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“Mis películas son sobre las cosas que me molestan”

Hablamos con el director brasilero del momento, Kleber Mendonça Filho, sobre su última película, Aquarius, que ganó en la sección de Gemas del Festival de Cine de Cartagena y ahora se proyecta en salas de cine del país.

Sara Malagón
23 de marzo de 2017

Clara (Sonia Braga), una crítica musical retirada, es la última residente de Aquarius, un viejo edificio en una playa de Recife donde ella ha vivido siempre. Clara se resiste a ceder a las presiones de una firma constructora que quiere sacarla de allí y demoler el edificio para construir un nuevo Aquarius, más grande y más moderno. Aunque abundan lecturas políticas de la película relacionadas al proceso de impeachment de Dilma Rousseff y a la crisis política de Brasil, este es antes que nada un filme sobre el fenómeno de gentrificación que enfrentan las grandes ciudades, sobre la homogeneización del espacio urbano –que con la modernización acelerada pierde su identidad–, sobre las relaciones de familia y sobre la vida misma. Sonia Braga interpreta a una mujer de 65 años, sabia de vivir. Y con su papel sugiere preguntas sobre las mujeres que envejecen solas, pero fuertes, en esta sociedad patriarcal. Hablamos con el director sobre la película, que fue ganadora en la sección de Gemas del último Ficci y se proyecta ahora en salas de cine del país.

Foto: Kleber Mendonça Filho en Cannes.

Semana.com: Su película comienza con una especie de prólogo en 1980, un año después del cáncer de Clara, la protagonista, y con la celebración del cumpleaños de su tía Lucia. ¿Por qué incluyó ese prólogo para saltar después, inmediatamente, a la vida de Clara a los 65 años?

Kleber Mendonça Filho: Yo tenía 11 o 12 años en 1980, y recuerdo detalles muy específicos de esa década, cierta atmósfera de finales de los 70 y comienzos de los años 80 en Brasil. Me gustaba entonces la idea de recrear recuerdos distantes que todavía llevo conmigo. También creo que los libros y las películas se construyen sobre líneas de tiempo, que tienen cierta manera de lidiar con el tiempo. Si nunca hubiera rodado el prólogo, Clara hubiera tenido desde un comienzo 65 años, que es la edad que tiene en el resto de la película, y difícilmente hubiera podido introducir  en esa línea de tiempo a un personaje muy interesante, que es la tía Lucía, en la celebración de su cumpleaños número 70. Ese personaje automáticamente nos lleva también a otros tiempos: a 1910, cuando nació, o a finales de la década de los 40, que es donde se insertan sus experiencias sexuales que aparecen en la película como recuerdos. Esos saltos, entonces, establecen un espectro de tiempo amplio que permiten jugar con el tiempo mismo. Cuando introducimos a la tía Lucía tenemos acceso, a través del cine, a algunos de sus recuerdos que son disparados por un mueble que está en la sala de la casa, y que después pasa a ser de Clara cuando ella tiene 65. La película, además, abre con fotografías de los últimos años de la década de los 60, con la imagen de edificios construidos en ese entonces y que quedan exactamente en la misma playa y en el mismo lugar donde rodamos la película. Esos edificios todavía existen. Todas estas cosas, estos pequeños detalles y los objetos que señalan una época –los carros, la ropa, las botellas de cerveza, la atmósfera general, el color, la fotografía, la manera en que rodamos esa secuencia– me parece que dan una perspectiva interesante del pasado. Por último, hay algo muy especial en el disolverse de la fiesta en 1980 y una mañana de martes normal en 2015. Clara está escuchando la misma canción que escuchaba en los 80, y ese es otro tema muy presente en la película: cómo la música se convierte en un documento en nuestras vidas, y cómo al envejecer vamos cambiamos alrededor de la música, pero la música sigue siendo la misma.

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Semana.com: Ese personaje de la tía Lucía es muy atrayente. Es una mujer muy hermosa y proyecta una idea de sabiduría y de melancolía. ¿Por qué no la mantuvo, por qué aparece tan poco tiempo en la película?

