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La felicidad de García (Damián Alcázar) es su mujer, Amalia (Margarita Rosa de Francisco), a la que alguna vez le prometió comprarle la casa de los sueños.

CINE

García

El talentoso José Luis Rugeles retrata a un celador que se ha pasado la vida escondido en su rutina.

Ricardo Silva Romero
14 de agosto de 2010

Título original: García
Año de estreno: 2010
Género: Thriller
Guión: Diego Vivanco
Dirección: José Luis Rugeles
Actores: Damián Alcázar, Margarita Rosa de Francisco, Fabio Iván Restrepo, Víctor Hugo Morant, Rui Rezende, Giulio Lopes, Daniel Páez, Ximena Palau.

Para empezar, una lista de las cosas buenas de García. Su protagonista: un celador de 58 años que por fin va a comprar la casa que le prometió a su mujer cuando apenas eran novios. La mujer: Amalia, una misteriosa señora incapaz de sonreír, que se traga todas las palabras que está a punto de decir. El compañero de trabajo: otro vigilante, Gómez, que combate su propio drama con el desparpajo que querría tener el hombre que le da el título al relato. Los tres actores que los interpretan: los reconocidos Damián Alcázar, Margarita Rosa de Francisco y Fabio Iván Restrepo en verdad se transforman en sus personajes. La acertada dirección de arte: fíjense, por ejemplo, en cada uno de los objetos con los que ha sido decorado el comedor de los García.

Y, sobre todas las cosas, la cuidadosa composición de las imágenes: el talento del director, José Luis Rugeles, es más que evidente. Al comienzo, cuando nos asomamos a la historia que cuenta el largometraje y notamos que la cámara tiende a quedarse quieta en la búsqueda de pequeñas postales, llegamos a sospechar que estamos viendo una de esas películas gringas independientes que cuentan mucho con muy poco: algo como The Station Agent (2003) o Lars y la chica real (2008). Después, hacia la mitad de la narración, cuando el pequeño drama de pareja se convierte en la historia de un enigmático secuestro, tenemos la tentación de sentirnos frente a uno de esos rompecabezas filmados por David Mamet: una trama tensa a medio camino entre la de Las cosas cambian (1988) y La trampa (1997).

Sin embargo, durante la disparatada última media hora de García se pierde, casi por completo, la sutileza que tanto se nos había prometido. Se grita en la tradición del cine colombiano. Suceden, quizás, demasiadas cosas: entran a escena engañosas coreografías sexuales, hampones brasileños y persecuciones que no vienen al caso. Y entonces se vuelve borroso el dolor (ni más ni menos que el dolor de descubrir que se ha estado fingiendo la vida en el escondite de la rutina) por el que ha tenido que atravesar ese pobre portero que no ha tenido ni un minuto para imaginarse un destino diferente: su destino.

Ya que hablamos de esto, ya que el tema de fondo es cómo mantener la tensión sin perder de vista el tono prometido (sin exagerar como quien agranda un chiste al que le teme), vale la pena ver Las cosas cambian, The Station Agent, Lars y la chica real después de ver García. Algunos dirán que la comparación es injusta. Algunos insistirán en que todo lo de García, que a la larga cuenta “el comienzo de una bella amistad”, y que sí, claro, está llena de cosas buenas, es a otro precio. Que no se puede esperar de una obra colombiana lo mismo que de una obra de David Mamet. Pero ya es hora de todo lo contrario: sigamos olvidando el adjetivo ‘colombiana’ con esta película decorosa que no se atreve a contar poco.