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El sábado 14, en el Cerro Nutibara, se inauguró el festival ante una audiencia multitudinaria

crónica

El poder del verso

El Festival de Poesía de Medellín se ha convertido en un fenómeno de masas y en una respuesta pacífica a la cultura de la violencia y la muerte.

21 de julio de 2007

El martes 17, A las 10 de la mañana, unos 150 internos oyen en las gradas de la capilla católica de la cárcel de Bellavista la lectura que hace de su obra el poeta Gustavo Garcés. Los poemas que les lee Garcés a los internos resuenan por las paredes y sólo los acompaña la música instrumental de fondo que sale del sistema de sonido. De resto, un silencio reverencial. Algunos de ellos parecen indiferentes a las palabras del poeta. Pero la mayoría lo aplaude cada vez que termina de leer sus minipoemas, como El poder: Qué lograrás con ascender hasta ese cielo que sangra. O El pájaro: aparte de todo tiene la virtud de volar.

La idea original del programa era que Garcés y la poetisa noruega Liv Lundberg les leyeran algunos de sus poemas a un grupo de reclusos. Sin embargo, Liv, escandinava de hábitos muy diferentes a los de un colombiano acostumbrado a las requisas, había dejado su pasaporte en la caja de seguridad del hotel y no la dejaron entrar a la cárcel. Así que Garcés fue el único que entró. Cuando terminó de leer, el interno Jorge Rendón subió al estrado, leyó el poema 20 de Neruda y luego varios de los suyos, dedicados a la desesperanza de estar separado de su mujer. Después de Rendón subieron a leer Luis Fernando Sinning; Santiago Correa, quien recitó un poema hip hop con acompañamiento musical; luego Juan Carlos Parra, y por último Orlando Vallejo. La alegría y el orgullo se reflejaban en sus rostros al ver que un poeta no sólo los escuchaba, sino que, al final, les dio ánimo para que siguieran adelante, para que la palabra escrita los ayudara a sobrellevar la adversidad.

Lo que ocurrió allí, a puerta cerrada, también había sucedido la noche anterior en lugares como el Salón del Antiguo Concejo Municipal en el Museo de Antioquia o el parque de San Antonio. Como también, a lo largo de toda la semana, en espacios abiertos, auditorios, colegios, estaciones de metro, asentamientos de desplazados, universidades, los parques biblioteca y el cerro Nutibara, donde se inauguró y estaba prevista la clausura del evento, el domingo 22, con la presencia de los 74 poetas invitados. Como ocurre todos los años, desde 1991, en el que se considera el festival de poesía más importante del mundo y que en 2006 ganó el premio Nobel Alternativo, que entrega en Estocolmo la Fundación Right Livelihood. Setenta y cuatro poetas de los cinco continentes participaron en 2007 y forman parte de la lista de los 747 que han participado en la historia del festival, que va más allá del simple deleite estético. Los organizadores, que también dirigen la revista Prometeo, lo crearon para oponerse a la violencia y la muerte.

Y a su llamado anual acuden públicos de todas las edades. Desde niños que colorean con crayolas durante las lecturas, hasta viejos que se pegaban el viaje a alguno de los auditorios. Audiencias propias de un concierto de rock que oyen idiomas impensados como nepalí, inuit, noruego, hebreo, el dialecto portugués de Cabo Verde, que se dejaban llevar por el ritmo de idiomas incomprensibles y que luego entendían el sentido de cada poesía al oír la traducción al castellano.

Un festival que toca todas las puertas de la ciudad. Incluso las de las cárceles, donde la poesía ayuda a sobrellevar el dolor y a recuperar la dignidad perdida.