Home

Cultura

Artículo

El agente Jim Prideaux (Mark Strong) es traicionado en una misión secreta en Budapest.

CINE

El topo

Gary Oldman encarna de manera brillante al agente que John le Carré inventó en los días inciertos de la Guerra Fría.

Ricardo Silva Romero
21 de abril de 2012

Título original: Tinker Tailor Soldier Spy
Año de estreno: 2011 
Dirección: Tomas Alfredson
Guion: Bridget O'Connor y Peter Sraughan, basado en la novela de John le Carré.
Actores: Gary Oldman, Mark Strong, Colin Firth.

Todo sucede en la cara de Gary Oldman. Su personaje, George Smiley, un espía cuerdo, minucioso e impasible en tiempos de la Guerra Fría, ha sido encargado de descubrir cuál de todos los agentes del MI6- el servicio secreto de inteligencia de Inglaterra- es el infiltrado que ha estado entregándole toda la información a los rusos. Y, detrás de unas gafas que le sirven de máscara, su cara arrugada lucha para que nadie se dé cuenta de lo mucho que le duele que su esposa Ann le esté siendo infiel, que uno de sus compañeros en la agencia sea el traidor que ha puesto en juego el precario equilibrio del mundo y que su mentor, el brillante Control, haya sido expulsado de la oficina como un perro viejo.

George Smiley no es James Bond. No salta por los tejados del Medio Oriente, ni dispara desde los yates por el Caribe, ni conquista a las mujeres glamorosas que se tropieza en los casinos del Mediterráneo. Estudia. Investiga. Calcula. Y va por ahí, indescifrable, encorvado, digno, como un oficinista que hace su trabajo lo mejor que puede. Protagonizó cinco tensas novelas de espías escritas por el británico John le Carré. Fue interpretado en el cine por actores de primera: en El espía que surgió del frío (1965) por Rupert Davies, en Llamada para un muerto (1966) por James Mason y en Asesinato de calidad (1991) por Denholm Elliot. Y fue encarnado en televisión, en un par de series exitosísimas que le cambiaron la cara a la BBC en el paso de los setenta a los ochenta, nada más y nada menos que por Alec Guiness.

Y ahora, en El topo, esta brumosa pero envolvente adaptación de la novela de Le Carré titulada Calderero, sastre, soldado, espía, su espíritu se ha tomado el cuerpo de ese actor descomunal que es Gary Oldman.

Y sí, aunque todo el elenco sea estupendo, aunque los diálogos llenos de dobles sentidos produzcan cierta angustia y resulte fascinante la dirección del cineasta sueco Tomas Alfredson, es en la cara de Oldman en donde sucede El topo. Las películas de espías suelen ser frustrantes: por delante del espectador, que sabe que está sucediendo algo que puede acabar con la Tierra, pero en el intento de captar la trama se siente doblemente en la oscuridad, pasan todos esos juegos de palabras, todos esos nombres, todos esos secretos extraviados en misterios refundidos en enigmas. Pero quien se aferre a la interpretación de Oldman, como a una tabla de náufrago, podrá llegar a la conclusión de que El topo es la historia de un hombre que se resiste a que el mundo se quede sin viejos que le digan la verdad.

Smiley podría resignarse a desaparecer como tantos hombres en el borde del retiro. Podría decirse: "perdí la batalla". Pero sigue haciendo lo que aprendió a hacer -impedir que los gobiernos sean devorados por los intereses de unos cuantos- a la espera de alguien que sepa relevarlo. Y, a su manera callada, salta, dispara y conquista.