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FLOR DE PENA

El último libro de Mario Rivero: desolado, hermoso y espléndido.

MARIA MERCEDES CARRANZA
3 de agosto de 1998

La poesía de Mario Rivero es como Mario Rivero. De ademán amplio y vital, grande y grueso de cuerpo, melena blanca, barba negra, vozarrón cuando conversa, voz apenas audible cuando canta tangos, charlador escéptico, mirada melancólica y risa irónica, tiene el alma grave y el corazón de azúcar. Así su poesía. Comenzó con versos para leer en voz alta jugando al juglar, con un tono trabajado para grandes públicos. Y se puso a contar cosas, a narrar hazañas de sus contemporáneos, como el Che, como el viejo Ho-Chi-Min. Pero también hablaba de una Irma y le susurraba al oído y se iba con ella a un hotel de paso. Mario o, mejor, su poesía era una fiesta: el bolero, el tango, el rock, el aviso publicitario, el título de periódico, la escena de una película y hasta el ruido de las calles se volvieron verso gracias a su invención. Esos fueron los años 60 y 70.
Pero el tiempo fue pasando y el Mario del vozarrón, de la barba negra, del corazón de azúcar, dio paso al Mario de la voz tenue, al Mario escéptico, de mirada melancólica y alma grave, al Mario de melena cana. Todo comenzó en 1984 con los Poemas de invierno, siguió con Del amor y su huella y llega a su momento más espléndido con Flor de pena, el libro que nos entrega ahora. Hernando Valencia Goelkel ha explicado mejor que yo lo anterior y con palabras muy hermosas. Dice que la máscara es el rostro verdadero del poeta, pues su identidad es múltiple y varia, como la de todas las personas. Rivero, continúa Valencia, en un principio se puso la máscara del buhonero, del juglar, del cuenta-cosas. Ahora ha asumido la máscara de la Sabiduría, que es también la del desengaño, la experiencia y la incredulidad.
Flor de pena es para mí un conjunto sumamente hermoso, en el que ya Rivero ha decantado ese otro modo suyo de escribir poesía. Son 54 poemas breves y medidos. Ya no enumera ni narra, todo es síntesis, reflexión. Ya no exalta ni nombra, se encierra en sí mismo, deambula entre el escepticismo, las sombras y la tristeza; ya no es épico sino lírico, de un lirismo esencial, sin adornos ni retóricas innecesarios. En estos versos asume serenamente la temporalidad de los seres. Todo es fugaz: el amor, la vida, las personas queridas, los cuerpos amados. El verso es fugaz y su artífice también.
En fin: recomiendo Flor de pena como uno de los buenos libros de la poesía colombiana de todos los tiempos.

Algunos pétalos
Cenizas Del amor sólo queda un poco de ceniza azul. ¿Volverías a sentarte junto al fuego apagado, ahora que lo sabes?
Morir
Morir es pasar a habitar otra estrella. Lo que me fue prestado lo devuelvo.

No atesore
No atesore yo, avaro, el fraude del dinero. Mientras los demás guarden sus tesoros variados, extienda yo mis manos a otros encantamientos.

Musa
Musa, flor de pena, si tan sólo te permitieras, _aquí y allá, aquí y allá_ recubrir con un pálido rosa, un enlutado destino.

Miedos
Si a mis miedos les gusta mi casa que se estén ahí. Que se estén ahí, acurrucados en su rincón. Que no suban de noche, todos juntos por la escalera.