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Hella S. Haasse es considerada “la gran dama de la literatura holandesa”. | Foto: A.P.

LIBROS

El parque de los monstruos

La escritora neerlandesa Hella S. Haasse intenta resolver el misterio de los jardines de Bomarzo.

Luis Fernando Afanador
3 de octubre de 2016

Hella S. Haasse

Los jardines de Bomarzo. Rey Naranjo, 2016

158 páginas

En la provincia de Viterbo, cerca de Roma, se encuentran el pueblo y el castillo de Bomarzo, feudo histórico de la familia Orsini. Hacia 1550, en sus jardines, se construyó un parque de los Monstruos’ (Parco dei Mostri), poblado de esculturas enormes, algunas de ellas grotescas, con figuras fantásticas o tomadas de la mitología grecorromana. Se destacan, entre otras rarezas, dos gigantes enzarzados en una pelea, un elefante que arrastra con la trompa a un soldado uniformado con falda y coraza, un dragón peleando contra dos animales más pequeños y una cabeza de piedra del tamaño de una casa “con las fauces amenazadoramente abiertas”. Al parecer, los arquitectos manieristas Pirro Ligorio y Jacopo Vignola diseñaron el parque atendiendo los extravagantes deseos de su propietario, Pier Francesco Orsini, un condotiero –mercenario al servicio de las ciudades-Estado italianas-, quien quiso homenajear a su esposa fallecida, Julia Farnesio. Esa historia se hizo popular entre nosotros gracias a la estupenda novela Bomarzo, de Manuel Mujica Laínez, publicada en 1962. En su biografía ficticia de Pier Francesco Orisini, el escritor argentino acoge la versión de la leyenda repetida por los habitantes del pueblo, la cual pone en duda Hella S. Haasse, la autora de Los jardines de Bomarzo, un libro que se traduce por primera vez al español, gracias a la editorial colombiana Rey Naranjo: “No se sabe quién concibió y creó los jardines de Bomarzo, y tampoco sabemos cuándo ni con qué fin”.

Para resolver el enigma, Haasse nos invita a hacer un recorrido fascinante en sí mismo. Como el parque de los Monstruos -o bosque sagrado- tiende a la forma laberíntica, con sus senderos sinuosos y sus callejones sin salida, ella se remite a la mitología griega, a la historia de Ariadna, Teseo y el Minotauro, símbolo primigenio del laberinto. Y lo relaciona con el homenaje póstumo, por si acaso es cierto que estamos ante un mausoleo: “Hay un vínculo de afinidad entre el laberinto y la tumba: el laberinto es la prisión del sol, y la tumba de la vida”. También acude a la mitología de los etruscos –los primeros moradores de esa región- y a la literatura, particularmente a Floridante, la novela fantástica de caballerías de Bernardo de Tasso: “En la obra de Bernardo de Tasso se pueden encontrar sin duda referencias que permitirían explicar las esculturas del parque. En el texto aparecen gigantes, dragones y un monstruo marino con las fauces abiertas, y las ninfas se transforman en seres aterradores”. Sin embargo, su carta fuerte, su as bajo la manga será su interpretación a partir de la historia del Renacimiento.

Según Haasse, hay razones para creer que los monstruos de Bomarzo existían antes de Pier Francesco Orsini, llamado Vicino. Y ella apunta a un antepasado suyo, Orsino Orsini, un ser débil, tuerto “y especialmente feo” que se casó con Julia Farnesio –otra Julia, homónima-, conocida como la Bella, amante de Rodrigo Borgia, el papa Alejandro VI. Para acallarlo y compensarlo, el papa le regaló varios castillos, incluido el de Bomarzo. Lo cual no borró su indignidad ni la de su estirpe. El parque, con sus esculturas esperpénticas y sus oscuras asociaciones, sería entonces el

desahogo imaginario por las humillaciones sufridas: “Solo desfogándose puede el corazón”.

“¿He violentado el pasado? ¿He tergiversado datos y moldeado personas para hacerlos encajar en el marco de mis propias ideas?”, se pregunta

Haasse con total honestidad, aunque, valga resaltarlo, después de haber dado pruebas de su rigor investigativo y de su erudición. Pese a su juicioso e iluminador escrito, que tiene tanto de ensayo como de novela policiaca e histórica, no descarta que el misterio último del bosque encantado se le escape, como se le escapó antes a Salvador Dalí, a Mario Praz, a Michelangelo Antonioni, a Manuel Mujica Laínez, a Carel Willink y a Manfredo Manfredi, porque –aclara- no sabemos dónde acaba el presente y empieza el pasado y ningún proceso termina nunca del todo: “La historia se puede escribir y reescribir de mil maneras distintas”.