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EL ULTIMO EMPERADOR

Además de ser considerado como unode los grandes maestros del séptimo arte, Akira Kurosawa logró la hazaña de abrirlelas puertas al cine japonés en Occidente.

12 de octubre de 1998

Después de haber pasado a la historia como uno de los más importantes directores del mundo desde la invención del cinematógrafo, no deja de ser paradójico el hecho de que Akira Kurosawa haya germinado para elcine motivado por una frustración.
Hijo de un instructor de educación física que, entre otros logros, se dio el lujo de construir la primera piscina olímpica y organizar uno de los primeros equipos de béisbol de Tokio, Kurosawa vivió su infancia entre los gimnasios, pero también entre los pinceles. El joven había nacido con una concepción innata de la estética y pronto su padre se dio cuenta de que tendría futuro como pintor. Pero la plata no alcanzaba para pagar las costosas academias y el adolescente aprendiz de dibujante tuvo que abandonar pronto el oficio para ocuparse como ilustrador de magazines y libros de cocina. En esas andaba cuando leyó en el periódico un aviso de la PCL, más tarde convertida en la famosa productora Toho, en el que solicitaban concursantes jóvenes para acceder al puesto de auxiliar de dirección. Los participantes, que sumaron más de 500, tenían que presentar un ensayo sobre los defectos de la industria del cine japonés. Y Kurosawa, quien a los 26 años ya había adquirido cierta preparación en el tema por influencia de su hermano Heigo, con el que se acostumbró a devorarse los grandes clásicos del cine mudo, ganó el cupo con lujo de detalles. Una vez metido en la industria del séptimo arte, el joven Akira trabajó siete años al lado del famoso director Kajiro Yamamoto antes de estar listo para dirigir su primera película, una sencilla aventura de judocas que tituló con el nombre de Sanshiro Sugata y con la que alcanzó una popularidad que le sirvió, incluso, para hacer una segunda parte.

La transformación
Aunque durante la Segunda Guerra Mundial se preocupó más por la belleza de las tradiciones japonesas antes que enfrentar la realidad atroz de su pueblo, poco después de culminado el conflicto e inspirado por el realismo italiano de Vittorio de Sica y Roberto Rossellini, Kurosawa adquirió la madurez necesaria para asumir el realismo japonés a su manera. Y fue, precisamente, esa madurez la que le permitió elaborar un filme destinado a pasar a la historia como una de las mejores películas de todos los tiempos. Se llamaba Rashomon y contaba la historia de un crimen bajo cuatro versiones diferentes sin que el público supiera cuál de todas era la verdadera. La cinta, rechazada por la prensa de su país en un principio, fue enviada casi por casualidad al Festival de Cine de Venecia de 1950, donde críticos y espectadores por igual quedaron deslumbrados por su lenguaje narrativo y el simbolismo de sus imágenes.
A partir de entonces la visión del cine japonés en Occidente no volvería a ser la misma.A pesar de la notable influencia que ejercieron en él directores de la talla de John Ford y, en general, los westerns clásicos norteamericanos, Kurosawa también hizo lo suyo con Hollywood. Tanto que su película Los siete samurais (1953), considerada al lado de Rashomon, Ikura y Ran como un prodigio del séptimo arte, fue copiada bajo los parámetros norteamericanos con el nombre de Siete hombres y un destino. Algo similar ocurrió con cintas del mismo corte en las que Kurosawa mezclaba con maestría el realismo y el tono japonés con el ritmo western estadounidense. Inclusive directores contemporáneos, como Francis Ford Coppola y George Lucas, se vanaglorian de haber seguido sus enseñanzas. Kurosawa también supo aproximarse con destreza a autores tan disímiles y profundos como Shakespeare y Dostoievski, una virtud difícil de encontrar incluso en Occidente.Sus complicados métodos de trabajo, entre los que se destacaban la filmación con tres cámaras y la edición de las secuencias el mismo día de su producción, lo erigieron en uno de los más perfeccionistas pero a la vez en uno de los más temidos directores de la industria, pues sus realizaciones demandaban mucho tiempo adicional al presupuestado.
A veces como símbolo de su supremacía en el cine , a veces por una rigidez que rayaba en la pretensión y lo convertía en un ser insoportable incluso entre sus más cercanos colaboradores, Akira Kurosawa se ganó el apodo de Emperador. él mismo era descendiente de samurais, pero luego de cuatro generaciones en Tokio su familia ya había perdido la sangre cuando nació. Aún así, Kurosawa siempre se consideró miembro de la estirpe. Quizás este sentido de la tradición, mezclado con muchos de los patrones narrativos del cine norteamericano, sirvió para detonar esa bomba cinematográfica que lo llevó a ser uno de los grandes maestros de la historia del séptimo arte.
En Japón, sin embargo, las opiniones en torno suyo nunca dejaron de estar divididas. Mientras sus seguidores lo veneraron hasta la ceguera, sus detractores lo acusaron de occidentalizarse y de haber extraviado los verdaderos valores de la cultura japonesa. Lo que nadie le puede negar a Kurosawa es que haya sido el conquistador de Occidente, el causante de que América y Europa por igual volvieran sus ojos sobre una cinematografía en pleno galope pero que se hallaba apenas iluminada por los rayos del sol naciente, antes de que el director japonés hiciera estallar fuegos artificiales alrededor de su obra y, de paso, abriera las puertas del mercado internacional a colegas tan respetados como Yasujiro Ozu y Kenji Mizoguchi.
Con su muerte se ha ido quizás el último genio de una generación que construyó lo que muchos consideran la edad de oro de la historia del cine. Suficiente motivo para que el mundo continúe llorando su partida