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Historias mínimas

Una película honesta y sugerente que descubre el suspenso en la soledad de todas las personas.

Ricardo Silva Romero
23 de junio de 2003

Director: Carlos Sorin. Protagonistas: Javier Lombardo, Antonio Benedictis, Javiera Bravo, Anibal Maldonado, Mariela Diaz, Carlos Montero

Ante el horizonte sin paredes de la Patagonia, 2.000 kilómetros al sur de Buenos Aires, los tres protagonistas de Historias mínimas, que hacen lo que pueden para no enloquecer, tratan de dedicarles todas sus vidas a sus pequeñas aventuras. Para no perderse en aquel telón de fondo que jamás podrán tocar -ese sobrecogedor paisaje sin puntos de fuga- los tres se resisten a dar un paso más allá de su destino. Se dirigen a Puerto San Julián al mismo tiempo: la joven María Flores, que no tiene con qué alimentar a su pequeña hija, viaja en un bus hacia los estudios de un programa de televisión para reclamar un premio que se ha ganado en vivo y en directo; el patético Roberto, un vendedor ambulante que cita los últimos libros de autoayuda, le lleva una torta de cumpleaños al hijo de la viuda a la que pretende conquistar; y el silencioso don Justo, un anciano que ha vivido desde siempre en Fitz Roy, provincia de Santa Cruz, hace autostop por la carretera del desierto en la búsqueda de un perro que se le escapó hace algunos años.

Los tres se arrepienten de sus errores y se encuentran, en el camino desolado a la ciudad, con una serie de mujeres y de hombres dispuestos a sonreír (que manifiestan toda su bondad en conversaciones que en un primer momento podrían parecernos insustanciales), pero al porteño Carlos Sorín, director de la película, que se formó en el cine publicitario y hasta el momento sólo ha filmado tres largometrajes, no le interesa informarnos mucho más de aquellas vidas. Quiere que el mundo se nos aparezca en los detalles, como se nos aparece en los cuentos del norteamericano Raymond Carver, y que entendamos los comportamientos de los personajes a partir de sus silencios. Su idea, después de alejarse por varios años de los 'tortuosos' proyectos cinematográficos, era "concretar uno que realmente tuviera ganas de hacer y que me proporcionara placer y distensión". Y, como le dijo a la revista Fotograma, "la verdad es que el resultado me dejó muy conforme: es la película que yo realmente deseaba hacer".

No es para menos: ver Historias mínimas es una experiencia que sobrepasa todas nuestras expectativas y nos recuerda, entre muchas otras cosas, que puede haber suspenso en la cotidianidad, la soledad y los gestos humanos. Sí, los papeles principales han sido interpretados por personas comunes y corrientes (sólo un actor profesional, Javier Lombardo, hace parte del elenco que ha reunido el equipo de Sorín) y las imágenes, conseguidas por una cámara casi invisible, jamás se convierten en un obstáculo para los pequeños relatos que se narran, pero son esos espacios en blanco, esa información que no llegamos a conocer pero que intuimos detrás de lo que ocurre, lo que nos lleva a sentirnos agradecidos con los realizadores de este drama discreto, honesto y sugerente. No habrá sido fácil para ellos: la sencillez es un hallazgo.