Home

Cultura

Artículo

Joe Arroyo fue un revolucionario. Con sonidos del África y del Caribe abrió una nueva ruta para la música colombiana.

homenaje

El rey del carnaval

SEMANA recuerda la vida y obra del Joe Arroyo, uno de los grandes nombres de la música colombiana.

9 de julio de 2011

Además de ser un músico que ha marcado como muy pocos la historia musical de este país, el Joe Arroyo es un ídolo con todas las letras. Y no cualquiera. Es de las pocas figuras con seguidores en todas las regiones y en todos los estratos.

Nació en Cartagena en 1955, en medio de duras carencias, entre ellas, la de la figura paterna. Su barrio, Nariño, era el de los palenqueros, de ahí el rasgo africano que marcaría su música; muy joven aprendió las palabras de la lengua criolla de origen bantú -heredada de la que trajeron esclavos senegaleses- que luego aparecerían en muchas de sus composiciones.

Comenzó a cantar en el coro de su colegio, el Seminario Santo Domingo. Por esos días cantaba con un balde en la cabeza, de los que usaba para llevarle agua a su mamá, y alternaba entre el coro religioso y sus frecuentes apariciones en los burdeles de Tesca, antigua zona de tolerancia de Cartagena. Para entonces ya había decidido que lo suyo era la salsa, con Richie Ray y Bobby Cruz como referentes.

Pronto pasaría de cantarles a los obispos a alternar con varias bandas cartageneras y a conquistar la audiencia con el show que hacía en el programa Radio vigía, de la emisora Fuentes. Poco después se mudó a Sincelejo, bajo el amparo del maestro Rubén Darío Salcedo, quien lo mandó a guardar el 'Álvaro José' para bautizarlo 'el Joe'. Con la orquesta de Salcedo hizo sus primeras correrías por el país. Permaneció en ella hasta el día en que lo contactaron unos músicos disidentes de la orquesta Michi y su Combo Bravo. Lo necesitaban para un proyecto con un propósito claro: "Hacer salsa brava, a lo Richie Ray". Así nació La Protesta.

Como voz principal de La Protesta llamó la atención de Discos Fuentes, sello que lo reclutó en 1972 y de una vez lo puso a cantar en la orquesta estelar del momento: Fruko y sus Tesos, que acababa de perder a su voz principal, Piper Pimienta, por diferencias con Fruko. Con apenas 17 años conformó con Wilson Manyoma Saoko un dúo que dejó huella en la música tropical colombiana. La orquesta también le dio una denominación de origen, Colombia, a la salsa que tocaban. Toda una novedad.

De esta época son canciones que todavía hoy suenan, como Nadando, Manyoma, Confundido y El caminante. Después de casi una década de solo éxitos con Fruko, el Joe sintió que era hora de brillar con luz propia y, según ha dicho, movido por un sueño que tuvo, decidió montar su propia orquesta: La Verdad, proyecto que tardó varios años en despegar. En ese lapso tuvo una fuerte crisis de salud a la que llegó tras tomar la ruta de los excesos y que llevó a una emisora de Barranquilla a anunciar su muerte. Problemas con la tiroides por poco obligan a los médicos a extirpar esta glándula, lo que habría comprometido sus cuerdas vocales. Por suerte, a punta de yodo radioactivo se recuperó. Y de qué manera.

Vino entonces la cúspide de su carrera. Con La Verdad recorrió el mundo y entre 1985 y 1990 produjo un álbum por año, y cada uno traía un hit más arrollador que el anterior. De esta época es Rebelión, una declaración de principios, una canción sobre la opresión de los españoles a su pueblo que ha sido centro de jolgorios y estudios académicos por igual y que partió en dos su trayectoria. Con ella refrendó su ingreso a las grandes ligas de la música latinoamericana. Rebelión también le abrió las puertas de la BBC, que le dedicó un capítulo de una serie documental sobre músicos sobresalientes de todo el mundo. Por esta época también les cantó a los reyes de España en Expo Sevilla 92, el diario The New York Times se refirió a él como uno de los artistas más importantes del planeta y firmó en Inglaterra con el sello Island Records, el mismo de Bob Marley y U2. Además, ganó cuantos Congos de Oro quiso en el Carnaval de Barranquilla, y una noche de 1992 en la que festejaba sus veinte años de vida artística se dio el lujo de convocar a 60.000 seguidores en El Campín.

