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Lorenzo Jaramillo nació en Hamburgo, Alemania, en 1955 y murió en Bogotá a los 36 años. | Foto: Cortesía el Tiempo

ARTE

Un homenaje a Lorenzo Jaramillo

El Museo Nacional y el Museo de Artes Visuales de la Jorge Tadeo Lozano preparan una exposición sobre el pintor que con una vida corta, pero fructífera, se convirtió en uno de los grandes de Colombia.

18 de junio de 2016

Lorenzo Jaramillo murió a los 36 años. Había perdido la vista y estaba postrado en una cama debido al sida, que los médicos le habían descubierto 25 meses atrás. Pero ni así dejó de trabajar. Junto con el director de cine Luis Ospina había comenzado un proyecto que consumió sus últimos días; el documental Nuestra película, en el que plasmó su visión sobre la vida, el arte y la muerte. No alcanzó a verlo terminado.

Toda su vida fue así de prolífica. A los 13 años ya era alumno del pintor Juan Antonio Roda y a los 19, cuando estudiaba Artes Plásticas en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad Nacional, asistía a las clases más adelantadas porque se aburría en las suyas. A los 25 ya había estudiado en la Royal Academy of Arts y en el Byam Shaw School of Arts, de Londres. Por eso, al comenzar la década del ochenta, ya era una de las caras más reconocidas en el medio artístico nacional y los expertos decían que era el representante del neoexpresionismo en Colombia.

Por ese ritmo de trabajo no es raro que haya dejado tantas obras a pesar de haber muerto tan joven. Los expertos hablan de más de 1.000 entre dibujos, óleos, ilustraciones, grabados y la escenografía que diseñó para varias obras en el Teatro Libre. Su hermana, la actriz Rosario Jaramillo, recuerda que vivió muy intensamente y “tuvo una energía desbordante, como se refleja en su obra artística”.

Una parte de ese trabajo estará disponible para el público en el Museo Nacional y en el Museo de Artes Visuales de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá a partir del 29 de junio. Se trata de un homenaje que estas instituciones le rinden a Jaramillo con una muestra llamada ‘Lorenzo, no como los otros’. Es una exposición con más de 200 piezas divididas en cinco secciones, entre las que se encuentran pinturas acerca del cuerpo humano, dibujos de rostros, sus representaciones poco tradicionales de los ángeles, una serie de objetos personales que guardó a lo largo de su vida o los diseños que realizó como escenógrafo de diferentes obras de teatro. En el Museo de Artes Visuales, por otro lado, habrá una muestra más pequeña, íntima y reflexiva del artista.

La exposición estará acompañada de conciertos, intervenciones de artistas contemporáneos y proyecciones de películas –incluyendo el documental que grabó con Luis Ospina–. Para quienes conocen la obra de Jaramillo, es la oportunidad para que el público se acerque a quien, según Ospina, “es uno de los grandes artistas de la segunda mitad del siglo XX en Colombia”.

Para Daniel Castro Benítez, director del Museo Nacional, más allá de su calidad técnica, la obra de Jaramillo representa parte de la historia de Colombia. “Estuvo durante el Frente Nacional, vivió la revolución de Mayo del 68 y muchas reivindicaciones colectivas e individuales. De hecho murió seis meses después de la Constitución de 1991. Fue una época de transformaciones que reflejó en su obra”. Con él está de acuerdo Manuel Londoño, artista plástico y asistente de investigación de Diego Salcedo, curador de la exposición, quien piensa que a través de ella “Jaramillo transgredió muchos límites sociales, políticos y culturales”.

Su vida personal también fue una reivindicación constante. Era hijo del historiador Jaime Jaramillo Uribe y de Yolanda Mora, antropóloga y docente universitaria. Ellos lo educaron con una noción de libertad que mantuvo toda su vida. “Fue una persona que disfrutó de sus cinco sentidos. Era cinéfilo, le gustaba mucho la música, disfrutaba de la comida, era conocedor del arte, muy culto y un excelente conversador”, recuerda Ospina.

Su hermana Rosario cuenta que también “tenía momentos de una profunda melancolía y tuvo conciencia del espíritu trágico que lo acompañó al final de su vida”, pero recuerda con mucho cariño las cartas en las que narraba cómo gozaba de los viajes, los amigos y todas las expresiones del arte, algo que marcó profundamente al artista.

Jaramillo lo reconoció en la escena final de Nuestra película: “Eso sí era la ‘dolce vita’, todo delicioso y lindo; por eso tal vez, probablemente, fui tan felíz ¿no?, porque era una vida perfecta y pinté cosas que no estuvieron mal: grandes cabezotas, trípticos de mujeres bailando y, sí, no me quedaron mal”.