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HUMOR DULCE HUMOR

Festival de películas de Harold Lloyd en Medellín, Barranquilla, Bucaramanga y Bogotá.

30 de septiembre de 1985

La imagen forma parte de la memoria y la nostalgia de millones y millones de personas en toda el mundo: un muchacho colgando de las agujas de un enorme reloj colocado en lo alto de un rascacielos, mientras allá abajo los automóviles y los transeúntes siguen moviéndose, mientras el reloj comienza a desprenderse de la pared, mientras el muchacho agita las piernas en el aire con la vana esperanza de que alguien pueda ayudarlo, a varios pisos de la cordura y las palomas y algunas manos esquivas. 62 años después de haber sido realizada esta película, Safety Last, la escena sigue provocando carcajadas, aun en una nueva generación de espectadores estragados por la guerra de las galaxias y las patadas de Chuck Norris y los navajazos de "Rambo" .
El protagonista de esta loca aventura se llama Harold Lloyd y aunque el lector no lo crea llegó a ser más popular, en los años veinte, que Chaplin y Buster Keaton juntos. Sus películas que siempre giraban alrededor de un personaje también llamado Harold, tenían un éxito escandaloso porque los norteamericanos se sentian reflejados, más que en ningún otro personaje del cine de entonces, en ese muchacho tímido y agresivo, púdico y enamorado que usaba unas enormes gafas y un sombrero, además de modales suaves que impresionan a las señoras.
Desde este 29 de agosto, los aficionados de Medellín, Barranquilla, Bucaramanga y Bogotá tienen la feliz oportunidad de reírse con las aventuras de Harold Lloyd con la exhibición, gracias a la Embajada Americana, de películas que o no habían sido proyectadas aquí antes o tenían muchos años de haber pasado en los cines locales: los largometrajes A sailor made man, Grandma's Boy, Safety Last y The Freshman, así como los cortos From hand to mouth , His Royal Slyness, High and Dizzy, Number, please, Nowor never, I do y Never Weaken.
Nacido en la población de Burchard (Nebraska) en 1893, murió de cáncer 77 años después y durante la etapa más próspera de su carrera tuvo conciencia de la popularidad, el éxito y el dinero que se desprendían de su figura, la cual reflejaba los modales, las intenciones y hasta las frustraciones de lo que él siempre siguió siendo, a pesar de los millones, un norteamericano medio que en el fondo no le teme a nada ni a nadie. Los seis millones de dólares dejados a sus herederos, una mansión de 44 habitaciones y 30 baños en Beverly Hills, son un reflejo del auge que su sentido del humor, su comicidad y el empleo del absurdo que lograba en sus películas, largas y cortas, habían acaparado durante muchos años.
Quizás para los jóvenes que vayan a mirar estas películas, el humor de Harold Lloyd les resulte más agresivo, más directo, más contundente que las payasadas de Chaplin y Keaton, ya que en éstos la comicidad se alimentaba en buena parte con los mismos signos exteriores que utilizaban: el bastón, los zapatones y el bigotico en el primero, y la cara que jamás cambiaba de expresión en el segundo. Lloyd, era un ser común y corriente. Lo que mataba de risa a los espectadores, antes más que ahora, obviamente, era la forma cándida, simple y romántica cómo se enfrentaba a las peores situaciones. No era un héroe. Simplemente correspondia al espíritu norteamericano que no se doblegaba ante nada.
Hijo de un fotógrafo fracasado, comenzó con pequeños papeles en teatros de California y más tarde con compañías ambulantes que a veces trabajan para poder comer en pueblos perdidos entre el polvo y los caminos. En 1912, a los 19 años, debutó en una película de Edison, como un indio semidesnudo. Luego trabajó con Keystone (la compañía que hacía comedias breves con los famosos policías de enormes bigotes), con la Universal, y gracias a la amistad con Hal Roach, cuando éste heredó después 3 mil dólares, entró de lleno al cine con un personaje llamado Willie Wort. Dejó a Roach, se fue con la Keystone otra vez, pero más tarde se reconcilió económicamente con Roach: nació el personaje de Luke el solitario, inspirado por supuesto en la soledad de Chaplin. Todas las películas (fueron más de 100 cortos producidos entre 1916 y 1917), tenían salvajes persecusiones, había escenas de mucha acción y la gente salía golpeada y magullada, pero al final todos felices.
Un día, Hal Roach decidió cambiarle la indumentaria a Llyod y le colocó la ropa que usaba todo el mundo pero con un objeto extravagante: unos anteojos muy grandes con una gruesa montura de carey. Ya no se los quitaría más nunca. Había nacido el personaje llamado Harold, siempre optimista, cándido, sano, valiente, enamorado, pero tímido, un hombre común y corriente que se ve envuelto en las más osadas aventuras por defender a los demás. Los norteamericanos se sintieron reflejados en ese hombre que es terco, que persiste en lo que hace, que no le teme a nadie y que es capaz de trepar hasta lo alto de un rascacielos para deslumbrar a una muchacha bonita.
Además de su enorme sentido del humor y el absurdo, Harold Lloyd le llevaba otra ventaja a sus competidores en las comedias: no aceptaba que lo doblaran en las escenas difíciles, él mismo se arrojaba al vacío, saltaba en una cuerda, peleaba, rodaba por el suelo y él mismo pendía de las agujas de un reloj, que cada vez se desprende más hacia el abismo. A tal grado llegó su terquedad en rodar las tomas peligrosas que en Haunted Spooks le explotó una bomba en las manos y perdió el índice y el pulgar derechos.
Casado en 1923 con Mildred Davis, vivió con ella hasta cuando la heroina de la mayoría de sus películas, murió en 1969. El sonido mató en parte el éxito de estas comedias, pero Lloyd, con un increíble sentido comercial supo recogerlas, guardarlas e irlas lanzando a medida que los espectadores las echaban de menos. Su última película Mad Wenesday, data de 1947, pero en 1962 y 1963 hizo dos recopilaciones de sus mejores escenas y pudo medir la vigencia de su humor cuando en Cannes todos se pusieron de pie para aplaudirlo.
Ahora, cuando esta nueva generación de espectadores grite y se asuste y se ría con ese Harold colgando de las agujas de un reloj en el rascacielos cada vez más alto, más peligroso, se podrá comprobar hasta dónde llega ese humor, ese absurdo, ese suspenso, esa agresividad de un cine que jamás pasará de moda.