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En busca de la persona justa

Una de las más logradas novelas del escritor húngaro Sándor Márai, vuelto a descubrir después de su muerte.

Luis Fernando Afanador
12 de febrero de 2006

La mujer justa
Sándor Márai
Salamandra, 2005
415 páginas Un buen libro contradice nuestras expectativas, nunca es predecible. Lo que creíamos en un comienzo, no será lo que nos encontremos al final. Y así, a la manera de un progresivo y cambiante punto de vista sobre los mismos hechos, se encuentra construida La mujer justa, del escritor húngaro Sándor Márai. Una tarde, en una concurrida pastelería de Budapest en los años 40 del siglo pasado, Marika observa y no saluda a Péter, su ex marido. De inmediato empieza a relatarle a la amiga que la acompaña cómo fue su relación con él. Péter era un burgués en el sentido estricto de la palabra y también una persona elusiva, al parecer consumida por una pasión secreta. El lugar común dice que las mujeres son misteriosas, pero aquí sucede al contrario, los misteriosos e impredecibles son los hombres: "¿Sabes quién era mi marido? Era el fenómeno más extraño del mundo: era un hombre". Una noche, en la misma ciudad, Péter le confiesa a un amigo íntimo la verdadera historia de su vida. Y en una madrugada, en Roma, Judit, antigua criada de la familia de Péter, le cuenta a su amante cómo llegó a casarse y a separarse de un hombre perteneciente a una clase superior. Son tres historias, tres monólogos separados de tres personas involucradas entre sí, cada cual con su propia versión de los acontecimientos. El drama de Marika gira alrededor del amor absoluto a su marido, de su lucha desesperada por retenerlo contra un enemigo aparentemente invisible. Un drama individual y egoísta, desentendido del horror de la guerra que acecha: "Yo no estaba despidiéndome de Europa -somos mujeres, entre nosotras podemos admitir con total tranquilidad que no tenemos mucho que ver con esos conceptos abstractos-, sino de un sentimiento del que, en el fondo, no había reunido las fuerzas para desprenderme". El de Péter se centra en su condición de burgués y en la necesidad de huir de una angustiosa soledad; el de Judit, la criada, es más elemental: consiste sólo en el duro oficio de sobrevivir. Para ella, el amor es una falacia, acaso otra prueba de la decadencia burguesa. Su testimonio será implacable y descarnado. La mujer, el marido, la amante. El burgués que se enamora de la criada y abandona a su esposa. Un asunto vulgar y corriente, un tema ya agotado por la novela popular y decimonónica, objetaría alguien con sobrada razón. Y, tal vez, dicho de esa forma escueta, podría parecerlo. Pero, narrado por Márai, es otra cosa. La anécdota trajinada se convierte en una lúcida reflexión -plagada de frases memorables y con ritmo narrativo vertiginoso- sobre la naturaleza del amor y el encuentro con la persona que nos corresponde, la persona justa. Y, también, en el fin de una época -el imperio austrohúngaro- y la amenaza de extinción que pendía sobre la literatura húngara. Que el mundo ya no se volviera a interesar en su lengua fue una de las obsesiones de este escritor exiliado y durante muchos años relegado al olvido por el régimen comunista que imperaba en su patria (el enorme interés que en varios países ha suscitado su obra es un fenómeno reciente y ha ocurrido después de haberse suicidado en San Diego, California). El interesante personaje del escritor Lazar en La mujer justa, es fácilmente reconocible como el alter ego de Márai: "Ya no creía en las palabras? pero seguía amándolas, las paladeaba, las saboreaba. Se emborrachaba cada noche en la ciudad a oscuras, con el sonido de alguna que otra palabra húngara? las saboreaba como tú bebías la otra noche el Gran Napoleón?". Aquí, al igual que en otras de sus novelas, se repite el procedimiento de los monólogos, la historia de amor entre tres personas, el ambiente amenazado de la burguesía ilustrada. Pero esto es anecdótico y hace parte de la utilería. Lo realmente importante es que conserva intacta aquella capacidad -rasgo único de su estilo- de convertir en un asunto necesario y pleno de interés, el viejo tema de las pasiones humanas.