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EN TONO MENOR

Ante una inminente quiebra, los teatros italianos y los festivales alemanes reducen sus presupuestos.

23 de octubre de 1989

Cambios sustanciales empezarán a observarse en el festival de Salzburgo tras la muerte de Herbert von Karajan, su director por espacio de más de 20 años.

La primera medida aprobada fue nunca más hacer nombramientos vitalicios. De ahora en adelante los habrá por períodos definidos y el primero dentro de esta nueva organización recayó en Gerard Mortier, actual director del teatro La Moneda, de Bruselas, quien fue designado para ocupar la dirección artística del festival. Mortier empezará a despachar en 1991 y mientras tanto una trilogía de personalidades será la encargada de organizar el próximo festival.

Dentro del paquete propuesto por Mortier está el convertir el festival en un certamen menos elitista desde el punto de vista económico y musical, y hacerlo más de vanguardia como lo concibieron sus creadores.

Al poner sobre la balanza las cifras que se invertían anualmente, hechas las cuentas se vio que la danza de los millones deberá ser manejada de manera diferente. El festival de este verano costó 27 millones de marcos, de los cuales el Estado austriaco apenas aportó siete. El resto salió de la venta de derechos de transmisión de espectáculos para radio y televisión, y para cubrir el faltante los aficionados pagaron sumas archimillonarias por concepto de boletería. Todo esto, según Mortier, deberá cambiar, pues quienes van a escuchar música a Salzburgo en época de festival pagan las boletas más costosas de toda Europa. En próximos festivales los precios de las entradas serán más accesibles al bolsillo de los interesados y los honorarios que se pagarán a los artistas invitados, por consiguiente, serán más razonables.

Dentro de los nuevos nombramientos está también el de Hans Landesmann, un agente de conciertos que dirigirá el presupuesto. Landesmann criticó agriamente la política de Von Karajan y comentó que el anciano director había convertido a Salzburgo en un museo haciendo por lo demás de lado la figura de Mozart, eje del festival desde sus inicios. La programación se había concentrado en ópera italiana y muy pocas obras de compositores modernos y contemporáneos tenían acogida.

En el futuro, el festival verá figuras jóvenes pasar por sus escenarios, se dedicará en forma exclusiva la pequeña sala de festivales para interpretar repertorio mozartiano, y compositores de este siglo disfrutarán de amplia acogida.

Como quien dice, empieza a renovarse uno de los más exigentes, antiguos e importantes festivales musicales del mundo, que en un futuro no lejano, según los deseos de sus nuevas directivas, dejará atrás el carácter elitista para convertirse en un certamen con un radio de proyección de gran amplitud. Y mientras lo dicho ocurre en Salzburgo, en Italia, tras una crisis económica muy seria que de dos años a esta parte venían padeciendo los teatros líricos del país, empiezan también a verse vientos renovadores.

Cuando en mayo de este 1989 se lanzo un S.O.S desde el Teatro Reggio, de Turín, que anunció a público y artistas que debido a problemas económicos cerraría durante un año sus puertas, otros escenarios de la misma importancia empezaron poco a poco a lanzar las mismas voces de auxilio cuando el Estado italiano decidió disminuir en forma alarmante las subvenciones que otorgaba a estos recintos culturales.

Como los italianos no pueden vivir sin ópera, en Turín un grupo de millonarios, para evitar el cierre, se metió la mano al bolsillo y sacó de la crisis al teatro, a tiempo que en Nápoles el banco de la ciudad hacía lo propio para salvar de la quiebra al San Carlo. Pero como a la crisis había que ponerle solución definitiva, ocurrió lo inesperado, y es que la totalidad de teatros líricos del país decidió unificar los honorarios que pagará a sus artistas, fijando un tope, y tal parece que la medida empieza a ser aplaudida en otros lugares de Europa, que periódicamente ven sus arcas limpias pasada cada temporada operática. La razón no es otra que los honorarios que cobran los artistas se salieron hace rato de toda proporción y realismo y están quebrando los presupuestos de todos los escenarios de importancia del continente. Falta saber si los divos de 30.000 dólares por presentación se muestran interesados todavía en cantar en escenarios italianos. Sin embargo, de universalizarse la medida, mucho habrá ganado la música y, mas aún, los buenos aficionados.-
María Teresa del Castillo