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EL SELLO DEL COLECCIONISTA

Jairo Londoño lleva 50 años coleccionando estampilas. Su afición empezó abriendo cartas entre sacos de café

27 de septiembre de 1982

Una tarde de 1840, Sir Rowland Hill se encontraba descansando en una pensión cercana a la Costa Azul. A pocos metros de él, un cartero le entregó a una dama una misiva. Ella la abrió, la leyó y se la devolvió diciendo que no le corrrespondía. Extrañado, Sir Rowland le preguntó por qué había hecho eso. La carta, dijo la joven, era de su novio pero ella no tenía con qué pagar su porte, pues éste iba al debe. El inglés se dio cuenta entonces de que, por medio de ese sistema, los dineros recaudados por el Estado británico por concepto de correos iba a disminuir notablemente. Pensó que lo mejor sería que cada carta, utilizando un papel adhesivo, pagara en forma adelantada el costo de su viaje. El proyecto fue aprobado por el Parlamento inglés y en mayo de 1840 circulaba la primera estampilla con la efigie de la reina Victoria.
En Colombia después de cuatro años de largas discusiones en el Congreso sobre el uso y color del papelito, la ley de correos del 27 de abril de 1859 le dio curso a las estampillas. En ese primer pliego las de dos y medio centavos eran verdes, las de cinco azules; las de 10, amarillas; las de 20, azules y las de un peso, rojas. Para cada una se hacía un dibujo diferente que se grababa en una piedrita a la que se denominó cuño de dado. De este sistema rudimentario se derivan los errores más grandes de la filatelia colombiana y, por consiguiente, los ejemplares más valiosos de la misma.
Porque son lo errores y las cosas raras las que, en últimas, hacen más o menos valiosa una colección.
En Colombia Jairo Londoño es el hombre que, en materia de estampillas y de historia de la filatelia, se las sabe todas. El le ha dedicado todos sus ratos libres a buscar rarezas, seleccionar, estudiar y aprender sobre este tema.
Este paisa de pura cepa se inclinó por la afición desde los 10 años cuando iba a la oficina de su padre en Jericó (Antioquia). En medio de los sacos de café que se exportaban, Jairo Londoño, destrozaba carta por carta.
Hoy, lupa y pinzas en mano, después de fatigantes días de trabajo, organiza metódicamente su colección, tarde tras tarde. Porque dedicarse a este oficio es como tejer la tela de Penélope. Cada vez salen estampillas diferentes o series conmemorativas que pueden ser clasificadas por países, temas, sitios de envío y recibo, etc. Es un trabajo para el cual se necesita gran cantidad de paciencia pero que enseña historia y geografía más que mil libros.
Jairo Londoño no necesita, por ejemplo, acudir a un texto para conocer cuál fue la ruta que los ejércitos libertadores siguieron en la campaña del sur. En sus manos tiene una carta que pertenece a la pre-filatelia colombiana, una carta en la que la madre de Pedro Alcántara Herrán pide que su misiva siga al general hasta encontrarlo. El amarillento sobre tiene entonces los sellos de Pasto, Arequipa, Cuzco, entre muchos otros. Tal vez una de las pocas cartas con propaganda política la tiene también Jairo Londoño y en ella se lee claramente: "Viva el Rey Fernando VII "
Pero cuando la estampilla empieza a circular en el mundo, la gente deja a un lado la historia postal o pre-filatelia fundada en cartas como las mencionadas y empieza a coleccionar las imágenes que de otros países le llega en su correspondencia. Así empezó Londoño su colección. Pero el gran auge de la estampilla aérea exigió de este filatelista una clasificación más precisa. Vino la segunda guerra y conseguir estampillas del mundo también se le dificultaba en extremo. Así pues, se dedicó a Colombia y especialmente al período clásico (1859-1860). Las estampillas de esta época son especialmente difíciles de conseguir porque en ese tiempo los correos se perdían, las casas de las rutas se incendiaban y, también porque estos sellos son los que tienen mayores errores de imprenta.
De esta serie le falta una pieza única y rarísima que va a ser subastada proximamente en Suiza, subasta a la que Jairo Londoño piensa asistir para completar su colección. Y es que, al igual que el arte, la filatelia se ha convertido en un negocio que funciona como una bolsa de valores, en la cual salen catálogos, se hacen concursos, se subastan piezas. El mercado puede llegar a tener transacciones hasta por mas de un millón de dólares pero también, como todo depende de la suerte, hay estampillas que se consiguen en anticuarios y sitios alejados, por sumas realmente mínimas. Jairo Londoño trata de imitar a ese gran coleccionista de estampillas que era el presidente Teodoro Rooselvet quien le dedicaba al oficio por lo menos quince minutos diarios. Londoño tiene, pues, con sus miles de estampillas, para no aburrirse nunca. -