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En la tierra del machismo

Cuatro historias revelan la realidad de muchas mujeres en Latinoamérica donde la cultura no deja pasar, contrario a lo que se cree, la tendencia al machismo. Silvana Paternostro lanzó en Colombia En la tierra de Dios y del hombre.

24 de septiembre de 2001

Me siento un poco como Pnin, aquel personaje ruso de Nabokov que va a dar una conferencia en inglés y dentro del público empiezan a aparecérsele las caras amigas de su pasado. Como Pnin, las estoy viendo. No me acuerdo como se sintió él, pero yo me siento halagada, apoyada y hasta protegida de verlas, las de él eran producto de su imaginación, las mías no. Gracias por acompañarme.



Pnin , tenía que dar una charla en inglés, un idioma extraño para él. Yo llevo años hablando de mi libro también en inglés, no tan extraño para mi pues escribo en inglés aunque me refiero a mi libro, mitad en chiste y mitad con absoluta seriedad como mi manifiesto político en el idioma equivocado.



Pues ya no más. Aquí esta en el idioma en el que creo le correspondía haber nacido pero por tener mama barranquillera que escribe en inglés sufrió un poco las consecuencias de la esquizofrenia de la madre. Imagínense que cuando me llegó el primer capítulo, casi me muero. Las bufandas de mi mamá, se transformaron en las chalinas de mi madre. Mi cuarto rosado se volvió la recámara rosa. Llamé a mi gente. "No le dije". Imposible. Digo cosas en mi libro que se que son fuertes, que son crudas y rudas cómo me dijo alguien una vez. No las puedo decir en argentino, necesito decirlas en barranquillero. Me tomé el trabajo con un amigo poeta barranquillero de ir frase por frase y así poder entregarles mi libro con mi voz gringa-barranquillera. Entonces, aquí esta. Es de ustedes.



Explicar el libro ha sido casi más difícil que escribirlo. Recuerdo la vez que me encontraba visitando a una amiga justo en los días en que mi libro acababa de salir publicado. Su hija, inglesa, de unos 25 años quien se había graduado recientemente de la universidad, quería saber de qué se trataba.



Es sobre machismo—le dije.



—¿Machismo?—me preguntó confusa—. ¿Ese no era un poeta del siglo XVII?



Solté una carcajada no porque pensara que estuviera bromeando sino por lo gracioso que resultaba su ignorancia. Sin duda que la desigualdad de los sexos no ha sido erradicada en Inglaterra. Pero el hecho que el machismo no sea un concepto reconocible para una joven, aunque instruida, significa que las cosas han debido cambiar desde aquella tarde a principios de los años veinte cuando Virginia Wolf habló de la necesidad que tenía una mujer de poseer su propia habitación. Y me pregunto ¿cuánto habrá cambiado nuestra cultura desde los días del enclaustramiento de Sor Juana?



Le expliqué a la hija de mi amiga que el machismo significa que existen leyes en Latinoamérica - muchas de ellas constitucionales y otras muchas avaladas por las costumbres - que perpetúan la desigualdad que existe entre los hombres y las mujeres. Existen reglas que las mujeres no desean pero que no pueden cambiar. Por ejemplo, que en Nicaragua una mujer pueda ser castigada por adulterio y un hombre no. Que en trece países latinoamericanos un violador resulte absuelto si se casa con la mujer que violó. Que las mujeres vayan a entrevistas de trabajo y se les exija someterse a exámenes de embarazo y en caso de ser contratadas tengan que informar mensualmente sus ciclos menstruales. Que muchas se cosen el himen para aparentar ser vírgenes en su luna de miel. Que sin tener en cuenta que hay mujeres que se inician en la vida política de nuestra región, nuestras leyes aún beneficien a los hombres. Que sin tener en cuenta el hecho que el 50% de nuestra fuerza laboral esté constituida por mujeres y la mitad de quienes poseen títulos universitarios sean mujeres, nuestra cultura todavía crea que solamente los hombres tienen derecho a su sexualidad y que a las mujeres, a pesar de sus niveles de educación, todavía nos animen a ser sumisas y dóciles.