K.M.F.: Durante la escritura del guion sentí que si era lo suficientemente interesante y fuerte en los cinco o siete minutos en los que aparece, Lucía permanecería en la película como un recuerdo no solo para los personajes sino para el público, cosa que refleja la manera en que extrañamos a las personas que ya no vemos, a las personas que sabemos que se han ido. Creo que es una idea interesante para una película de dos horas y media. Es casi como si uno necesitara a las personas, pero luego ellas salieran de nuestras vidas, se retiraran, aunque no dejemos de recordarlas.

Semana.com: Lo más interesante es que ese personaje permanece en forma del mueble que activa el recuerdo. Ese mueble aparece solo en pantalla varias veces, y con ello se acentúa la ausencia del personaje. Por otro lado tenemos a Clara, una mujer apegada su apartamento, en el que además vive rodeada de otros objetos que apelan a su propio pasado. ¿Qué opina de esas relaciones que los seres humanos establecemos con los objetos inanimados?

K.M.F.: Esa es una de las ideas que está detrás de la trama. Yo quise hacer un uso muy específico de la relación que establecemos con los objetos, y consiste en que ninguna de las cosas que Clara posee –el mueble de Lucía, el álbum de John Lennon y Yoko Ono que Clara adora, Double Fantasy, ni los pedazos de papel, los álbumes de fotos, los libros o siquiera el apartamento mismo– debía ser particularmente costosa. Los objetos están allí donde están precisamente por razones emocionales y personales. Todos tenemos cosas en la casa por las que sentimos cierto tipo de respeto, o que atesoramos de alguna manera. Y esa idea atraviesa la historia. Usualmente los objetos son retratados porque expresan un valor económico. Esa no era mi intención. El énfasis está en la tasa de café que uno adora porque ya lleva tiempo con ella y no se ha roto. Ese es un ejemplo pequeño, pero refleja la idea que yo quería imprimir. El apartamento mismo también es el caso. No quería un apartamento particularmente costoso. Clara intenta quedárselo básicamente porque le gusta y porque quiere reafirmar su derecho a decir “no” en una sociedad democrática.

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Semana.com: Más allá de las lecturas políticas que ha tenido su película, usted trae a colación una problemática urbana muy contemporánea: la homogenización del espacio. ¿Eso es algo que le preocupa?

K.M.F.: Sí, es un tema presente en varias de mis películas: el espacio público carente de personalidad, que se convierte en un producto que viene de la lógica del mercado. Yo creo que la homogenización del espacio es algo extremadamente negativo para la democracia, que afecta el comportamiento humano en una ciudad. Si toda ella está construida con el objetivo de que el mercado funcione como se supone que debe funcionar, indudablemente las personas que habitan la ciudad se convierten en pequeños ratones de laboratorio que reaccionan acorde a la distribución de las trampas. He visto ese fenómeno en varias ciudades del mundo. Latinoamérica está enfrentando ese problema, y ciertamente Brasil tiene ese gran problema. Recife, la ciudad en la que vivo yo, está invadida de centros comerciales, por ejemplo. Es una ciudad tropical muy interesante en la que la gente debería estar afuera, pero todo ha sido condensado en esos malls con aire acondicionado, que venden seguridad y una extraña forma de comodidad. Y cuando los centros comerciales pertenecen además a grandes compañías de medios de comunicación, estos no dejan de insistir en historias sobre violencia y sobre cuán peligrosas son las calles. Eso termina influyendo en cómo la gente es presionada hacia ese modo de vida, que no creo que sea sano ni que garantice un sentido ciudadano en términos de cómo se interactúa con los otros y con la ciudad. Afortunada o desafortunadamente eso es algo que ha llamado mi atención y me perturba. Ahora que tengo hijos no dejo de pensar en cuál es la mejor manera de vivir la vida en una ciudad moderna. Mientras tanto, sigo haciendo mis películas acerca de las cosas que me molestan, para sacármelas del pecho. Aquarius es el producto de mucha observación de la ciudad, y he visto tal vez demasiadas demoliciones, demasiados edificios que se alzan en lugares donde no deberían ser construidos.  El hecho de que yo esté haciendo una película o varias al respecto es solo un síntoma de algo más grande.

