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Jazzuela: el ‘jazz’ de ‘Rayuela’

Un libro sobre Julio Cortázar y el ‘jazz’. Incluye un CD con los temas que se mencionan en Rayuela.

Luis Fernando Afanador
5 de junio de 2000

En el taller de Babs y Ronald, se reúne el Club de la Serpiente para escuchar jazz. Entre velas, olor a vodka, restos de comida y ropa mojada escuchan a dos muertos “que se batían fraternalmente, ovillándose y desentendiéndose, Bix y Eddie Lang jugaban con la pelota I’m coming Virginia”. Horacio Oliveira se pregunta a cuánta distancia estarán entre sí las tumbas de los dos que se unían esa noche en el Club, “lógica final contra destino sombrío, guitarra contra corneta, gin contra mala suerte, el jazz”. Bix es León Beirdebecke, cornetista muerto a los 28 años por una afección respiratoria y exceso de alcohol. Eddie Lang es un guitarrista del mismo grupo, Frank Trumbauer and his orchesta, también fallecido prematuramente por un error en la anestesia. Es el capítulo 10 de Rayuela, estamos en el París de finales de 1950, en el barrio de Saint German-des-Près, en donde un grupo de intelectuales de diferentes nacionalidades forman el Club de la Serpiente. Se reúnen para oír jazz, beber vodka y discutir sobre política, literatura y pintura. Estos últimos bohemios, confusa y desesperadamente, buscan la verdad y la libertad. Y el jazz es el contrapunto musical de esa búsqueda. Hasta el capítulo 18 de la primera parte, ‘Del lado de allá’, “el jazz y el blues llenan de forma y contenido a los personajes”. En una larga sesión los personajes irán intercalando discos que aluden a grandes momentos de la historia del jazz. La catalana Pilar Peyrats se dio a la bella tarea de grabarnos toda esa música, traducirla y realizar acertados comentarios que nos acercan con una renovada perspectiva a la obra mayor de Cortázar. El resultado es notable: el jazz deja de ser un referente pedante, abstracto y erudito y se convierte en un elemento vivo que nos da luces sobre los personajes y la trama. Entendemos mejor el jazz y a la vez entendemos mejor la novela: como si la estuviéramos leyendo por primera vez. El “loco formidable de Bix” hace que Oliveira pida Jazz Me Blues (el Blues del excítame). Ronald comienza una larga perorata sobre la influencia de la técnica en el arte y Perico abandona la aburrida lectura de un libro de Julián Marías. Ossip Gregorovius contempla extasiado a la Maga: “La habitación le parece un cuerpo vivo que late, que respira, con sus sombras petrificadas, como una suerte de caverna platónica cuya entrada (y salida) es musical”. Le pregunta a la Maga por Montevideo y Ronald pone un disco de Lester Young y los Kansas City Six. Pide silencio y suena Four O’Clock Drag. El silencio no llega porque Ossip le está preguntando a la Maga si hay lagartos en Montevideo: “Grandísimos lagartos, trombones a la orilla del río, blues arrastrándose... arrastre interminable de las cuatro de la mañana”. Aquí usted —sin dejar de escuchar la maravillosa trompeta de Bill Colleman, el saxo tenor de Lester Young— puede leer la aclaradora nota de Pilar Peyrats: Ossip está haciendo gala de su erudición. Alligator, lagarto, es una expresión que se utilizaba en tiempos del swing para referirse al entusiasta de ese estilo, que en vez de bailar se detiene ante el escenario a escuchar la música, como los caimanes a la orilla del río. La mención del arrastre también tiene que ver con el tipo de música que escuchan: el drag es un término que entre otras muchas acepciones se aplica a ciertos tiempos lentos emparentados con el blues. Ossip continúa hablando, Etienne se enfurece, suena Lionel Hampton “y su vibráfono tantea el aire tocando Save it pretty Mamma”. La Maga se apoya en Ossip y a Horacio, celoso, se le retuercen las tripas. La Maga le está intentando contar a Ossip “su falta de infancia” en Montevideo y suena Colleman Hawkins. Ahora no quiere que Ossip la distraiga con la explicación porque si fuera Horacio el que se la diera sería “como una cosquilla en la piel, una necesidad de respirar hondo como debía respirar Hawkins antes de atacar otra vez la melodía”. Faltan 15 interpretaciones pero ya estamos instalados como lectores y escuchas privilegiados para asistir con los personajes de Rayuela a un ritual que nos propone un tiempo diferente, esa otra realidad que tantas veces persiguió y alcanzó Cortázar. Ojalá su tumba no haya quedado muy distante de la del pianista Earl Hines, y que de vez en cuando lo acompañe con su versión —que tanto le gustaba— de I ain’t got nobody. Nota: esta joya biblio-discográfica fue adquirida en la FNAC de Barcelona y esperamos que un librero osado se anime a traerla a Colombia. De todas maneras, no sobra recordar que estamos en la época de las compras virtuales.