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EL ULTIMO PURITANO

El tiempo ha demostrado que el pianista Glen Gould no fue tan farsante como se dijo.

23 de noviembre de 1992

SUMERGIR SUS MANOS en agua hirviendo antes de ir a escena o al estudio de grabación, tocar desde un banco extremadamente bajo, y cantar Mahler a los elefantes del zoológico de Toronto fueron apenas algunas de las excentricidades de Glen Gould.
1992 marca el décimo aniversario de su muerte. A lo largo de su carrera nunca se terminó de dilucidar si era farsante o genio. Sony Classical acaba de hacerle un homenaje sin precedentes: la edición de 12 videodiscos y varias decenas de discos compactos, la Colección Gould, que confirma el talento del pianista, organista, clavecinista, director, compositor y precursor del video como medio de divulgación musical.
Gould hizo una revolución con su protesta pianística de Bach, profanó dogmas de fe de beethovianos y modificó las reglas de juego con Mozart. La mayor indignación sobrevino cuando eliminó de su repertorio a Schubert Schuman, Chopin, Lietz, Debussy, Ravel y Rachmaninov, los pilares del piano. En cambio incluyó a Bizet, Sibelius Grieg, Gibbons y Hindemich.
Definitivamente, era un genio. Lo fue desde su debut a los 12 años hasta su última aparición en abril de 1964. A partir de ese momento dejó las salas de concierto y exclusivamente tocó en las de grabación y en los estudios de televisión de Radio Canadá.
"El último puritano" como lo llaman algunos, aseguraba que en media hora podía enseñar todo lo necesario para ser un gran pianista. Se sentía incómodo con el temperamento mediterráneo "que se manifiesta en colores brillantes, llamaradas de pasión y ¡opera italiana!", y le importaba un bledo lo que sobre él escribían los comentaristas.