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El profesor del deseo

La última novela de Philip Roth: un intenso drama sobre la vejez y el amor.

Luis Fernando Afanador
10 de abril de 2010

Philip Roth
La humillación
Mondadori, 2010
155 páginas


Simón Axler es uno de los más importantes actores teatrales norteamericanos. Hasta que un día le sucede algo terrible: no puede actuar. Todo lo que hace empieza a parecer falso, estridente. El talento se ha agotado. Salir a escena se le convierte en un sufrimiento. Fracasa en varios papeles; su público lo abandona. “Había perdido su magia”. Y no se trata de una crisis pasajera, común en la actuación, sino del verdadero final. Así le dice a Jerry Oppenheim, su agente, cuando intenta tranquilizarlo e infundirle esperanzas: “Pero todo era una chiripa, Jerry, mi talento era una chiripa, como lo fue que me viera privado de él. Esta vida es una chiripa desde el principio hasta el fin”.

Axler, que ya había intentado una cura en una clínica siquiátrica, decide entonces empezar a jugar con la idea del suicidio. Termina la actuación, las mujeres –su esposa lo abandona–, la gente; termina para siempre la idea de felicidad, ¿en qué otra cosa se puede pensar? En Pergeen, una lesbiana 25 años menor que él y que, a la manera de un deus ex machina, aparece intempestivamente en la vida de este animal moribundo.
Pergeen es la hija de una pareja de teatreros amigos a quien Axler vio amamantar.
 
Aunque un tanto exagerada la situación, aunque esta breve novela no alcanza el nivel de otras recientes –Elegía, El animal moribundo–, el baquiano de Philip consigue de nuevo involucrarnos en un intenso drama de Eros y Tánatos. Él, además de gran escritor, aún en sus altibajos, no ha dejado de ser el más interesante profesor del deseo. Como bien lo dice Pablo Sol Mora: “Cuando los historiadores futuros escriban la crónica de la sexualidad y el erotismo ‘circa’ el siglo XXI, Philip Roth merecerá un lugar privilegiado en las fuentes”.

¿Qué puede esperarse de la relación entre un actor acabado de 65 años y una lesbiana? ¿El amor? ¿La redención? Vale la pena conocer la respuesta, el maestro de Newark nunca nos decepciona. Y siempre nos regala una frase memorable: “Cuando un hombre está con dos mujeres a la vez, no es infrecuente que una de las mujeres, que con razón o sin ella se siente postergada, acabe llorando en un rincón de la estancia”.