La respuesta de Dixie había sido la clase de reacción totalmente opuesta a la que había recibido cuando les expliqué a mujeres en Colombia, Cuba, Ecuador, Brasil o México que escribía un libro sobre el machismo. Por el contrario, ella me habla forzado a explicarle lo que en otras ocasiones me había sido fácil eludir. El machismo se había convertido en mi coartada en los cuatro años que me pasé investigando, haciendo reportajes y escribiendo el libro. Al igual que la hija de mi amiga, en los que pensaron que mi ataque radical contra el machismo y mi apasionado llamado a las mujeres para que tomaran las riendas de sus vidas estaban totalmente pasados de moda. Argumentan que Gloria Steinem y la resolución sexual sucedieron hace 30 años. (Por otra parte, no es que quiera decir que no existan vestigios del machismo al norte de la frontera, pero es innegable que sus manifestaciones tienen consecuencias mucho menos graves de las que tienen en Latinoamérica). Aquí también me dicen que el tema es un poco demodé, que las cosas han cambiado. No me convencen. Me pase mucho tiempo hablando con mujeres de todas partes de América Latina desde las mas pobres hasta las mas ricas para saber que es solo una capa de pintura. ¡ Que aunque veamos Sex and The City todavía no hemos pasado por nuestra propia revolución sexual.



No podemos engañarnos y pensar que luchamos por una democracia sin poner sobre el tapete los derechos de las mujeres. Las mujeres en cargos políticos prefieren hablar de convenios comerciales que de derechos de reproducción. Y los hombres en el poder, por supuesto, no lo van a hacer. Permítanme contarles de lo que me enteré al hablar con mujeres de todas las clases sociales de lo que piensan del machismo. Inmediatamente reconocen la palabra - incluso las mas oprimidas. Al oír esa palabra sienten escalofríos; les huele a trago y a relaciones sexuales forzadas. En el mejor de los casos, las más liberadas la descartan con una torcida de ojos. Pero la reconocen.

Tengo claro que sabemos cuán arraigado está y lo poderoso que es, de que modo se inmiscuye en todo lo relacionado a nuestras cotidianas y como la mayoría de ellas piensa que es algo indestructible, un mal necesario, un enemigo con quien están obligadas a convivir para siempre. Un monstruo que no puede ser avasallado sino alguien con quien debemos compartir nuestras vidas, cautelosamente, cuidando de no molestarlo.,

No soy teórica ni tampoco catedrática. No soy feminista profesional aunque El Tiempo así me describa, ni estratega ni política. Soy periodista que fue a investigar cuáles eran las consecuencias del machismo en la vida diaria de las mujeres, y como tal les puedo asegurar que está vivito y coleando.

No me propuse escribir un libro sobre el machismo en específico. Me encontraba investigando los patrones de transmisión del sida en Latinoamérica. Descubrí que, al igual que en Africa, son las mujeres casadas, monógamas, madres y amas de casa las que llevan el peso de la epidemia. ¿Cuál es la razón por la cual las mujeres que llegan vírgenes a sus noches de boda terminan infectadas por sus maridos con el virus del VIH? La respuesta es muy sencilla. por el machismo.

No fue a mí a quien se le ocurrió esta respuesta. Fueron las mismas mujeres las que me la dieron. En una taller de prevención del sida en Rio de Janeiro, escuché a una enfermera explicarle a más de una docena de mujeres casadas lo importante que era el tener relaciones sexuales con protección. Las mujeres le dijeron a la enfermera que entendían lo que les decía pero que nunca podrían pedirles a sus esposos que utilizaran condones, aunque todas sabían que sus cónyuges les eran infieles. "¿Y por qué no?", les preguntó la enfermera. Las mujeres le respondieron con una sola palabra: machismo.

De modo que decidí cambiar mi historia sobre el sida por una investigación sobre el machismo. La abordé de la misma forma en que un corresponsal extranjero escribiría una crónica de guerra o un informe sobre una catástrofe. Viajé por toda Latinoamérica buscando historias que mostraran el modo en que el machismo mantiene a las mujeres en peligro: en peligro de infectarse con el VIH; en peligro de morir a consecuencia de un aborto autoinducido o por los violentos puñetazos de un marido abusivo; en peligro de despertarse y verse obligada a casarse con el hombre que la había violado.

