrealismo de sus primeros cuadros y fijó más la atención en su labor crítica.

De manera que cuando regresó donde Aberbach, con una obra más madura, fue con figuras robustas que surgían del negro profundo, en primeros planos, y que dejaban atrás un trabajo detallista de los elementos; con una mezcla bien lograda de calles perdidas de Nueva York y bares oscuros de barrio pobre de Medellín cuando regresó, entonces Aberbach le dio la bienvenida al clan de los grandes. "Su obra tiene poder, sello personal, mucha fuerza", le dijo, y de paso reservo una de las pinturas para su colección personal.

Ahora Botero, el de Aranjuez, ha empezado a sonar. El hiperrealismo de sus caballos que parecían salir corriendo del cuadro se cambió por la figura humana, siempre sin ojos, siempre triste o pensativa, en contraste con una sonrisa que se perfilaba muy atrás, en lo má profundo de sus primeras capas de óleo. Por lo pronto seguirá pintando a los pasajeros anónimos del subway o a la gente pobre de su barrio, que toma aguardiente en cualquier cantina de tangos. Lamentará el oficio de las prostitutas en pleno centro de Manhattan y se divertirá imaginando a su padre en busca de una dirección cualquiera en El Poblado de Medellín.

Así, una vez logrado el sello personal, los gordos de Jorge Botero también demuestran tener cabida en el panorama de la plástica colombiana. --