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El testamento de un novelista

Después de varios años de silencio, Milan Kundera regresa con un ensayo sobre el arte de la novela.

Luis Fernando Afanador
7 de agosto de 2005

Milan Kundera
El telón
Tusquets, 2005
202 páginas

Cuando Milan Kundera visitó Praga en 1989, le contaron de un antiguo alto funcionario del partido que hacía 25 años había casado a su hija con el hijo de una familia burguesa expropiada y que le dio a éste como regalo de boda una buena carrera. Con la caída del comunismo, la familia recuperó sus bienes y la hija se avergonzaba de su padre, a quien sólo se atrevía a ver a escondidas. Es la misma anécdota de Papá Goriot, escrita por Balzac en el siglo XIX. Sin embargo -dice Kundera- ,ya no es posible escribirla hoy a la manera de Balzac. Aunque la Historia se repita -y casi siempre lo hace con un mal gusto evidente-, la historia del arte no puede hacer lo mismo. Volver a escribir como Balzac o componer como Beethoven resulta ridículo y anacrónico. ¿Por qué? Porque en el arte el valor estético es inseparable del pasado: hay que decir lo que nunca antes se había dicho. "Sólo se percibe el valor estético de una obra en el contexto de la evolución histórica de un arte".

El arte visto dentro de una evolución histórica y como una sucesión de grandes descubrimientos -una especie de carrera de relevos- constituye para Kundera un principio irrenunciable. De lo contrario, no tendríamos más que un enorme depósito de obras cuya sucesión cronológica carecería de sentido. Por eso, su ensayo sobre la novela no es otra cosa que un repaso de aquellas que nos hacen comprender, mejor que las demás, "la razón de ser de ese nuevo arte épico". Por supuesto, comienza con Cervantes y con Rabelais no porque hayan sido los primeros novelistas, sino porque ellos representan los primeros grandes 'valores novelescos'. "Sólo a partir del momento en que empezamos a encontrar un valor en una novela, un valor específico, un valor estético, las novelas pudieron aparecer, en sucesión, como una historia".

Kundera, citando Herman Broch, dice que la única moral de la novela es el conocimiento y que por lo tanto son "inmorales" las novelas que no descubren parcela alguna de la existencia hasta entonces desconocida. Cervantes, al colocar a los personajes legendarios "a ras de suelo", descubre el carácter prosaico de la vida, "la belleza de los sentimientos modestos". Lawrence Sterne en su Tristam Shandy, oponiéndose al poder de la trama en el relato, descubre el valor de la digresión y con ella la insignificancia de la vida humana. Flaubert descubre la estupidez que siempre acompaña todos nuestros actos; Tolstoi y Joyce, lo que pasa por la mente de un ser humano en el momento presente, es decir, en el instante "que se habrá ido por siempre jamás"; Kafka, el mundo transformado en una inmensa administración; Musil, la degradación de los valores; Gombrowicz, la poesía antilírica.

En general, las novelas muestran el alma de las cosas y nos enseñan que lo único que nos queda "ante esa irremediable derrota que llamamos vida" es intentar comprenderla. Pero la novela actualmente padece de cáncer, su proliferación incontrolada la está llevando a la muerte: infinidad de novelas que bajo el falso pretexto del entretenimiento no dicen nada, no agregan nada al conocimiento humano. Novelas que, en la perspectiva de Kundera, se encuentran por fuera de la historia de la novela. "Invade la nueva provincia un enjambre de novelas estúpidas y monstruosas", dijo Fielding, el autor de Tom Jones, hace más de 200 años. ¿Qué hubiera dicho entonces hoy día? Lo más probable es que se quedaría sin palabras.

En El telón, Kundera retoma muchos de las tesis planteadas en El arte de la novela y Los testamentos traicionados. Las retoma y las desarrolla. O mejor aun: las afina, las expone con más claridad y precisión. Se trata de un bello ensayo que a veces llega a emocionar tanto como cualquiera de sus novelas. Lo cual no debería resultar extraño, pues ligar el pensamiento y la novela ha sido uno de sus grandes logros. Y una enseñanza de sus maestros Broch y Musil: el contexto y la evolución histórica de un arte es lo que importa.