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t‘Homenaje a Duchamp’. Óleo sobre lienzo, 1989

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Fiesta para los ojos

Una recopilación de más de 20 años de trabajo del pintor colombiano Helberth Ortiz.

Luis Fernando Afanador
13 de mayo de 2006

Helberth Ortiz
Opus Nigrum
Icono, 2005
69 páginas

H­elberth Ortiz, pintor: nunca antes había oído hablar de él. Les pregunté a algunas personas más enteradas que yo de lo que ocurre en el mundo del arte; tampoco. Esta anécdota viene a cuento porque llegó a mis manos un libro de Ícono, una editorial colombiana nueva, con pinturas suyas que de inmediato me emocionaron por el manejo del color: me gustan los pintores para quienes el color es primordial. Quise reseñarlo pero me encontré con varios obstáculos: no había una biografía del pintor -no sabía si estaba vivo o muerto-, no se aclaraba si el libro era una selección o su obra completa. Acudí entonces al editor para reclamarle sus errores, pero me desarmó: Ortiz no quiso que apareciera ninguna información adicional a lo que pudieran decir los cuadros por sí mismos. A duras penas le aceptó incluir dos comentarios elogiosos de los críticos Eduardo Serrano y Francisco Gil Tovar. Lo que sigue, entonces, es una reseña del libro complementada con una entrevista personal con el pintor. (Llegar hasta el misterioso pintor fue una larga e interesante historia para contar en otra ocasión).

Opus Nigrum es para Ortiz un balance de 20 años de trabajo. En él, se reflejan muy bien las exploraciones estilísticas que durante todos esos años ha realizado en busca de consolidar un lenguaje propio: "Uno empieza a madurar después de los 50". Sus cuadros oscilan entre lo figurativo y lo abstracto, aunque esto es algo secundario; lo que realmente le interesa es el color que descubrió con los expresionistas Jackson Pollock y Mark Rothko: la alegría de transmitir un choque emocional que sumerja al espectador en la pintura, y la libertad de no tener que contar historias, sólo emociones. Eduardo Serrano lo define como un pintor puro que hace "pintura pictórica", es decir, que no le interesa lo escultórico, el volumen y los valores propiamente plásticos, sino únicamente lo que tiene que ver con el color y el colorido: la luz, el tono, el movimiento del pincel.

Las mujeres son un tema dominante en su pintura. Las mujeres, más por su poder expresivo que por su erotismo. Bien puede ser una anciana o una madre: la capacidad de inspiración de lo femenino y su carga visual le parecen cargadas de unas posibilidades infinitas que no tiene lo masculino: "Un desnudo en un cuadro de Caballero se limita, como él mismo lo decía, simplemente a lo erótico". La imagen femenina tiene para él un poder de seducción permanente, ya se trate de una modelo en un champú o de la Mona Lisa. "Por eso la mujer es tan explotada en la publicidad". Su otro tema recurrente es la naturaleza, y en ella, la selva y el mar -"el mar de la fertilidad"- que con sus formas múltiples estimulan la imaginación hasta límites inconcebibles: "Uno no sabe a dónde va a llegar y dónde se puede perder en un estilo". Es consciente de que la exploración permanente y el miedo a repetirse tienen sus riesgos: esa fue la perdición de su maestro Jackson Pollock, que terminó muriendo trágicamente porque no encontró nada nuevo que explorar.

A Ortiz no le preocupa ser un pintor en tiempos de arte conceptual, instalaciones y videos. Piensa que se trata de una moda -en Colombia, por lo demás, derivativa- parecida a la que hubo en la primera Edad Media cuando el trabajo manual y artesanal fue despreciado por los teóricos humanísticos. Piensa que detrás de tantos conceptos lo que hay es una vergüenza por la pintura, como si ésta no hubiera tenido un papel preponderante en la historia del arte: "¿Por qué hay que justificar con tanta verborrea una expresión artística?". No por azar dijo Francisco Gil Tovar que "la obra de Helberth Ortiz se inscribe en la más pura tradición del arte de la pintura".

Mientras pasa la moda, prefiere aferrarse a la sabiduría de Matisse: volver al ejercicio primario de la pintura reducida a sus mínimos elementos, recuperar su inmediatez y la emoción de su mirada infantil. Y seguir "en el ejercicio de la espátula con regusto por la materia". Seguir en el color.