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En pie de guerra

Enrique Santos Calderón hace un diagnóstico de la violencia reciente en "Fuego cruzado".

1 de mayo de 1989

Contra la sumisión a lo que puede llamarse el espíritu de la ortodoxia, Enrique Santos Calderón se ha convertido en el periodista colombiano más sensible a los hechos de violencia que vienen aterrorizando al país. Ha comprendido que la independencia de criterios es la única garantía que puede ofrecer un periodista para la credibilidad de sus lectores. Si algunos le reprochan no verlo más situado a la izquierda, es porque en sus argumentos, sin inclinarse a uno u otro lado del supuesto perfil ideológico del país, se ha desembarazado de la adhesión incondicional a las inmóviles y estereotipadas opiniones de una izquierda arcaica, que perdió sus raíces al abandonar la realidad del país por una idea de lo que debería ser esa realidad.

La dinámica propia del periodista, que no es el yunque del ideólogo, convierte a Enrique Santos Calderón en un observador comprometido con la realidad haciéndose especialmente perceptivo para la interpretación de los signos múltiples de lo social y de lo político, en su actual desarrollo problemático. Santos Calderón se ha moldeado su propia imagen de periodista impetuoso, incisivo e insistente; disciplinado e individualista y enormemente versátil en su capacidad de desplazarse en su tarea de analizar, desde uno y otro punto de vista, los sucesos violentos que sacuden actualmente al país. Y así se comprende cómo, a pesar de la subjetividad de algunos de sus juicios, se ha constituido en un baluarte real contra las servidumbres de las ideologías y a la vez en denegador pertinaz de los imperativos de la violencia histórica que aterra actualmente al país. Del proceso de continuidad con que ha venido abordando en su columna "Contraescape" esta situación, se desprende la madurez del juicio, el equilibrio alcanzado en su labor de permanente vigilancia. Hoy por hoy, Enrique Santos Calderón es uno de los pocos periodistas que merecen la credulidad y la confianza de sus lectores, en este campo minado y tan polucionado por oscuros intereses. Ningún interés político sectario parece animar su escritura, ningún fin personal se entrecruza en sus textos. En una palabra, allí el periodista tiende a establecer un diagnóstico claro, hasta donde ello es posible, justo y equilibrado de las fuerzas en conflicto que moldean los problemas fundamentales de la Colombia de hoy.

Es posible que por momentos se vea desorientado por los hechos súbitos, y en otros, tenga que cargar con los errores de apreciación que la falta de perspectiva le impone, y aun en otros es posible encontrarlo desconsolado y desfalleciente. Pero sobre todo esto, sus análisis responden a un temperamento en correspondecia con el más valioso imperativo en el oficio del periodismo: sus juicios implican una inalineable postura ética. El periodista de opinión carga sobre sus hombros con una gran responsabilidad, social e histórica, debe comprender los hechos con un gran esfuerzo de objetividad, armonizando razón y sentimientos, en un rápido juicio crítico, para dar con sus escritos la más justa valoración de los hechos. Y "Contraescape" ha sido fiel a estos requerimientos. De aquí que recoger en un volumen esta serie de columnas periodísticas, publicadas en El Tiempo entre septiembre de 1985 y diciembre de 1988, resulte un hecho importante, porque allí, con discernimiento de causas y efectos, se da cuenta de la violencia que desde tres frentes ensangrenta al país: guerrilla, narcotráfico y paramilitares. Lo que aquí se da, en última instancia, ni más ni menos, es toda una lección de la historia contemporánea del país. Y es una lección que no es fácil asimilar.

Esta historia del país escrita sobre la marcha angustiosa de los acontecimientos por el periodista, es como el prontuario de estos años negros. Pero si allí se resume la situación crítica de los males colombianos también se interroga acerca de los caminos futuros, de las estrategias posibles, se sugieren cautelosas soluciones, se interroga el destino colectivo, se señalan las grandes dicotomias del país. El método interrogativo de Santos Calderón abarca numerosos asuntos y es muy posible que tan acuciantes preguntas no tengan respuesta inmediata. Pero a partir de la lectura de "Fuego cruzado" se redescubren los hechos en una perspectiva más apropiada para el análisis, pues esos hechos no aparecen ya salpicados por la sangre que la actualidad derrama sobre la letra cotidiana. No es que el periodista le devuelva a sus lectores la realidad bajo un espacio iluminado. Este no es su papel, el suyo consiste en establecer, a partir de los hechos indiscutibles, un balance de ellos como una manera de discernir causas y efectos y así crear una opinión y un poder de concertación frente a esos problemas que oscurecen la realidad. El libro en sí mismo es un argumento, en busca de una clara comprensión del país, en favor de la paz. Y en esta, que es su causa, lo crucial es la causa misma, que está más allá de los caprichos y de los dialectos de quienes en ella se hallan comprometidos, como bien lo demuestra el libro.

Enrique Santos Calderón ha sido uno de los pocos en prever cómo sólo con la superación de las ideologías, el país puede marchar unido hacia la convivencia.--