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"EL SIGNO DEL PEZ"

Germán Espinosa escudriña la vida de Paulo de Tarso.

4 de enero de 1988


Hace dos o tres años, uno de los asistentes a alguna de sus conferencias preguntó a Germán Espinosa por qué en sus libros parecía eludirse todo compromiso ideológico. El contestó: "Porque prefiero hacer literatura".

Meses más tarde, en circunstancias similares, alguien solicitó al escritor una explicación sobre su costumbre de complicar a sus personajes con ansiedades metafísicas, religiosas o filosóficas. Espinosa respondió: "Porque me gusta hacer algo más que literatura".

En ambos casos, el autor de "La tejedora de coronas", de "El magnicidio" y de "Los cortejos del diablo" decía la verdad. A lo largo de su obra tenemos siempre la impresión de que se nos propone algo diferente de lo que, normalmente, encontramos en la narrativa colombiana. Algo que rebasa el límite de lo meramente ideológico y avanza hacia lo ético y metafísico. Espinosa ha abierto su literatura --novela, cuento, poesía, ensayo-- hacia panoramas intelectuales de insospechable riqueza.

Recientemente, la Editorial Planeta ha lanzado al mercado el último de los libros de Germán Espinosa: una novela, "El signo del pez", que viene a ser como síntesis de esas preocupaciones. En ella, cobra vida ante nuestros ojos el primer siglo de nuestra era y resucita de su lejanía histórica Paulo de Tarso, el hombre que echó las bases de la teología cristiana.

"En momento alguno me ha interesado indagar la verdad o el error de la doctrina cristiana"--afirma Espinosa, jugueteando con su lacado bastón ante la mesa de un Wimpy. "Me fascinó la proeza intelectual que implicó su imposición a las mentes gentílicas. El hecho de haber Paulo de Tarso derrotado mediante la metafísica el enorme poder material del Imperio Romano".

SEMANA: Usted, sin embargo, no se limita a hacer una biografía de Paulo. Hace una novela. Dice acerca de ese personaje cosas que un historiador no certificaría.

GERMAN ESPINOSA: Así es. No debe entenderse por novela histórica una mera enumeración de hechos reales del pasado. Se trata de lograr una cognición más profunda de éste, utilizando la novela como instrumento (no científico, sino artístico) de desentrañarlo y de revelarlo. Lo que me preocupa en "El signo del pez" es la cara invisible de la vida de Paulo de Tarso; aquello que inevitablemente ignoran los historiadores.

S.: Pero, ¿en qué se funda para creer que ha logrado develar esas incógnitas? Nadie sabe nada de Paulo hasta el día en que inició la persecución del cristianismo y atrajo así la aparición de Cristo en el camino de Damasco.

G.E.: La fabulación histórica, si se me permite el aparente contrasentido se funda precisamente en colocar al servicio de la verdad la intuición del novelista. Un paleontólogo es capaz de reconstruir, a partir de un huesecillo, la imagen total de un animal prehistórico. Así, a partir de los datos que son de conocimiento general, yo como novelista reconstruyó la vida de Paulo de Tarso.

S.: ¿Cree lícito que la novela hispanoamericana abandone su temática natural para excursionar hasta el Asia y la Europa del siglo I?

G.E.: No sólo lícito, sino necesario. La novela no tiene por qué seguir al servicio del folclorismo. Yo extiendo mi visión a todo lo que me interesa, o me inquieta, o me fascina. Todo lo que pueda concernir al individuo humano me concierne, y creo que las raíces del cristianismo nos conciernen en considerable medida a los herederos de la civilización cristiana.

S.: ¿Cómo piensa que es recibida aquí esa posición?

G.E.: Según quien la reciba. Una cosa que no tolero es que se quiera medir a toda la crítica nacional con el mismo rasero. Aquí hay críticos con amplia visión y críticos con visión estrecha. Me interesan los primeros. A los otros sólo hay que compadecerlos .

S.: ¿ Y el público?

G.E.: El público (eso que llamamos el público) es mucho más imaginativo de lo que se cree. El mio se halla, ante todo, entre el estudiantado. Conversando con universitarios, he logrado mis diálogos más fructíferos. Ellos son receptivos, ágiles. Además, disponen de tiempo para internarse en novelas que sean algo más que novelas de aeropuerto.

S.: ¿En qué consiste, refiriéndose "El signo del pez", ese algo más?

G.E.: Busco ampliar la mente del lector, hacer que germine en ella fascinación ante la acción humana en el universo. Paulo de Tarso descubre, por ejemplo, la idea griega del Logos a razón del mundo, y realiza el prodigio de humanizar el Logos. En ello hay una grandeza que quiero que mi lector aprehenda, que perciba y sienta como suya.

S.: A usted se le ha analizado como estilista. ¿Cómo definiría su estilo, sus técnicas, su literatura en fin?

G.E.: Lo único que podría definirla son mis propias limitaciones, pero yo prefiero, como Disraeli, eludir las definiciones. He cultivado, si, una propensión estilística, que me parece inseparable de la escritura literaria. Pero no pretendo fundar una originalidad, sino más bien un instrumento de lenguaje eficaz.

S.: ¿Piensa en "El signo del pez" como en una novela que pueda aspirar a la popularidad?

G.E.: Ese no es el punto. La única recompensa a que uno puede aspirar por un buen libro, consiste en la satisfacción de haberlo escrito. No siempre la popularidad se compadece con la calidad de una obra. Si llega a ser popular, mejor. Pero esa no puede ser la preocupación vital del autor.

S.:¿Qué caracteriza el mundo de sus libros?

G.E.: Mis personajes encarnan a menudo situaciones-límite. Están enfrentados a la malignidad del universo y a la fuerte presión de la duda. Por ejemplo, en un relato que publiqué hace unos meses en la Revista de la Universidad Nacional, un hombre es obligado a controlar sus sueños, so pena de perder su alma. Al final, resulta que todo era también un sueño. Con esos procedimientos, pretendo obligar al lector a considerarlo todo desde diversos puntos de vista, a hacerse analítico a través de la ficción.

S.: ¿Qué lugar cree ocupar en la novelística colombiana?

G.E.: En primer lugar, no sé de nada que pueda llamarse "novelística colombiana". En segundo, no creo que la importancia de un escritor se dé en relación con los demás. La tiene o no en sí mismo. Cada escritor es una propuesta distinta. Para poder equipararse con otro, ante todo tiene que ser diferente de él. En el fondo, los escritores (y los hombres en general) partimos del centro de un círculo, más allá de cuya circunferencia no podremos ir. Hasta dónde alcanza mi radio, eso no lo sé todavía. Lo sabré en el instante de morir.~