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FESTIVAL DE PELICULA

Cartagena demostró que el cine latino no está tan grave como dicen.

12 de abril de 1993

CUANDO NO CONsigue trabajo como escritor independiente
en las agencias de publicidad, Oliverio se dedica a declamar poemas propios y extraños a los transeúntes y a los desprevenidos conductores de auto que paran en las esquinas, a cambio de alguna colaboración. Es su medio más romántico de sustento diario.
La descripción de Oliverio, protagonista de la película argentina "El lado oscuro del corazón", dirigida por Eliseo Subiela y una de las más aclamadas durante la XXXIII edición del Festival de Cine de Cartagena que acaba de culminar, puede ser también una especie de parábola para referirse a la situación actual del cine latinoamericano.
Un cine acostumbrado desde sus comienzos a vivir a la sombra de la muerte, pero que a la vez es capaz de maldecirla y de reírsele en la cara; de burlarse y de salir airoso, por medio de mecanis mos no menos románticos que los del poeta de Subiela.
De otra manera no se puede explicar que en la cumbre de una de las peores crisis en la historia del cine mundial, las pro ducciones latinas estén ofreciendo serios indicios de madurez, tanto en el contenido como en la puesta en escena, en varias de las muestras en competencia. Entre ellas: "Perfume de gardenias", del director brasileño Guillermo de Almeida, quien fue una de las mayores atracciones del festival; "Como agua para chocolate", del mexicano Alfonso Arau; "Fin de round", del venezolano Olegario Barrera; "La frontera", del chileno Ricardo Larraín; "El lado oscuro del corazón", de Subiela; e incluso "Palomita blanca", del chileno Raúl Ruiz, que logró exhibirse casi 20 años después de su realización con algunos problemas de sonido que la hicieron indigerible para el público, pero que es un testimonio profundo de la vida cotidiana chilena en el año que Salvador Allende fue elegido presidente.
Todas ellas son ejemplo de un cine que va dejando atrás el tremendismo que lo caracterizaba hace 20 años y que, sin caer en el olvido de su identidad, se ha lanzado a la búsqueda de nuevos valores artísticos, más universales, más aptos para abastecer el mercado internacional. De los muchos largometrajes de antaño, varios de ellos verdaderos documentales, otros casi panfletarios sobre la historia política de Latinoamérica, se ha pasado a un estilo mucho más cuidadoso de la imagen y del relato, en donde una simple anécdota se convierte en la fuente creadora de maravillas. De esta forma, el gran cine latino ya no es aquel producto ex clusivo de intelectuales, sino que -sin perder el virtuosismo se ha abierto a un público masivo.
Sin embargo, paradójicamente su problema recae en el hecho de que ese público masivo se está agotando, no sólo para Latinoamérica. De hecho, la superpotencia cinematográfica de los Estados Unidos ha descubierto como un suceso palpable, que cada día las salas de cine son menos visitadas: el poder de la televisión por cable está absorbiendo a los espectadores.
Por eso, dentro de las múltiples propuestas que surgieron durante el festival en busca de una salida a la crisis del cine latino, una de las que ganó más adeptos fue la lanzada por el director del cine cubano Julio García Espinosa, en el sentido de conciliar el cine con la pantalla chica. En su opinión, la televisión (la tecnología) debe ser tomada simplemente como un paso más en la evolución del séptimo arte, de la misma manera en que fue aceptado el sonido y luego el color.
Aunque para muchos, esta alternativa no es otra cosa que el certificado de defunción del cine, para otros esta conciliación de lenguaje entre cine y televisión es lo único que puede sacar a las producciones latinas de su anonimato. Más cuando ya de sí las grandes cadenas de TV Cable en Estados Unidos y en Europa están viendo con buenos ojos la adquisición y promoción del cine de habla hispana, pues los primeros intentos han tenido un éxito cada vez mayor en el público televidente de otras latitudes.
Tanto que, además de los acuerdos de coproducción, que se han eregido como la única alternativa para hacer cine latinoamericano, la entrada de la televisión por cable en el negocio está a las puertas de ser una realidad. La razón: los dividendos del sistema de cable son tan grandes que 11 fácilmente pueden comenzar a financiar sus propias producciones; entre otras cosas, porque la exigencia de una programación variada, así lo requieren. En Colombia ya existe la propuesta. Sólo falta organizar y ajustar presupuestos y mecanismos de acción.
Lo cierto es que para los asistentes del festival de Cartagena a juzgar por las películas en competencia-, el cine latinoamericano merece todos los esfuerzos posibles para salvarlo; así toque venderlo en las esquinas, como los poemas de Oliverio en la cinta de Subiela.~