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Las imágenes son un elemento fundamental para generar empatía entre los estudiantes y la historia de las comunidades afectadas por la guerra. | Foto: Esteban Vega

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Caja de Herramientas, una apuesta por la educación para la paz

Con el conjunto de materiales, presentados en la FILBO, los maestros pueden debatir la memoria histórica del conflicto armado en el aula escolar.

2 de mayo de 2016

Cuando en el Centro de Memoria Histórica surgió la idea de crear un instrumento pedagógico con el que los jóvenes se sensibilizaran frente al conflicto, María Emma Wills, la gran articuladora del proyecto, se encontró con varios obstáculos. Por esa época el gobierno nacional había dado la directriz de transformar el lenguaje relativo a la guerra omitiendo la palabra conflicto armado y reemplazándola por terrorismo. Además, en un contexto de frecuentes combates entre los actores armados y la fuerza pública, involucrar en la discusión a las escuelas, a los maestros y a los jóvenes podía ponerlos en riesgo.

Una vez los diálogos de paz con las FARC comenzaron y el conflicto desescaló, la idea de María Emma, asesora de la dirección de este centro, y su equipo empezó a tomar forma. “Yo era muy consciente de que nuestros informes –los que produce el Centro sobre los hechos violentos ocurridos en el país- eran un poco ladrilludos y que difícilmente iban a llegar a las escuelas, entonces debíamos ingeniarnos una manera de llegarle a los jóvenes y a los maestros”, cuenta. Para que las nuevas generaciones se comprometieran a transformar el país y generaran en su día a día condiciones para la paz, el equipo de trabajo, compuesto por investigadores del Centro de Memoria y de varias universidades, ONG’s y una serie de diseñadores, convocó a varios maestros de ciudad y de región para diseñar la herramienta con que alcanzarían su cometido.

La fase exploratoria resultó enriquecedora. El equipo encontró que para elaborar tal instrumento era necesario partir de la cotidianidad de los maestros y no de un marco teórico muy elaborado. Por el contrario, debían tomar como punto de partida las memorias que ellos mismos tenían de la guerra –tanto en el territorio como en el cuerpo- y definir las técnicas con las que lograrían que los alumnos de todo el país se identificaran con esos relatos. Así mismo, era inevitable convencer a los maestros de que mientras los esquemas racionalistas continúen siendo el modelo educativo por excelencia, la educación en Colombia no podrá contribuir a la construcción de paz. Solo en esas condiciones los jóvenes emprenderían el viaje hacia la memoria histórica del país que el Centro de Memoria tanto anhelaba.

“El currículum escolar está muy pensado en contenidos universales. Por ejemplo, en grado once suelen enseñarles a los jóvenes qué es la globalización sin pasar por las formas que adquiere la globalización en el territorio, entonces los chicos no hablan de sí mismos sino de unos conceptos abstractos”. A esta conclusión llegó Lorena López, la profesora de ciencias sociales del colegio Jaime Garzón, ubicado al sur de Bogotá entre las localidades de Bosa y Kennedy. Tiene 23 años, es abogada y lleva año y medio dando clases en colegios públicos del país a través del programa Enseña por Colombia, una organización sin ánimo de lucro que invita a profesionales de todas las áreas a compartir por dos años su conocimiento con los jóvenes más necesitados del país.

Lorena llegó al Jaime Garzón apenas hace ocho meses y, sin embargo, fue una de las más interesadas en aplicar la Caja de Herramientas con sus tres cursos de once. “Me motivó saber que desde Bogotá también podía hacer una labor social: cultivar la empatía y promover la cultura de paz en niños que rara vez han tenido de cerca la guerra”, dice.

Hasta el momento, la Caja de Herramientas, el instrumento que resultó de los talleres entre los investigadores del Centro de Memoria y maestros de diferentes regiones del país, se ha aplicado desde el último semestre del año pasado en los grados décimo y once de 21 colegios públicos y privados del país, y 87 instituciones educativas han pasado por la fase exploratoria del proyecto. Chocó, Antioquia, Cauca, Nariño, Huila, Arauca, Bolívar y Bogotá son algunos de los territorios a los que ha llegado.

