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Una selección con lo mejor de los músicos invitados interpretó el martes en la noche en la iglesia de Santo Domingo los seis Conciertos de Brandemburgo de Bach. Estuvieron bajo la batuta del inglés Stephen Farr, reconocido clavecinista y organista.

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Festival de dos mundos

Entre aplausos por la calidad de sus invitados y el nivel de sus interpretaciones terminó la quinta edición del Festival de Música de Cartagena. El acceso a la boletería, único lunar. Por Emilio Sanmiguel

15 de enero de 2011

En el Festival Internacional de Música de Cartagena conviven dos mundos. A lo largo de más de una semana de actividades las dos caras del más importante evento musical del país miraron para su propio lado, pero parecieron no encontrarse una con la otra.
El primero de esos mundos, el de los conciertos ‘oficiales’, tuvo por escenario el Teatro Heredia, la capilla del antiguo Claustro de Santa Teresa, los templos de Santo Toribio y Santo Domingo en la ciudad amurallada, y, por público, lo más granado de la dirigencia político-empresarial del país y el jet set criollo.
 
El epicentro del segundo fue la Escuela de Artes Unibac, en la Plaza de San Diego, que durante el mismo lapso albergó lo mejor del talento musical juvenil colombiano, seleccionado a lo largo de jornadas de audiciones en todos los conservatorios del país. El edificio se convirtió en un enorme conservatorio donde, desde las primeras horas de la mañana y hasta la noche, los artistas internacionales impartieron, de manera gratuita, clases magistrales a los jóvenes talentos a lo largo de jornadas extenuantes. El fruto de este trabajo se pudo apreciar la tarde del pasado viernes en la Sala Pierre Daguet de Unibac ante un auditorio de aficionados y estudiantes de música, porque un evento de estas características está por fuera de los intereses de las personalidades del primer mundo.

En el medio se desarrollaron los conciertos populares, que tuvieron por escenario la Plaza de la Trinidad en Getsemaní y la de San Pedro Claver. Fueron eventos multitudinarios que materializaron el compromiso de la organización con la ciudad que acogió la quinta edición del Festival. Se desarrollaron exitosamente, en horas de la noche con entrada libre, y presentaron una atinada selección de lo mejor de la programación oficial.

Festival Bachiano

Esta quinta edición honró la figura del más grande genio musical de todos los tiempos: Johann Sebastian Bach (1685-1750), con dos apuestas decididamente audaces. La primera fue la interpretación de la extensa y compleja Misa en si menor, presentada en el Teatro Heredia el pasado jueves y el viernes en San Pedro, con un equipo de solistas que incluyó a la prestigiosa soprano norteamericana Dawn Upshaw, a la orquesta City of London Sinfonia, al talentoso tenor colombiano Hans Mogollón y al Coro de la Ópera, todos bajo la dirección del británico Stephen Layton, titular de la City of London Sinfonia. Layton demostró que parte del éxito artístico estriba en contar con una orquesta y un director decididamente versátiles, capaces de ir con igual idoneidad al repertorio del siglo XVIII que al contemporáneo.

La segunda no fue menos arriesgada: programar, la noche del martes en la iglesia de Santo Domingo y la mañana del miércoles en la capilla de Santa Clara, la integral de los Conciertos de Brandemburgo, faena que implicó conformar una especie de Selección Cartagena de 23 músicos, lo mejor de los artistas invitados, quienes en un alarde de idoneidad recorrieron la colección de conciertos de Bach que mejor resume las tendencias del concierto barroco de los siglos XVII y XVIII.

De obras e intérpretes

Como es apenas natural, en medio de un resultado positivo en general, cada jornada las trajo de cal y arena. Así, la buena interpretación de la Cantata del Café, de Bach (Teatro Heredia, 8 de enero), una obra de refinado humorismo, no fue recibida con el suficiente entusiasmo por la ausencia de subtítulos o la traducción de sus textos, en tanto que minutos más tarde el Quinteto en la mayor de Dvorak, una partitura exigente y compleja, resultó clamorosamente ovacionada por un público que, aunque definitivamente no era el más conocedor, intuyó bien lo que acababa de ocurrir en el escenario. Por otros lares, la Partita número 3 para violín solo de Bach (capilla Santa Teresa, enero 10) resultó excesivamente ardua para el auditorio, en tanto que el Concierto para piano y trompeta de Shostakovich (Teatro Heredia, enero 10), una obra de melodías angulosas, armonías audaces y giros inesperados, subyugó por completo a los asistentes, que valoraron a tope la interpretación del pianista Anton Nel y del trompetista Nicholas Betts.

Obras programadas para triunfar lo consiguieron, como el Concerto grosso op. 6 n.º 9 de Händel y la Serenata de Tchaikovsky (Teatro Heredia, enero 10) y el Concierto n.º 4 de Beethoven (Teatro Heredia, 15 de enero), mientras que las expectativas que despertaba el Trio de Maurice Ravel (capilla Santa Teresa, enero 9) no fueron colmadas pese a la impecable actuación del violinista Arnaud Sussmann y la chelista Kristina Reiko Cooper, pues el pianista Stephen Prutsman –paradójicamente director artístico del festival– no consiguió el tono de absoluta objetividad que demanda esta obra maestra del denominado ‘impresionismo camerístico francés’.

En el medio de una selección de músicos, en su inmensa mayoría excepcionales, brillaron con luz propia el pianista neoyorquino de ancestro oriental Frederic Chiu, el chelista Gary Hoffman y el Cuarteto Brentano.

Una boletica, por el amor de dios…

Sobre el festival, sin embargo, voló este año una sombra amenazante: el asunto de la boletería, cuya adquisición fue juego de niños para los grandes patrocinadores, que por derecho propio tuvieron acceso a las mejores localidades, como ocurre en todos los grandes festivales del mundo. Tras ellos la prioridad fue para los patrocinadores menores, al fin y al cabo apoyan el evento, así su ‘mecenazgo’ no alcance para presidir palcos en el Heredia. Luego vinieron las personalidades de la política, algo de farándula y finalmente las estrellas del jet set criollo, cuya gracia es existir y adornar como en el siglo XVIII palcos y lunetas. Porque el aficionado raso, el que sencillamente adora la música, no tuvo cabida este año, aparentemente por un sistema de distribución de boletería que no funcionó y ocasionó la casi total ausencia de melómanos en un evento que no debería hacerlos de lado.

En ese melómano promedio persistió la idea de que quien no posea ‘vara alta’ no consigue localidad en los conciertos, así lo implore de rodillas y ‘por el amor de Dios’, argumento que rechaza de plano Julia Salvi, fundadora y presidenta del evento, quien a su favor considera que en el futuro el sistema de distribución y adquisición de la boletería tiene que ser revisado a fondo para evitar justamente la ausencia de melómanos sinceramente interesados en el asunto musical.

En resumidas cuentas, el V Festival Internacional de Cartagena terminó con un saldo definitivamente positivo. El reto en el futuro es que las dos caras de la misma moneda encuentren espacios comunes, que el melómano promedio sea tenido en cuenta y que el experimento, por supuesto, ¡siga adelante!