Semana.com: Otra película suya, Neighboring Sounds, trata, como Aquarius, la invasión como un subtema. ¿Eso le interesa particularmente?

K.M.F.: El concepto de invasión es extremadamente cinematográfico. Está en los westerns, los thrillers, las películas de terror. No he incursionado en esos géneros, pero es un elemento que surge en mis historias: de alguna forma siempre me encuentro a mí mismo haciendo una nueva película de invasión. Hay mucha tensión en la sociedad, de hecho el mercado vende esa tensión y una idea de que estamos constantemente amenazados. Vivimos en una cultura del miedo, y en definitiva creo que eso cuadra con mis películas, enraizadas en la idea de la vida en sociedad. De Aquarius, además, han surgido varias lecturas. Ya llevo diez meses viajando con la película y he leído mucho de lo que se ha escrito sobre ella. Como Aquarius es sobre una mujer de 65 años que vive sola en un apartamento y que se rehúsa a venderles a unos hombres que todo el tiempo están tratando de penetrarlo, una de esas lecturas tiene una connotación sexual, simbólica, que es muy fuerte. Me parece interesante leer la película desde esa mirada: la invasión del edificio como la metáfora de una violación.

Semana.com: Hablemos de Clara, que es un personaje súper complejo y poderoso. ¿Cómo fue el proceso de construcción de la protagonista?

K.M.F.: Cuando te sientas a escribir un guion tratas de que salga muy bien, no solo en términos narrativos sino en la manera en que cada personaje existe. Clara es mi protagonista, así que tenía que ser un personaje interesante, lleno de matices, de energía, de vida. Después de que mostré la película en Cannes por primera vez dije que hay mucho de mi propia experiencia en la escritura del personaje de Clara. No dejaba de pensar en mi madre, quien murió a los 54 años pero era bastante parecida a Clara. Luego, cuando Sonia Braga llegó a la película, ella trajo consigo su propia energía y experiencia de vida, experiencia con los hombres, sus visiones políticas. Fue una unión muy feliz de varios elementos. Estoy contento, además, con que las mujeres estén reaccionando ante este personaje, y lo más conmovedor es cómo lo han hecho las mujeres jóvenes. Parecería como si las hiciera pensar en lo que es envejecer casadas o solas, y también parece provocarles ideas interesantes sobre qué tan fuertes podemos ser los seres humanos. Yo, como hombre, diría que siento lo mismo, pero lamentablemente desde un mundo totalmente distinto porque la sociedad latinoamericana es muy patriarcal y chovinista. Esa fue otra de las razones por las que sentí que debía construir una protagonista mujer para esta película. Cada vez, y con cada nueva escena, ganaba más sentido que se tratara de una mujer. Lamentablemente en sociedades chovinistas las mujeres enfrentan muchos y más grandes obstáculos todos los días.

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Semana.com: El nombre de la película tiene varios posibles significados: apela al nombre del edificio (que de alguna manera es lo artificial), a la rutina de nado de Clara (que de alguna forma es lo natural), al hipismo de su juventud (es decir al pasado, al tiempo). ¿Qué opina de esas referencias? ¿Quería enfatizar en esos contrastes con esa palabra?

K.M.F.: Todas esas lecturas están. Debo agregar unas más que pueden ser menos evidentes. Los edificios de esa playa, construidos entre los años 30 y los 60, fueron nombrados todos con palabras relacionadas con el agua y con el mar. Aquarius era el nombre del edificio que duró más tiempo sin ser demolido en esa playa. Por otro lado, hacia el final de la película Clara pasa un momento bastante horrible. Justo después aparece ella saliendo del mar, tal vez al estilo James Bond. En la cultura brasilera, y seguramente en la de otros países latinoamericanos, existe esa idea de que bañarse en el mar es como asistir a un ritual de limpieza. Por último, otra cosa muy rara es que cuando Sonia se unió al proyecto y empezamos a hablar de Aquarius me recordó que ella había participado en una de las primeras producciones de teatro del musical Hair, lo que quiere decir que cantó la canción “Aquarius” tenía 19 o 20 años, y como por dos años. De modo que todo resultó estando extrañamente conectado.

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