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Inteligencia artificial

La nueva película de Spielberg desconcierta, fascina y adquiere sentido con el tiempo.

Ricardo Silva Romero
22 de octubre de 2001

Director: Steven Spielberg
Actores: Haley Joel Osment, Jude Law, Frances O’Connor, Sam Robards, William Hurt, Jake Thomas.

Steven Spielberg siempre nos había pedido que sintiéramos compasión por sus personajes pero nunca, como ahora, había parecido tan difícil. Para aceptar que la historia de David nos ocurre a todos un niño robot del futuro aspira a convertirse en ser humano para conseguir el amor de su madre adoptiva— se hace necesario concebir un tiempo en el que los océanos llegarán a los últimos pisos de los edificios, imaginar el terrible final de la humanidad y acompañar al niño mecánico mientras descubre, en la oscuridad de un bosque de fábula, que es la búsqueda del amor correspondido la que nos hace seres humanos. Sí, es toda una responsabilidad para la audiencia. Y, de parte del director, una gran muestra de respeto.

Inteligencia artificial es, desde la primera hasta la última imagen, una película de Spielberg. Stanley Kubrick trabajó en ella y soñó con filmarla durante varios años pero, después de innumerables discusiones, llegó a la inevitable conclusión de que el único hombre que podía dirigir ese relato era el inventor del extraterrestre. Esa fue la labor que le encomendó antes de su muerte. Que contara, con el tono de siempre, el viacrucis de un Pinocho programado para sentir un amor inquebrantable.

Y así fue. Spielberg se encerró durante meses y escribió la historia de alguien que, como Schindler, Elliot o Miss Celie, persigue su humanidad, sueña con descubrir su identidad y aspira a recibir el amor que le ha entregado a su mundo. Le dio la vuelta, así, a la aventura de Pinocho: el títere ya no se haría niño cuando diera la vida por los demás sino cuando los demás la dieran por él. Es decir, nunca. No en este mundo.

Filmó cada secuencia como si tuviera que deshacerse del fantasma de Kubrick y, como prueba de su genio, inventó un osito mecánico que reemplaza a Pepe Grillo y produce ataques de risa, creó escenas e imágenes insuperables y le entregó la narración a la asombrosa actuación de Haley Joel Osment y a la cálida y temerosa mirada de su cámara. El resultado es una fábula desconcertante, discutible y fascinante que resulta difícil de digerir y deja la cabeza llena de preguntas.

Que pase ya la página quien quiera llegar a sus propios interrogantes e imagine que lo que sigue le dañará la película. Porque, cuando termina Inteligencia artificial, uno duda de todo lo que ha visto y piensa: ¿qué sentido tiene ese largo pero merecido final?, ¿la felicidad solamente dura un día?, ¿sólo quedará de la humanidad el conmovedor intento de alcanzar lo absoluto, el mismo que le arrebató el paraíso y la torre de Babel e inspiró su arte y su ciencia?, ¿en verdad Dios creó a Adán para que lo amara?, ¿qué responsabilidad tenía el creador sobre su criatura?

No, uno no llega a ninguna parte pero entiende que ha visto algo así como una obra maestra. Y se siente, al menos, respetado.