Home

Cultura

Artículo

LIBROS

Injusticias remediables

Amartya Sen, premio Nobel de Economía en 1998, desarrolla en este libro una novedosa teoría de la justicia.

Luis Fernando Afanador
11 de septiembre de 2010

Amartya Sen
La idea de la justicia
Taurus, 2010
499 páginas


Dos niñas y un niño se disputan la posesión de una flauta. Cada uno de ellos expone sus motivos para tenerla. Carla gastó varios meses haciéndola; Anne es la única de los tres que sabe tocarla y Bob argumenta que no tiene otros juguetes propios, que la flauta es su única posibilidad de jugar, y, además, Anne y Carla son ricas. ¿A cuál de los tres, en estricta justicia, le corresponde la flauta? Si fuéramos utilitaristas, diríamos que lo justo es que Carla, quien le dedicó tiempo y esfuerzos en construirla, se quede con la flauta. Si fuéramos igualitaristas, diríamos que lo justo es que sea Bob, por un sentido mínimo de equidad. Y si fuéramos libertarios, sin duda estaríamos con Anne: sería absurdo negársela a la única que sabe tocarla.

Tres diferentes teorías para resolver un problema de justicia. Y las tres muy respetables, difíciles de refutar, como quiera que las inspiran sólidos principios: el derecho a disfrutar del producto del trabajo propio (la utilitaria); la eliminación de la pobreza (la igualitaria) y la búsqueda de la realización humana (la libertaria). Sin embargo, a juicio de Amartya Sen, las tres comparten una idea trascendental de la justicia, lo cual hace imposible llegar a un acuerdo. Y en materia de justicia, lo importante es actuar, no quedarnos eternamente en una discusión de principios.

Para salir del laberinto, Amartya Sen nos propone en su libro "esclarecer cómo podemos plantearnos la cuestión del mejoramiento de la injusticia, en lugar de ofrecer respuestas a las preguntas sobre la naturaleza de la justicia perfecta". A través de la historia, ha habido dos tradiciones en el pensamiento filosófico sobre el concepto de justicia. Una, la del 'institucionalismo trascendental', fundada por Hobbes y a la que pertenecen pensadores como Locke, Rousseau, Kant, Rawls y Nozick, busca definir lo que sería una justicia perfecta y los cambios necesarios para conseguirla. La otra, sin rótulos, más heterogénea, conformada por Adam Smith, Condorcet, Bentham, Marx y John Stuart Mill, se acerca a la justicia con un enfoque comparativo entre los resultados observados en distintas sociedades. Esta tendencia, a la que se adhiere Amartya Sen, a la hora de analizar la justicia no pregunta por una justicia ideal sino cómo reducir la injusticia observada: "Lo que nos mueve, con razón suficiente, no es la percepción de que el mundo no es justo del todo, lo cual pocos esperamos, sino que hay injusticias claramente remediables en nuestro entorno que quisiéramos suprimir".

Esa es entonces la discusión pertinente: establecer cuáles son las injusticias remediables y tratar de acabarlas. No avanzamos mucho debatiendo cómo sería el mejor modelo de justicia, las mejores instituciones. Es mejor -nos dice Amartya Sen- pensar qué hacer en los casos de esclavitud y sometimiento de las mujeres, de tortura, de tolerancia silenciosa al hambre crónica, de ausencia de facilidades médicas en regiones de África o Asia o de la falta de cobertura sanitaria universal.

Esta obra desarrolla una teoría de la justicia apoyada en la filosofía política y la teoría de la elección social en la que Amartya Sen se ha destacado con creces: por eso le dieron el Premio Nobel de Economía en 1998. Él es un economista aterrizado y con sensibilidad social. Deseoso de no quedar atrapado en la torre de marfil de la academia. De ahí que, en lo más elevado de sus razonamientos abstractos, siempre le ofrezca al lector no especializado el salvavidas de un ejemplo o de una cita. De hecho, empieza con una de Grandes esperanzas, de Dickens: "En el pequeño mundo en el cual los niños viven su existencia, no hay nada que se perciba y se sienta con tanta agudeza como la injusticia". Y hablando de niños, ¿cómo resuelve el maestro Sen el caso de la flauta? Con una analogía. Si tratamos de elegir entre un Picasso y un Dalí, de nada sirve pensar que el modelo de la pintura ideal del mundo es la Mona Lisa. De nada sirve: olvidémonos de los modelos ideales.