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EROTISMO Y PODER MAGICO

La trayectoria de John Updike en la literatura norteamericana contemporánea hasta su última novela "Las brujas de Eastwick"

22 de julio de 1985

JOHN UPDIKE. "Las brujas de Eastwick". Barcelona: Plaza & Janes Editores, 1984. 281 págs.
Novelista y ensayista, poeta y cuentista, John Updike (Pennsylvania, 1932) es uno de los escritores más importantes de la actual literatura norteamericana. Su producción, fecunda y ágil, se ha sostenido en una línea ascendente en su calidad literaria. Ganador del premio Pulitzer en 1982, en 1984 publica su última novela, "Las brujas de Eastwick" que ahora aparece en español en edición de Plaza & Janés.
Inscrito dentro de la corriente de los novelistas que a traves de sus obras llevan implícita una postura crítica acerca de los mecanismos de alineación que quebrantan las posibilidades individuales del hombre, Updike ha creado un retrato único, vibrante, honesto y comprensivo de hombre común, en una búsqueda, si no de grandes metas y de realidade ideales por lo menos de una luz natural y de cierto hedonismo sustraido con humor a las inflexibles leyes de la productividad capitalista.
Sus temas pueden ser banales, y sus personajes, cuando los encontramos en sus narraciones, revelan una convencional medianía; es gente que mira el mundo desde una estrecha perspectiva. Esta elección en Updike parece implicar un segundo sentido: es en la observación de estas limitaciones donde el autor encuentra sus grandes vetas de observación psicológica y un lugar común que permite identificarnos con sus personajes que nos reconcilían con el desgaste rutinario de lo cotidiano.
La obra de Updike tiene tanto de autobiográfica que uno puede reconocer en ella la más verosímil y perfecta aplicación de la fórmula de Emerson: "Todos podemos componer una gran autobiografía si cada cual fuera capaz de separar su experiencia personal de la experiencia ajena". Aunque los contenidos cambian de una experiencia a otra, Updike es un escritor, un intelectual; sus personajes son representantes del "hombre medio sensual". Así surge Harry Amstrong, en 1960, el "Conejo" de "Corre, corre, conejo" salido de las canteras mismas de la vivencia, pero transformándose en héroe --o antihéroe-- de una ficción que viene a acuñar una imagen fiel de hombre de la época aún aferrado a los atributos de la juventud, vacilante e incómodo ante las nuevas responsabilidades para las que la sociedad lo llama. En 1972 el "Conejo" reaparece en "El regreso del conejo" expresando esta vez la tensión que se vive en una atmósfera de conflicto; son aquellos años de hipismo, de protestas antibelicistas, de rupturas culturales y de nuevas actitudes que llevan al punto más alto el drama en tránsito de una generación.
Obstinado en su fidelidad a un personaje que no cesa de revelar sus nuevas cualidades, en 1982 aparece una vez más el "Conejo", en "Conejo es rico". Aquí Harry Amstrong está a punto de cumplir los cincuenta, corre el año de 1979, en plena época de Carter y ya está de vuelta de muchas batallas. Ahora Harry "Conejo" Amstrong ha logrado una estabilidad económica, regresa al lado de su ex esposa y trabaja con la firma de distribución de autos japoneses de su suegro. Reduce su ritmo y se enfrenta al significado de una lucha generacional con su hijo Nelson, displicente representante de una juventud con cara de pocos buenos amigos. Aunque la trama aquí se desarrolla en lentos círculos ascendentes, su interés se encuentra más en el "cómo" suceden las cosas que en el transcurrir de las mismas.
El hombre sensual
No es raro que sus puntos de vista acerca de sus personajes, sobre los cuales Updike delinea sus novelas, ricas en panoramas sociales, hayan sido impugnados con juicios morales perentorios, juicios que señalan a Updike como "pornógrafo del matrimonio" o cronista de los ritos de acoplamiento de la sociedad opulenta. Lo cierto es que el hecho de expresar los sueños y las frustraciones de las parejas, sus acercamientos, sus romances y sus cópulas, implica el riesgo de ser combatido por un puritanismo dispuesto a ver obscenidad en el interés romántico que anima esta parte de la mejor literatura actual. Y si los llamados de los sucesos crudos de la realidad han de ser escuchados por el artista, él ya no podrá ser ajeno a su expresión; Updike los asume con enorme destreza. "La obligación de los artistas --declaró Updike en alguna ocasión-- cuando tratan esos temas, como el del sexo, por ejemplo, es no dejar de ser explicitos, pero si esmeradamente sensibles hacia la compleja satisfacción de los humanos".
Es cierto que la narración de Updike está centrada en un sector de la clase media norteamericana, pero aquí se hace claro una vez más aquello de que lo más local es lo más universal.
Updike es ya un clásico de las letras contemporáneas. Basta seguir, por ejemplo, los pasos de los Maple en "Donde termina el camino" (Bruguera, 1982) en cuyo prólogo Updike escribió: "Los Maple son timidos, alegres, insatisfechos. Se gustan mutuamente y son un misterio el uno para el otro. Uno de ellos suele sentirse ligeramente indispuesto, y el vaivén de sus deseos eróticos rara vez llega a equilibrarse". Sin embargo, hablan y con más facilidad que otros personajes a los que ha servido de intermediario el autor. Una tribu recluida en un valle generará entre sus individuos, un acento, luego un dialecto y finalmente una lengua propia, lo mismo hace una pareja. Erotismo y lenguaje, lenguaje erótico y fantasía conviven en una clave sutil y necesaria para comprender los avatares del amor y la fidelidad, los celos y el terror. Terror aquí ligero pero que se hace presente en una forma mucho más rotunda en su última novela, "Las brujas de Eastwick".
Aquí Updike, aunque, conserva los mismos destellos de humor, de gracia e ironía, su relato ahora está transfigurado por el claroscuro de una atmósfera, hasta antes ausente en su obra: en "Las brujas de Eastwick" el tema está sometido a una cierta prueba de esoterismo: sus personajes han salido de los previsibles límites de la pura y ordinaria realidad. Jane Sukie y Alexandra son mujeres con poderes mágicos, que con sus actos de brujería pueden trastornar el curso natural de las cosas. Pero aquí la presencia de las brujas más que encarnar una tradición hechicera, pareciera que fuera una metáfora de los poderes del deseo manifiestos y convertidos en acontecimientos exteriores, que exigen del lector un grado mayor de credulidad. Pero lo determinante es cómo el orden realista de la narración lentamente va transformando una atmósfera en una tensión sobrecargada cuando aparece un extraño hombre, sobre el que las tres brujas convergen en un juego de poderes mágicos y de deseos eróticos que resultan alucinantes, alucinantes y estremecedores.--
Enrique Pulecio Mariño