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ESTUDIO ABIERTO

Durante quince días Luis Caballero le muestra al público cada paso de su mayor obra.

8 de octubre de 1990

Las galerías de arte se abren de día. Durante la noche, las obras duermen en silencio. La Garcés Velásquez, en plena calle de bohemia, al parecer se contagió del ritmo de salsa y del son cubano que se filtran por las paredes, en la carrera quinta de Bogota, hasta las primeras horas de la madrugada.
El pintor trabaja en su estudio. Completa la muestra y luego la lleva al salón donde la mirada de críticos, curiosos compradores juzgara cada trazo y cada composición. Pero ahora, por primera vez en la historia de la plástica en Colombia, un artista acepta trasladar una tela en blanco, sus herramientas de trabajo, sus sentimientos y su inspiración hasta una galería, para crear y darle forma a sus ideas allí y no en su entorno de siempre.
Nunca antes el público del arte había tenido la oportunidad de observar, cada día, la mágica transformación de un cuadro, desde el blanco puro del primer momento, hasta la hora culminante en que la firma sobre el lienzo asegura que no hay nada que agregar. Luis Caballero aceptó. Dejó en silencio su estudio de París, donde han transcurrido dos terceras partes de su vida artística, y se hizo al ambiente de la Galería Garcés Velásquez, en la que actualmente se dispone a realizar la obra más grande de su historia.
Durante quince noches, a partir del pasado 3 de septiembre, Caballero estará, carboncillo en mano, dedicado al "gran arte", como él mismo lo ha llamado. Estara dibujando una gran obra que es, para empezar, una obra grande. "Un cuadro de gran tamaño, asegura el pintor, que permite, más que otro formato, una reflexion plástica completa. Un cuadro en el cual "quepa" físicamente todo lo que siempre he pintado: el hombre solo, vivo, muerto, sufriendo, amando, a la vez bello y terrible, y en su relacion con otros hombres, de deseo o de compasión".
De seis de la tarde a diez, o a once, o a doce de la noche, Luis Caballero se encerrará en el salón principal de la galería para dibujar -porque lo que está haciendo es más un dibujo que una pintura-. Frente a él tiene un gran telón. Poco más de 50 metros cuadrados de tela que esperan el roce del carboncillo. Al lado, una escalera metálica, un enorme cenicero y un andamio de maestro de obra. Detras, un colchón con tres cojines color terracota, un calentador de ambiente para desafiar el frío de las noches bogotanas y un espejo de tamaño mediano. Nada más. Quizás una greca y dos pocillos tinteros. Uno para él y otro para su modelo... el que ocupa el colchón y acomoda los cojines color terracota para dar forma a su cuerpo desnudo. El que obedece con paciencia las órdenes del artista. El que es capaz de permanecer inmóvil mientras Caballero plasma en el telón un detalle preciso que no quedo en alguno de los quince bocetos que trabajó previamente.
Nadie más está presente. Si alguna cámara curiosa logra colarse es la excepción. La excepción indispensable para confirmar la regla de Caballero de trabajar en soledad. "Porque en los actos íntimos, como píntar, no caben los extraños". Incluso del modelo, indispensable para su obra, podría decirse que es un "colado". En París los modelos acuden al estudio de Luis Caballero durante el día. El los dibuja en hojas sueltas. Luego se van y dejan al artista en la soledad que necesita para pasar del boceto al lienzo los motivos humanos. Esto sucede en las horas nocturnas. Caballero pinta de noche para no tener una disculpa que le permita eludir su responsabilidad. "A las cuatro de la mañana no suena el teléfono ni llaman a la puerta, asegura. No hay nada para hacer, excepto trabajar. Tiene que ser así porque pintar exige un gran esfuerzo de mi parte. No es el goce supremo que todos imaginan."
Caballero no es el pintor extrovertido que encaja fácilmente en la idea de trasladarse con toda su imaginación desde su estudio en París hasta una galería en Bogotá para pintar cada noche y permitir que el público lo critique, lo alabe o lo envidie al día siguiente, durante el transcurso de su obra. Pero lo hizo, a pesar de estar seguro de que pintar descalzo es más fácil en casa, porque le encantan los desafíos. Y pocas veces en su vida de artista había encontrado tantos desafíos juntos como ahora. Pintar en un sitio ajeno significa separarse por un tiempo de la maraña de manías y de costumbres que le proporciona su entorno natural. Pero si el hecho de pintar como inquilino es de por sí un buen desafio, las otras novedades a las que ha tenido que enfrentarse pasan ya al campo de los problemas. Problemas que a Caballero le fascina resolver, porque está seguro de que así se despierta más fácilmente su capacidad creadora.
El gran tamaño de la tela que tiene enfrente es un problema. El artista estaba acostumbrado a formatos más pequeños y, por lo general, verticales. El de ahora tiende a ser cuadrado. Entonces, debe asumir que las proporciones cambian. Debe entender que treparse en un andamio para dibujar la parte superior de su cuadro le impide observar calmadamente el conjunto. Así mismo, debe ajustar su paciencia a los inconvenientes que puedan proporcionarle los materiales que encontró en esta ciudad, que no son los mismos con los que ha realizado sus pinturas en los últimos veintiún años en París.
El mayor desafio es comprender que el 21 de septiembre habrá terminado su residencia en la Garcés Velásquez, pues desde antes del primer trazo se había anunciado que las puertas de la galeria se abrirían de par en par ese viernes -como en efecto se abrirán-, para que el público pueda contemplar el gran "mural" de Luis Caballero. "Trabajar con un plazo fijo es una gran presión, anota el artista, pero las presiones motivan" . Y lo que más lo motiva, definitivamente, es saber que está pintando en un recinto que anteriormente fue una iglesia. Saber que donde está su cuadro estuvo antes el altar mayor de un sitio sagrado. Ahí estarán, en carboncillo, cuando se venza el plazo, los desnudos de Caballero, representando las diversas tensiones que puede haber entre dos o más cuerpos, entre dos o más personas. Y estaran con la suficiente intensidad dramática como para hacer de ellos, en su conjunto, una imagen sagrada, que es lo que siempre ha perseguido el pintor.
De manera que, con esta contravención a las reglas tradicionales de pintores y galeristas, el público podrá conocer la evolución de un cuadro etapa por etapa y así logrará responderse esa pregunta que siempre se hace cuando contempla una obra que en adelante permanecerá fija entre el marco. Caballero, por su parte, habrá dado una puntada más en su propósito de lograr su gran de safio de juventud... "Lo único que me importaba de joven, explica, era pintar mejor que Antonio, mi hermano, el periodista". Parece que lo ha logrado.