Home

Cultura

Artículo

EL PIANISTA FABULADOR

La publicación de la obra completa de Felisberto Hernández, una buena oportunidad para conocer integralmente a este uruguayo opacado por el boom

30 de junio de 1986

Los críticos de turno y el boom de la narrativa latinoamericana opacaron de un solo golpe al pianista fabulador. Y muchos años después, cuando sus narraciones fueron apareciendo en las principales revistas del mundo a nivel literario como El Viejo Topo y Quimera, entre otras, el nombre de Felisberto Hernández empezó a figurar en las fichas bibliográficas de todos los estudiosos de las letras universales. En todos los círculos culturales se hablaba de él, las editoriales empezaron a distribuir masivamente sus libros y no había un solo suplemento que no dedicara buena parte de sus páginas para alabar esa prosa transparente creada casi a la orilla del río de La Plata.
Pero como escribiera Paul Eluard, "las lámparas se encendieron muy tarde...".
Felisberto Hernández era pianista o por lo menos lo fue hasta que un día -a los 23 años- le dio por sentarse a escribir prosas y surgió de pronto, casi como por arte de magia, un libro que luego titularía "Fulano de tal" ("Conocí un hombre, una vez, que era consagrado como loco y que me parecía inteligente. Conocí otro hombre, otra vez, que estaba de acuerdo en que el loco consagrado fuera loco, pero no en que me pareciera inteligente").
Antes de dedicarse a escribir sus libros se la pasaba de pueblo en pueblo como concertista trashumante; empacaba de cualquier forma un piano y lo llevaba a lo largo de la geografía uruguaya dando conciertos de pueblo en pueblo y cuando no surgía un concierto, se ubicaba entonces, al lado del "biógrafo" de los barrios y animaba la función de cine mudo.
Pero se dio cuenta que definitivamente no servía para la música, entonces cambió el piano por la pluma para convertirse en un extraordinario narrador, singular, moroso, lento, exigente. A los 23 años publicó su "Fulano de tal" y en aquel tiempo, siendo un ilustre desconocido, fue precisamente un ilustre conocido quien escribió de esta original obra: "Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a ninguno; a ninguno de los europeos y a ninguno de los latinoamericanos, es un 'irregular' que escapa a toda clasificación y encasillamiento pero a cada página se nos presenta como inconfundible". Era Italo Calvino quien no perdía oportunidad en las páginas de las revistas en donde escribía para ensalzar la prosa mágica del uruguayo.
Pero debieron pasar muchos, muchos años para que el pianista fabulador empezara a figurar en las antologías, para que ocupara un lugar especial en los suplementos literarios, para que su nombre se ubicara entre los diez primeros de la enorme lista de escritores que ya estaban dejando qué hablar al otro lado del Atlántico.
Sólo hasta 1974, Paulina Medeiros rescató del olvido la figura, imagen y obra de Hernández escribiendo un libro testimonial: "Felisberto Hernández y yo". Dice Milan Kundera, en su novela "La vida está en otra parte", y lo reitera en "La insoportable levedad del ser" (Tusquets), que la ternura consiste, entre otras cosas, en poder permitirse tratar a la propia pareja como si ésta fuera una niña, un niño. Es el caso -fue el caso-, de Paulina con Felisberto, según puede advertirse en las cartas que se cruzaron; y pareciera, por las huellas escrituradas dejadas aquí y allá, que lo mismo puede decirse de casi todas las demás relaciones importantes que el escritor estableció a lo largo de su vida.
Porque además Hernández no fue un santo barón pues además de ser un hombre aniñado, glotón, caprichoso y hondamente sensual, tuvo cualquier cantidad de novias y amantes que conseguía no sólo en todos los rincones de Montevideo, sino por todo el Uruguay. Y de allí, de ese rosario de aventuras, surgieron muchas obras, entre otras, "La casa de Irene" ("Irene es la persona que con más gusto pondríamos de ejemplo como simpáticamente normal: es muy sana, franca y expresiva; sobre cualquier cosa dice lo que diría un ejemplar de ser humano, pero sin ninguna insensatez ni ningún interés más intenso del que requiere el asunto... " ) y "La cara de Ana": "... no era traviesa ni sacudida. Pero tenía unos ojos negros muy abiertos y miraba todo con una curiosidad libre y desfachatada... caminaba por las lozas sin pisar las rayas...".
De sus amores y aventuras están "Amalia", "El convento", "La envenenada", "Ester", "Elsa", "Mi primera maestra" y "Ursula", entre otras, pero también están sus mejores narraciones, las extraordinarias, las que hacen de Felisberto Hernández un mago en la prosa, pues lo extraordinario consiste precisamente en la familiaridad con que se pasea por las tierras de la memoria, disfrutándolas y relatándolas como si fueran las quintas llenas de nardos y azucenas en donde transcurrió su infancia.
Describe concretamente todas las imágenes, no es reiterativo, pero sí muy sensible. Y cuando algo le atrae, lo desmenuza de tal forma que parece muchas veces un niño mirando encantado las maravillas de su juguete preferido.
Mucho antes que Juan Carlos Onetti, ya estaba Felisberto Hernández, por eso creemos que las lámparas se le encendieron muy tarde... pero ahora con la publicación de su obra completa (Siglo XXI), esas llamas que no existían se convertirán en eternas "para honor y gloria de la literatura" no sólo uruguaya sino latinoamericana.
Jorge Consuegra