El material está dividido en siete componentes dentro de los que se destacan un manual introductorio para los maestros y dos libros textos para los estudiantes. El manual Los caminos de la memoria les explica a los maestros el sentido de hacer memoria en un país como Colombia, lo diferente que resulta pensar el pasado desde la memoria y no simplemente desde la historia, y cómo entretejer las memorias y experiencias personales con los relatos colectivos de los territorios, especialmente con los de aquellas comunidades que han sufrido la guerra.

Para los alumnos existen dos tomos en los que a partir de casos icónicos de la violencia armada del país como la masacre de El Salado (Bolívar) y la de Bahía Portete (La Guajira) se abordan problemáticas comunes a todo el conflicto colombiano y cruciales para un eventual posconflicto tales como la redistribución de la tierra y la discriminación étnica y de género. La gran novedad de este año es Un largo camino, el cuento infantil para alumnos de primaria que ahora incluirá la caja.

Los tomos de El Salado y Bahía Portete no son libros escolares tradicionales. Están compuestos por testimonios, coplas, imágenes, mapas, canciones, pinturas, ejercicios corporales, de redistribución de la tierra, de autodefinición de la identidad y reconocimiento del otro, diarios personales, líneas de tiempo y otras actividades con las que se busca desarrollar el sentimiento de la empatía (ponerse en los zapatos del otro). “El Salado no es solo la masacre, es una ocasión para discutir con los jóvenes qué pasa con la tierra, cuáles han sido los dos modelos del campo que se han debatido en Colombia, por qué el espacio, la tierra y el territorio son tan importantes para las personas al punto de convertirse en motivo de conflicto y de reparación”, dice María Emma.

Hasta el momento todo parece indicar que la iniciativa ha funcionado. Anamaría Rodríguez, una estudiante de once grado del colegio Jaime Garzón, está convencida de que haber sacrificado el currículo tradicional de ciencias sociales por la Caja de Herramientas ha valido la pena. “Hace unos días hicimos un ejercicio muy interesante de repartir un terreno entre 20 familias. Había espacios donde había agua, otros donde la tierra era árida, familias con muchos hijos, y otras de madre soltera. Esa ha sido una de las actividades que yo creo que más nos ha enseñado porque nos dimos cuenta que todos necesitaban la tierra y que además tenían un vínculo afectivo con ella. Además, no solo nos tocaba repartir la tierra sino un subsidio, ¡y todo eso lo teníamos que decidir entre cuatro estudiantes!”.

Esta herramienta no solo es para los profesores de ciencias sociales. Hay profesores de literatura, matemáticas, lenguaje y de otras áreas que se han vinculado a la iniciativa. Su duración aproximada es de 20 sesiones, aunque ha habido casos en que por diferentes razones los profesores no han podido realizarlas todas y otros donde les toma más de una clase desarrollar el tema planteado para una sesión.

Algo que ha sorprendido ha sido la activa participación de los maestros de colegios privados en este proyecto. Desde hace un año el colegio Campoalegre, en donde estudian niños y jóvenes de estratos altos de la capital, utiliza la Caja de Herramientas. Ana María Durán, profesora de historia y actualidad colombiana en bachillerato, involucró tanto a sus alumnos en el viaje a la memoria que ya llevó a un grupo de décimo grado a convivir durante una semana con los habitantes de El Salado y otro a Bahía Portete. El resultado ha sido revelador: “La experiencia fue transformadora para ellos. Descubrieron que a pesar de que vivimos realidades tan diferentes definitivamente son más las cosas que nos unen, que tenemos sueños en común, y fue esa empatía la que les permitió ver que lo que les pasó a los saladeros no tiene por qué pasarle a ningún ser humano”.

Ahora la intención de María Emma y el grupo que lidera es que la Caja de Herramientas tenga tanta acogida en el sistema educativo del país que la memoria histórica se convierta en hilo conductor del Proyecto Educativo Institucional (PEI) de cada colegio. Mientras tanto seguirán yendo de colegio en colegio con esta invitación.

En Bogotá el colegio Jaime Garzón es uno de los pocos que han incluido la Caja de Herramientas en su currículo estudiantil. Foto: Esteban Vega La-Rotta

Lorena López es profesora de ciencias sociales del colegio Jaime Garzón hace ocho meses. Desde finales de marzo de este año utiliza la Caja de Herramientas en su clase. Foto: Esteban Vega La-Rotta

El Salado y los Montes de María, tierra de luchas y contrastes es uno de los tomos para estudiantes que compone la Caja de Herramientas.

Foto: Esteban Vega La-Rotta