Tras alcanzar la cima, vino la retirada, a finales de los noventa. Ha pasado la última década en cuarteles de invierno, con pocas apariciones y muchas malas noticias, entre ellas una que lo devastó: la muerte de su hija Tania, en 2001. Todo esto entre múltiples complicaciones de salud: a sus problemas con la tiroides se sumaron una infección en los pies, fallas en los pulmones, hinchazones constantes en la piel, fatiga muscular y, por último, una insuficiencia renal.

Y es que su vida por fuera del escenario, mucho más nocturna que diurna, ha sido fuente de inspiración, pero también la causa de buena parte de estos problemas. "Joe siempre vivió al revés: a los 13 años, salía a las diez de la noche a cantar en los burdeles de Cartagena, volvía a las cuatro de la mañana y de ahí salía a estudiar a las siete. Desde entonces se acostumbró a ser un vampiro, a vivir de noche", asegura Mauricio Silva, autor de su biografía El centurión de la noche. Y con la noche, sus peligros: las mujeres, que no le faltaron, el licor a borbotones y de ahí el salto a las drogas fuertes, sobre todo al bazuco, que desde muy joven lo atrapó y al que le hizo múltiples guiños en las letras de sus canciones. Nunca ha negado su consumo, pero tampoco lo ha proclamado. "Siempre quedó en el imaginario un tipo sabrosón que fuma bazuco y mete cocaína. No mandaba mensajes como David Bowie o el mismo Héctor Lavoe, no hizo nunca una declaración fuerte y polémica sobre el tema como sí lo han hecho tantos 'rockstars'. La gente se quedó con el negro chévere y bacano", dice Silva.

Un "negro bacano" que alcanzó, como ningún otro colombiano lo ha hecho, las grandes ligas de la música latina. "Él está en un olimpo con Celia Cruz, Ismael Rivera y Benny Moré", dice Silva.

La causa de su grandeza, lo que lo hace único es que, como ninguno antes lo había hecho, Joe miró al África y de allí tomó ingredientes para enriquecer sus trabajos, además de trajes y collares que lucía en los conciertos. Se propuso buscar las raíces no solo de su música, sino de su pueblo en este continente. Tendió un puente musical entre dos lugares con un pasado común. Y lo hizo no solo para enriquecer su repertorio. También se preocupó por reescribir la historia. Por darle voz a su gente afro. Y es que gran parte de su suceso se debe también a que supo decir cosas importantes. Sus letras tienen sustancia, no son las de la salsa romántica de los últimos años. Sabe hablar con elegancia del amor, pero también de las dificultades más cotidianas, de la noche y de las herencias de una cultura. Y todo con una voz prodigiosa.

Además, fue el primero que rescató sonidos tradicionales africanos y del Caribe y los fusionó con otros más contemporáneos. Así dio a luz a su 'joesón', como él mismo bautizó en 1985 a una música que cada vez se hacía más singular. Y tras el 'joesón' vino otro periodo fundamental en su carrera. "A partir de 1994, se dedica a la investigación del sabor caribe. Sus últimos éxitos fueron folclóricos: lejos de la salsa y el 'joesón', se mete más por el río Magdalena e incorpora a su repertorio canciones de cuna de las negras del río; bullerengues y chandés, entre otros", apunta Silva.

Todo esto le permitió darle un nuevo aire a la salsa y a la música colombianas. Abrió el camino por el que hoy transitan los grupos que mandan la parada. Así lo reconoce Simón Mejía, de Bomba Estéreo: "El hecho de retomar ritmos colombianos, de volver a mirar toda esa herencia africana que tiene la música para producir música y generar nuevos sonidos ha sido el punto de partida de Bomba Estéreo y esto es en gran parte herencia del gran Joe".