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La nueva sala del Museo Nacional abre las puertas al arte moderno colombiano

19 de marzo de 1984

Con la inauguración de esta muestra en el Museo Nacional de Bogotá, queda inicialmente corregida una de las grandes fallas de información que en el campo del arte existían entre nosotros. Y esto último se afirma a riesgo de pecar de optimistas ya que sólo aparecen allí, por el momento, cuatro figuras consagradas, y que el proyecto en su totalidad deberá ampliarse considerablemente para ofrecer al público de la capital y a quienes a ella llegan de otros sitios y desde fuera del país, la visión global y, porqué no, masiva, de la producción colombiana en artes visuales de las últimas décadas.
Por una parte es indudable que durante el recién mencionado período~ en el área de la plástica ha constituido una de las más significativas para que a través de ella se expresen y planteen muchos de los más relevantes rasgos con qué medir la transformación del perfil nacional en lo que a sensibilidad e intereses estéticos se refiere.
Por otra parte, el mismo público ha desarrollado una considerable, aunque aún no óptima, apertura hacia la gráfica, la pintura y la escultura con la consecuente capacidad para recibir a través de ellas, en forma visual, directa y sin mayores subterfugios, la carga de ideas y conceptos que los creadores son capaces de engendrar.
Esta dimensión, que pudieramos llamar didactica por sí sola justifica el esfuerzo realizado en la adecuación, apertura y sostenimiento de la sala.
La escogencia de las cuatro figuras con cuyas colecciones se inician las actividades de esta muestra permanente de arte colombiano contemporáneo, ha debido ser lo suficientemente difícil como para quitar el sueño a quienes la llevaron a cabo.
Pues es bien sabido que actualmente el panorama de las artes visuales en Colombia es rico en distintas experiencias y recoge la producción de numerosísimos personajes, muchos de los cuales sobrepasan notables límites cronológicos y, además, han hecho contribuciones de consideración a la comprensión de lo nuestro. Sin embargo, la lista de los que no aparecen incluidos es, obviamente, notable por su magnitud, e incluye casos tan notorios como el del maestro Gonzalo Ariza.
Formular el comienzo de estas colecciones con la bellísima, pero no por ello menos decadente obra de Andrés de Santamaría, el ya desaparecido y consumado tardío impresionista-expresionista, lleva a suponer, erróneamente, por su supuesto, que desde allí en adelante el arte de Colombia seguirá marcado por la dependencia de ideas estéticas generadas por fuera del encuentro con nuestras coyunturas y circunstancias.
Andrés de Santamaría fue pintor de opulencias y produjo los más granado de su obra a conveniente distancia temporal de los movimientos radicales del fin de siglo pasado y de principios del presente, como para no haber sido acusado de vanguardista, y sin embargo recibir el aplauso de su provincia en agradecimiento por haberla puesto al día. En cambio Ariza, seguramente entre otros, y a destiempo (porque nada que se parezca a su producción ha estado de moda últimamente) ha propuesto la visión dura, frontal, casi ordinaria del universo colombiano, lo cual le ha valido el desprecio de la crítica internacionalizante cuya miopía no ha visto más allá de la "buena" técnica, según se define en otras latitudes.
Como para corregir con creces el tipo de posible omisión recién mencionado, aparece, entre las otras tres, la colección de cuadros de Fernando Botero. El grupo de sus obras (menos impresionante que el conjunto que la Sala Pedrito Botero del Museo de Antioquia en Medellín exhibe con justificado orgullo) constituye desde ahora un paradigma de entre lo que se puede ver públicamente en Bogotá.
Pocas, o inexistentes, colecciones tan peligrosas como ésta en la capital de Colombia.
Peligrosa para quienes durante los últimos años y amparados por los vaivenes de tantos movimientos de vanguardia recalentados para consumo en extramuros hicieron su agosto descrestando a los calentanos adoradores del último grito. La sala que contiene la colección de cuadros de Botero, no sólo ofrece ejemplos de excelente pintura, sino que continúa la preocupación constante del artista con asuntos tan significativos para nosotros como son la discusión estética sobre la manera de ver de los latinoamericanos así como lo vi sto en nuestras situaciones. La disponibilidad de estas obras para la confrontación de quienes las quieran mirar tendrá que hacer mella también en los artistas negociantes quienes, amparados por falsas defensas de las tradiciones pictóricas, han fabricado cuantiosas producciones que se comercian amplia y opiparamente.
La pintura, entre otras muchas cosas, también debe servir para corregir asuntos pertinentes a la pintura misma, y desde este punto de vista la actual presencia de la obra de Botero establecerá parámetros fácilmente consultables. Pero no todas las obras que integran el recién mencionado conjunto corresponden al mismo nivel de calidad, y es aparente que algunos momentos de gran inspiración y acierto, como los del Niño de Vallecas y los Obispos son dificilmente repetibles. Entre los cuadros recientes debe mencionarse, por su excelencia, el Bodegón con Cebollas y Silla Negra, los dos cuadros con grandes árboles y la incomensurable Naranja.
La colección de cuadros de Alejandro Obregón fluctúa desde momentos de pintura importante como la Violencia famosa, llena de inferencias sutiles que aluden a situaciones concretas y visualizadas con altas dósis de poesía, para luego descender, arrastrado por los tonos planos y, aparentemente, por la prisa, a niveles de desorden y estridencia, que no recuerdan lo mejor del trabajo de quien inventara la heráldica pictórica del país. En cuanto a la colección de Pedro Nel Gómez, ella constituye una presencia extraña y de difícil clasificación. Su afiliación al muralismo nacionalista de México obliga a usar parámetros de juicio con respecto a los cuales sale bastante mal librado, mientras que su preocupación con los asuntos del trabajo en Colombia le proporciona un interés considerable, así sea desde el punto de vista estrictamente anecdótico.
Dignamente instaladas en el último piso, bajo generosas bóvedas que contribuyen al placer de visualizarlas, estas obras más alto de sus aparentes variaciones, respaldan la intensa labor que el Mueseo Nacional ha realizado durante los últimos meses.
Galaor Carbonell.-