Ilustré las estadísticas espeluznantes de 4 millones de abortos clandestinos en la historia de Josefa, una cuarentona con cinco nietos, que ha tenido diez abortos - sin contar conque va a misa todos los domingos y se enorgullece de mostrar una Biblia de cuero en su casa. Bien acomodada en su modesta y reluciente cocina, Josefa me habló sin parar sobre las cosas más íntimas: del modo en que su esposo le ordena que tengan relaciones sexuales y ella accede aunque no disfrute de ellas, que sufre de graves problemas de salud a causa de sus abortos autoinducidos; que lo que parece un hogar feliz, en efecto no lo es. De nuevo culpó al machismo por la desgracia de su vida.

No fue difícil encontrar mujeres dispuestas a hablar. Por desgracia fue demasiado fácil. Lo único que tenía que hacer era preguntar - creo que porque nunca nadie lo había hecho -- y me permitieron la entrada a los sitios más recónditos y me hablaron a sus anchas sobre su situación, sobre cómo les gustaría que las cosas fueran de otra manera. Quieren aprender sobre sus derechos, sobre sus cuerpos. Podrán alguno utilizar el argumento de que lo que digo son imposiciones feministas extranjeras, que las mujeres están bien en el estado en que se encuentran. Pero he hablado con suficientes mujeres para saber que puedo destrozar este argumento. El machismo no es una cuestión de relativismo cultural. El machismo es una violación a los derechos humanos. Las mujeres necesitan hablar sobre el aborto, las relaciones sexuales, el sida, el divorcio.

A muchas mujeres no les interesa hablar sobre el machismo porque lo consideran como algo inofensivo y trivial. Argumentan que el verdadero poder se encuentra en las madres y en las esposas. Estas mismas mujeres les dirán en confidencia que simplemente permitimos que los hombres piensen que tienen el poder, que somos nosotras quienes verdaderamente detentamos el poder. "Sencillamente se trata de un poder silencioso", me dijo una vez una argentina. Había llegado a la mayoría de edad en medio de la Guerra Sucia y vio cómo un grupo de mujeres habían llevado sus congojas para protestar, en su calidad de madres de los desaparecidos, a la plaza ubicada frente a los círculos del poder y exigir que se les dieran respuestas. Estoy de acuerdo con ella. Las Madres de la Plaza de Mayo son heroínas. Hicieron posible que el mundo se enterara de las atrocidades cometidas por un grupo de uniformados. Pero no es que lo hayan hecho silenciosamente.

Hay algo de verdad en el comentario de la argentina sobre la capacidad que tienen las madres y las esposas de influenciar a los hombres. Nuestras sociedades y nuestra religión profesan un profundo respeto por todo aquello relacionado con lo materno. Los hombres se sienten estrechamente ligados a sus madres. Pero tenemos que establecer la diferencia que existe entre la influencia que una madre pueda tener sobre un adulto y el verdadero poder que se necesita para mejorar nuestras sociedades y nuestras vidas. Podemos tratar muy lindo a nuestras mamás pero esto no se transforma necesariamente en poder para las mujeres.

Si eI poder va a ser real, no puede ser silencioso. El poder silencioso conlleva las mismas connotaciones que tienen las operaciones clandestinas que nos hacemos para recuperar la virginidad, nuestros abortos furtivos, nuestros inconfesados orgasmos - todos tienen algo de oculto, ilegal y prohibido. Es posible que utilizando estos medios podamos sembrar brevemente el desconcierto o subvertir a los poderes institucionales, pero esas medidas nunca serán satisfactorias ni representan nuestros auténticos deseos, fortalezas ni objetivos. Si aceptamos el poder silencioso como nuestro único factor de influencia, las mujeres siempre viviremos marginalizadas, tanto en nuestras vidas públicas como en nuestras relaciones más íntimas.

No podemos seguir contentándonos con un poquito y llamarnos emancipadas. Las mujeres no podemos seguir esperando a que se firmen más acuerdos comerciales, a que se erradiquen el crimen y la corrupción antes de tratar el tema de nuestros derechos. La situación de la mujer en Latinoamérica es tan nociva para la democracia como lo es la impunidad y la devaluación. ¿Cómo es posible que exista democracia donde no se tome en cuenta a la mitad de sus electores? Les dejo estas ideas y les dejo mi libro con la ilusión y la esperanza de que ayude a abrir una conversación - en la que se puede diferir, pelear, discutir - para que entonces comencemos a hablar seriamente sobre la democracia. Y acaso también nuestras hijas pensarán que el machismo era un poeta del pasado.



*Discurso de lanzamiento del libro en Bogotá