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El pianista

Roman Polanski recrea, sobre la base de sus recuerdos y de las duras experiencias de un músico judío, el horror de la Segunda Guerra Mundial.

Ricardo Silva Romero
13 de abril de 2003

Director: Roman Polanski
Protagonistas: Adrien Brody, Emilia Fox, Michal Zebrowski, Ed Stoppard, Maureen Lipman, Frank Finlay

Roman Polanski no ha querido, por una vez, falsear la realidad. Es cierto que, aunque tarde o temprano bordeen el absurdo, siempre ha contado relatos verosímiles, y que sus personajes principales suelen descubrirse atrapados en tramas macabras que al final podrían someter a cualquiera -pensemos, para llegar al punto, en las pesadillas de la frágil esposa de El bebé de Rosemary, el hombre inofensivo de El inquilino y el torpe cardiólogo de Búsqueda frenética- pero también es verdad que el director polaco una y otra vez ha tomado la decisión de afectar la historia con la ironía de su mirada. En El pianista no lo ha hecho, ese es el punto. Se ha negado a construir una película de suspenso a partir de las dolorosas memorias del músico judío Wladyslaw Szpilman, un célebre intérprete de Chopin que primero sobrevivió a la ocupación nazi y después soportó la destrucción del gueto de Varsovia, y en cambio ha puesto su cámara a un lado para hacerla testigo, sólo testigo, del mundo sin pies ni cabeza de la guerra.

Pero, ¿por qué ha hecho Roman Polanski semejante elección?, ¿por qué no ha querido involucrarse, con su forma de filmar, en los hechos de la película? Porque alguna vez él fue esa cámara estática. Y vio, cuando sólo era un niño de 6 años, que se llevaban a su madre hacia las cámaras de gas. Y tuvo que escapar, de la mano de su abuelo y a través de un alambre de púas ensangrentado, de todos los horrores del holocausto. Guardó en su memoria, desde entonces, esas experiencias que revivimos en carne propia, como espectadores, cuando vemos El pianista: la constante sensación de impotencia, el silencio aterrador de antes de una masacre, la sospecha de que todo ocurre de pronto y porque sí, la paciencia de quienes se salvan cada día de la muerte, la pérdida de la humanidad frente a seres humanos como todos y el terrible hallazgo de un tiempo que no pasa pero tampoco quiere detenerse.

La fotografía de Pawel Edelman y la música de Wojciech Kilar no dan un paso en falso. Y la actuación de Adrien Brody, que se queda solo en la pantalla durante varios minutos, como un Robinson Crusoe en la isla de la Segunda Guerra Mundial, tampoco se deja tentar por la grandilocuencia. Pero, repito, es el impresionante ejercicio de contención de Roman Polanski, sólo comparable al de Jack Nicholson en Las confesiones de Schmidt, lo que hace devastadora, honesta y necesaria a esta desadornada versión de los hechos. Quienes no quieran volver sobre el juego sucio de las batallas y prefieran no revisar las imágenes tantas veces vistas de los campos de concentración y los trenes asfixiantes, harán bien en no ver El pianista. Pero aquellos que quieran comprender por qué Polanski ha filmado tantas pesadillas, y busquen un ejemplo más de nuestro fracaso como especie, tendrán que ir a verla de inmediato.