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Álvaro Bayona interpreta al oficinista perdedor como a un niño que se ha acostumbrado a que nadie lo defienda.

CINE

Gordo, calvo y bajito

La fábula del tímido Antonio Farfán, derrotado funcionario de una notaría bogotana, tenía que ser trazada de esta manera.

Ricardo Silva Romero
19 de mayo de 2012

Título original: Gordo, calvo y bajito
Año de estreno: 2012 
Dirección: Carlos Osuna
Guion: Juan Mauricio Ruiz y Carlos Osuna
Actores: Álvaro Bayona, Fernando Arévalo, Jairo Camargo?

Esta es la prue-ba de que Gordo, calvo y bajito es una buena película: que después de unos primeros minutos de incomodidad, en los que la pregunta '¿por qué contar esto de esta manera' se toma silla a silla la oscuridad de la sala, el espectador olvida por completo que se trata de una película de dibujos animados. Su director, el reconocido videoartista bogotano Carlos Osuna, se ha valido de la centenaria técnica de la rotoscopia -en muy pocas palabras: convirtió en dibujos las actuaciones que filmó- para contar la conmovedora reparación de una derrota desde el punto de vista de su protagonista, pero no es la técnica con la que se retrata, sino el retratado mismo, un oscuro funcionario notarial que responde al nombre de Antonio Farfán, lo que en verdad nos importa.

Gordo, calvo y bajito consigue que la técnica esté completamente al servicio del relato. Y cuando la historia toma su camino, cuando el pobre Farfán, que a los 46 años aún no ha tenido vida, decide entrar en el azucarado mundo de la terapia de grupo, resulta evidente que tenía que ser contada de esa manera. Farfán es un personaje de novela gráfica: como es lo que los gringos llaman 'un perdedor'; como se ha acostumbrado ya a que sus compañeros de trabajo lo humillen y a que su hermano zángano le pase por encima, la mitad de la vida le sucede en la cabeza. Y nada mejor que aquellos dibujos tristes -de cómic más o menos realista-para poner su mundo en escena.

La rotoscopia fue inventada por el animador Max Fleischer en 1915. Walt Disney la usó en Blanca Nieves y los siete enanitos, en 1937, para conseguir que sus caricaturas se movieran como las personas. Y siguió recurriéndose a ella, desde entonces, en la búsqueda de cierto realismo. Fue el norteamericano Bob Sabiston el que, hacia 1997, la incorporó al universo de la animación por computador. Y el siempre interesante Richard Linklater, director de Antes del atardecer (1995) y La escuela del rock (2003), quien primero se atrevió a realizar todo un largometraje valiéndose de la técnica. Gordo, calvo y bajito, que traza sus planos, repito, sobre las actuaciones de su estupendo elenco, hace parte de esa tradición. Y está a la altura de ella.

A veces se olvida que en Colombia hay estupendos actores. A veces se tiene la impresión de que aquellos 'protagonistas de novela' de silicona, que desfilan por las revistas especializadas, están a punto de quedarse con todo. Los brillantes intérpretes reales de Gordo, calvo y bajito, convertidos, por obra y gracia de la rotoscopia, en no más de un par de líneas, han sido despojados de todas sus muecas, sí, pero nada tiene de malo porque sus voces son más que suficiente: en el coro de sus voces, conducidas por Osuna con sabiduría, se encuentran los mecanismos de la mezquindad, el hallazgo de la compasión y el redescubrimiento del sentido del humor, que hacen tan valiosa esta película.