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En el nombre de Chopin

Una constelación de estrellas con Polanski, Perahia, Brody, Szpilman y Olejniczak... y un solo dios verdadero: Frédéric Chopin

Emilio Sanmiguel
12 de mayo de 2003

Cuando Polonia perdió su independencia Alemania, Rusia y Austria la despedazaron a jirones: sólo el arte consiguió crear un vínculo real en la conciencia nacional. Zofia Lissa asegura que los símbolos de libertad y unificación de los polacos durante el siglo XIX fueron un poeta, Adam Mickiewics, y un músico, pianista para más señas, Frédéric Chopin. Las cosas no mejoraron mucho para los polacos durante este siglo. Un poco de todo esto está presente en dos discos de Sony Classical que, por casualidad y casi simultáneamente, acaban de aparecer en el mercado y que por razones engañosamente diferentes reciben una extraordinaria acogida en el mundo. La primera, por el aval de uno de los pianistas de más reconocida trayectoria en la escena internacional de los últimos 30 años: Murray Perahia. La segunda, porque es banda sonora de The pianist, la película de Roman Polanski que hace unas semanas se alzó con el Oscar a mejor director y con el de mejor actor para Adrien Brody, quien personificó a Wladislaw Szpilman, un sobreviviente del gueto de Varsovia. Buen elenco de estrellas: un pianista de alto renombre internacional, Perahia, protagonista de hazañas musicales dignas de figurar en diccionarios de récords, pero discreto hasta la médula; un director, Roman Polanski; un actor, Adrien Brody, que personifica en la pantalla a Wladislaw Szpilman, el pianista sobreviviente del gueto, y también Janusz Olejniczak, quien interpretó la música que se escucha en la película. A la final, pese a las apariencias, hay más puntos de encuentro que de divergencia porque el gran protagonista es obvio: Frédéric Chopin. En palabras de Polanski, su nombre "simboliza revolución". Habría más qué decir, como que Perahia, que es de origen judío sefardí, sorprendió al mundo con este regreso al piano romántico cuando parecía estar por completo consagrado a la obra para teclado de Bach. En este orden de ideas cabría anotar que escogió la más revolucionaria faceta chopiniana: la de sus magistrales Estudios Op.10 y Op,25. Si de justicia se habla la banda de The pianist pone en la escena internacional y hace honor al arte de Janusz Olejniczak, finalista a los 18 años en el Concurso Chopin de Varsovia de 1970, con una carrera más en la órbita del conservatorio que de la sala de conciertos, pese a que en 1990 encarnó al propio Chopin en una película de Andrzej Julawaki. Hasta aquí se corre el riesgo de quedarse en la anécdota. Mejor afirmar que Perahia, uno de los pocos pianistas del mundo que se atreve a enfrentar el conjunto dificilísimo de los Estudios de Chopin, ha conseguido resolver con pasmosa solvencia sus demandas casi sobrehumanas y no obstante les ha infundido el sentido poético y expresivo que permite suponer que efectivamente fueron concebidos como un todo indivisible. La banda sonora de The pianist tiene vida propia como propuesta musical, más allá de los buenos abolengos de la noche de la 'alfombra roja'. Es el magnífico disco de un pianista especializado en Chopin, Janusz Olejniczak, ampliamente puesto a prueba: expresivo en un Preludio, un Vals y tres Nocturnos, autorizado y vigoroso en las Baladas 1ª y 2ª y polaco hasta la médula cuando resuelve la Gran Polonesa para piano y orquesta, precedida de un Andante Spianato, con la Orquesta Filarmónica Nacional de Varsovia, dirigida por Tadeusz Strugala. Bueno, pero como de testimonio también se trata, contiene el arte del mismísimo Wladislaw Szpilman al piano, en la Mazurca Op.17 Nº4: la música de Chopin fue una parte esencial de su repertorio, dijo Polanski. Son magníficas pruebas del gran arte de Chopin, genio y revolucionario.