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EL PUBLICO A PALOS

La tos y los aplausos desmedidos se están tomando los escenarios de la cultura en Colombia.

21 de octubre de 1991

ESTE PUBLICO ES un fenómeno!, decía asombrado un artista argentino. ¿Aquí todo gusta? Tal parece que así es, si se juzga el aplauso como un acto de aprobación. No cabe duda de que uno de los públicos más complacientes del mundo es el colombiano. Sea el espectáculo espléndido, regular o malo, la reacción es siempre la misma: aplauso cerrado.

El síndrome ha alcanzado tales proporciones, que no son pocos los artistas que, desde el escenario, exasperado con los aplausos intempestivos, han tenido que dirigirse al auditorio para solicitarle que primero escuche, y después aplauda. Hasta el gran tenor español José Carreras debió hacerlo para que lo dejaran cantar.

Y cuando se trata de funciones que al mismo tiempo se transmiten por televisión, los técnicos, no contentos con el aplauso gratuito y desproporcionado del público, lo incitan a redoblar la algarabía para que en la grabación se destaque el testimonio de las palmas. Con razón se trae tanto espectáculo mediocre a estas tierras: el aplauso (o su ausencia, el silencio) debe ser también una voz de censura y un termómetro para los empresarios. No es que se les pida a los espectadores grosería y malos modales cuando la presentación no gusta: pero el otro extremo, el del aplauso fácil, también es vicioso.

Y al síndrome del aplauso se le suma otra enfermedad del público colombiano: la tos crónica. Todo parece indicar que las afecciones bronquiales van en preocupante aumento. Basta un silencio en el escenario para que el auditorio parezca un pabellón de desahuciados. Todos tosen, se retuercen, carraspean, se suenan y estomudan.