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En estas anda el arte

La Bienal de Arte de Venecia se propuso ser 'una exposición de exposiciones' nunca antes vista y abarca artistas de todos los rincones del mundo. Diego Garzón, de SEMANA, estuvo en este evento.

21 de julio de 2003

El punto de partida de la Bienal de Arte Internacional de Venecia 2003 fue concebir una "verdadera exposición de exposiciones", según dijo el propio director del evento, Francesco Bonani. Sin duda lo consiguió pues alcanzó tal dimensión que, seguramente, serán muy pocos los visitantes que la puedan ver en su totalidad. Si algunos espectadores de la pasada Documenta en Kassel coincidieron en que eran necesarios tres días para digerir la cantidad y la densidad de las obras, tal vez esta bienal requiera más tiempo y para quienes no viven en Venecia posiblemente sea más placentero salir a caminar por la Plaza de San Marcos o por sus acogedoras calles después de dedicar uno o dos días a los 380 artistas que fueron seleccionados.

Sí, sin duda la muestra abarca todos los rincones del planeta -algo que se le había criticado a la versión anterior- y en esa medida cumple su cometido. Pero es casi inevitable sentirse atafagado de información en medio de la imponente exhibición que fue concebida con la colaboración de 12 curadores, que representan todos los continentes. En Arsenale, uno de los principales espacios, lo primero que uno encuentra es un videodocumental del artista estonio Jaan Toomik sobre un pintor que sufre del mal de Parkinson. A sólo cuatro pasos de ahí Doron Solomons, en otro video, ofrece una particular visión del conflicto en Oriente Medio. Un poco más adelante la danesa Eva Koch cuenta, a través de una impactante videoinstalación, la historia de una niña que fue separada de su familia en medio de una guerra civil. Liu Zheng, de China, presenta una serie de fotografías sobre la vida cotidiana en su país. Tal vez en ese momento ya haya concluido la primera hora del recorrido.

Se necesita mucha paciencia y ello puede ser una contradicción con algunos de los principales propósitos de la bienal: acercar al público al arte contemporáneo. Por ejemplo, la obra Shanty sounds, de la artista británica Carolina Caicedo, está compuesta por una serie de testimonios de habitantes de algunos sectores en Soacha, Ciudad Bolívar y de los barrios Los Laches y Los Olivos, en Bogotá. Hay otras obras, como la de Kader Atia, de Argelia, que tal vez nos ponga a pensar mucho más mostrándonos una máquina dispensadora de objetos en la que podemos comprar cigarrillos, whisky o hasta un pasaporte. O las réplicas de los fragmentos del avión de espionaje norteamericano 'Murciélago' que se estrelló en China pocos años atrás y que el artista Huang Yong Ping hizo a escala original. La tripulación sólo pudo regresar a Estados Unidos después de largas negociaciones y los chinos devolvieron el avión desarmado como un acto de humillación.

Lo aconsejable, entonces, es dejarse guiar por el nombre y el lema de la muestra: Sueños y conflictos: la dictadura del espectador. "Con la bienal queremos que el espectador tome el control y que a través de su propia experiencia dé la interpretación que crea justa y necesaria", dice Bonani. Y como el espectador es el que manda, lo mejor es detenerse en lo que uno cree puede ser interesante. Tal vez nos equivoquemos o dejemos pasar muchas obras importantes o, a lo mejor, a la larga, coincidamos con el gusto de los críticos. Y para que el espectador se sienta a gusto la exhibición está dividida en varios temas -supuestamente independientes unos de los otros- de tal manera que uno pueda recorrerlos sin necesidad de un orden estricto. Retardos y revoluciones se apoya en la teoría de que el significado de una obra de arte nunca es estable y, por el contrario, siempre está sujeto a nuevas lecturas, transformaciones e interpretaciones. La Zona está concebida como una plataforma para el diálogo y el encuentro con las nuevas propuestas del arte contemporáneo.

Clandestino exhibe obras que por diversos motivos -entre ellos geográficos y políticos- siempre se ven relegadas. Fault lines es un recorrido por el arte contemporáneo africano y, en palabras del curador Gilane Tawardos, es el resultado de procesos como la descolonización, la migración y el exilio". Sistemas individuales agrupa propuestas que en sí mismas representan un sistema, concepto que según el curador Igor Zabel puede resultar contradictorio cuando se habla de modernidad. Zona de urgencia da fe de la acelerada expansión de las ciudades y las consecuencias que ello ha traído. "Lo urbano ha cambiado con la velocidad sin precedentes que ha impuesto la globalización y urgentes soluciones han tenido que plantearse ante los cambios que padecen las ciudades", dice el curador Hou Hanru.

La estructura de la supervivencia es una mirada a cómo el arte ha reaccionado ante las crisis políticas y económicas de tantos países. Representaciones árabes contemporáneas abarca ocho obras que sirven de testimonio de conflictos territoriales en evolución. Lo cotidiano alterado es la practica de transformar objetos y situaciones con las que convivimos diariamente para, de paso, alterar el paso del tiempo. "En esta muestra no hay ni videos, ni fotos, ni esculturas, sólo objetos cotidianos. Es una manera de asimilar los instrumentos económicos y políticos que tenemos para vivir", comenta el curador Gabriel Orozco.

Estación utopía presenta ideas que siempre buscarán un mejor futuro. Interludios son 12 proyectos que están distribuidos en la parte exterior de los principales pabellones de la muestra, mientras que la selección de pintura, la cual abarca obras concebidas desde 1964 hasta 2003, está ubicada en el Museo Correr, en uno de los costados de la Plaza de San Marcos. Tal vez está última parada sea una de las más interesantes, con obras de todo tipo que han sido importantes en diferentes versiones de la bienal durante los últimos 40 años. Vale la pena repasar y más cuando cada vez se le da menos espacio a la pintura.

Cabe mencionar que en el convento Santi Cosma e Damiano -un tanto lejos de las exhibiciones principales pues está ubicado en La Giudecca, la isla ubicada en el lado opuesto al Palacio Ducal, y a la que el acceso a pie es complicado y no hay más opción que tomar ese microbús acuático que los venecianos llaman vaporetto- hay una selección de obras de arte latinoamericano entre las que se incluye la colombiana María Fernanda Cardoso, quien aprovechó un cómodo espacio para exhibir grupos de estrellas de mar sostenidas en el aire. La única obra colombiana sobresale, sin duda, en esta selección. Sólo un piso más abajo el artista dominicano Marcos Lora Read expone la réplica de un submarino que, tan pronto siente la presencia del espectador, activa fragmentos de música caribeña. En el primer piso del convento la peruana Gilda Mantilla ofrece postales de su país, pero no con fotografías de los sitios turísticos sino de sectores poco frecuentados. Los panameños Brooke Alfaro y Haydee Victoria Suescún presentan un video de un grupo de niños cantando en medio de una calle en la que se percibe la pobreza, mientras sostienen en sus manos vasos plásticos de MacDonald's. También hay obras del argentino Charly Nijensohn, de la chilena Eugenia Vargas, de los costarricenses Rossella Matamoros, Marisel Jiménez, Joaquín Rodríguez del Paso y del salvadoreño Muriel Hasbun.

Si se trata de la dictadura del espectador hay que tomarlo al pie de la letra. La lista completa de los artistas participantes nos puede orientar un poco pero, seguramente, la mayoría de los nombres resultarán desconocidos pues muchos de ellos apenas pasan los 40 años de edad. Son artistas jóvenes que ahora están dando de qué hablar en el mundo del arte. La 50ª versión de la Bienal de Venecia estará abierta al público hasta noviembre.