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EXPRESO AL PASADO

El reciclaje de las antiguas estaciones del ferrocarril logra incorporar al presente una parte importante del patrimonio arquitectónico nacional.

26 de junio de 1995

EL SUEÑO DE UNA RED DE FERROCArriles nacionales que recorriera con su halo de modernidad la atávica Colombia de principio de siglo, aunque se alimentó por muchos años con trabajo, millones de pesos y centenares de obreros muertos, sólo fue flor de un día. La década de los 20 protagonizó ese corto período donde parecía que al fin la locomotora había instaurado su reinado de hierro, progreso y vapor, ganándole la batalla final a las montañas, las víboras y toda clase de dificultades. Sin embargo, este sistema de transporte se mostró obsoleto ya para los años 30 y tuvo que rendirse primero ante la contundencia práctica del automóvil y luego por las ventajas insuperables del avión.
Como conclusión de esta etapa épica, muy pronto sólo quedaría la gran cicatriz metálica de la carrilera, cada vez más inútil en un país que se dio el lujo de echar por la borda semejantes esfuerzos humanos y económicos. Y al lado de ésta, se dio el naufragio de centenares de estaciones pequeñas y anónimas, todavía mucho más inútiles y descontextualizadas después de que la mula de hierro del ferrocarril había dejado de respirar.
Sin embargo, el conjunto de estas estaciones había logrado consolidar un episodio, aunque sencillo, definitivo en la historia de la arquitectura nacional. Además, cada una de ellas era un símbolo visual y urbanístico de los diferentes municipios en los cuales se erigían.

RECICLAR NO ES MOMIPICAR
Ante esta realidad, en 1992 la Subdirección de Patrimonio de Colcultura y su directora Olga Pizano, decidieron crear el original programa de Reciclaje de las Estaciones del Ferrocarril.
El proyecto partía de una ecuación simple. Aunque con contadas excepciones las estaciones del ferrocarril hacían parte de la arquitectura monumental de la Nación (como la de Cisneros en Medellín y la de la Sabana en Bogotá). sí se habían consolidado como una expresión sus generos de la arquitectura colombiana. Porque si es difícil encontrar unidades estilísticas en todas estas construcciones realizadas entre 1890 (cuando se construyó la de Apulo, la primera del país) y 1961 (cuando se erigió la de Aracataca, la estación más moderna) todas se realizaron bajo los preceptos de la vanguardia de la construcción del momento. Gracias a ellas se utilizaron, por primera vez en Colombia, materiales tan novedosos para la época como el zipc y el hormigón para estructuras. Pero a estos elemeritos modernistas se unieron también técnicas, materiales y modelos autóctonos. En el Valle del Cauca, por ejemplo, se evolucionó a la construcción de un segundo piso central, mientras que en Antioquia se hicieron corredores exteriores, propios de la arquitectura paisa en general.
Además, estas estaciones siempre habían liderado y a veces creado el proceso urbanístico de los distintos municipios donde se encontraban y eran reconocidos como edificios claves de estas poblaciones, incluso en el caso de hallarse completamente deteriorados. Por otra parte, Colcultura consideró el factor de que ya eran absolutamente inútiles para su fin inicial, y que Ferrovías ya no las necesitaba.
Y como era imposible en muchos casos una restauración, se decidió crear un programa de reciclaje. Este consistía en que las estaciones eran cedidas en arrierido por parte de Ferrovías a las alcaldías o particulares interesados en darles un uso comercial o comumtarlo a cada una de las estaciones, siguiendo las pautas determinadas por un grupo de arquitectos de Colcultura, coordinados por Alberto Escovar.
La idea fue muy bien recibida por los municipios y en tres años ya son 230 las estaciones adecuadas a actividades como clubes sociales, restaurantes, guarderías, juntas de acción comunal, microempresas y a cuanta cosa decidan los pobladores del lugar.
Esta primera etapa del proyecto se encontró a veces con la dificultad de que los alcaldes no se animaban a invertir esfuerzos económicos y humanos en un inmueble que no les pertenecía. Pero a partir del mes pasado, Ferrovías puso a la venta estas estaciones y las ofertas de las alcaldías comenzaron a llegar.
Este sistema es un programa bandera en Colombia que ha logrado crear un nuevo concepto en la recuperación del patrimonio arquitectónico, no sólo por haberse centrado en edificios no monumentales, sino por la vinculación de la comunidad. El pasado no es sólo cosa de museos y este tipo de reutilización de los espacios han vuelto vital un proceso que en otros casos habría terminado en una momificación estéril. Además ha logrado ir más allá de las buenas intenciones, pues aparte de las estaciones recicladas, se ha realizado un inventario detallado en 110 municipios de 400 de estas construcciones cuyas soluciones prácticas y estéticas tienen mucho que enseñarle a la arquitectura moderna nacional.

LAS QUE SE FUERON
EL HABER logrado declarar patrimonio nacional a este conjunto de estaciones es un instrumento único para salvar a estas construcciones de su deterioro total e incluso de su demolición.
Pues este tipo de estaciones sin muchos pergaminos y aparentemente sin posibilidades de engancharse a la vida moderna después de haberse acabado el ferrocarril, su única razón de ser, han sido presa fácil de la barbarie demoledora que, en nombre del progreso, sólo las ha considerado estorbos.
A nivel internacional existen casos patéticos como la demolición de espacios asombrosos y símbolos de un siglo como las estaciones Montparnasse de París, sin hablar de la Pennsylvania Station en Nueva York, considerada por muchos una de las más grandes pérdidas de la arquitectura continental.
Pero si por allá llueve, en Colombia no escampa. La demolición de la estación de Popayán, por ejemplo, es bastante curiosa, por tratarse de la ciudad modelo de la restauración y la conservación del patrimonio nacional.
Sin embargo, en 1968 fue dinamitada su estación central, sin ningún tipo de escrúpulos.
A esta se le une también la demolición de las estaciones de Ibagué (para construir una terminal de transporte), la de Tuluá (para ampliar una importante vía de esa ciudad), La Matuna de Cartagena y las estaciones del sur y noroeste de Bogotá. Con el reciclaje de las estaciones Colcultura espera que la destrucción de este patrimonio se acabe.