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Jimena Ángel, la que una vez fue conocida por Pepa Fresa, lanza un nuevo disco con un título sugerente: Todo reverdece.

MÚSICA

Jimena reverdece

El disco ganador este año, de la serie Peña de mujeres de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, nos presenta el regreso calmo de una figura del rock nacional.

Juan Carlos Garay
25 de mayo de 2014

El anterior disco de Jimena Ángel se llamó Día azul. Cinco años y varios episodios después, reaparece con menos maquillaje, más apacible, más espontánea, en un álbum titulado Todo reverdece. Tengo la teoría de que cada uno de sus discos está determinado por un color. “Sí, y Pepa Fresa es el rojo”, me contesta, haciendo referencia al nombre de su primer grupo.

El rojo, por supuesto, era la pasión, la juventud exacerbada (cualquiera que haya escuchado aquel disco recordará ese canto que bordeaba el grito). El azul ha sido sinónimo de melancolía desde que así lo determinaron los poetas ingleses del romanticismo. ¿Y el verde de ahora? La cantante me pide que esto no se confunda con una conversión religiosa, pero habla de una armonía encontrada después de andar por caminos sinuosos. “Yo duré muchos años en una vida de fiestas, de libertad, de rebeldía, hasta que uno no sabe ni quién es. Y se vuelve difícil salir de ahí. Me cambió la vida haber tomado yagé porque me ayudó a reconectarme con la esencia, con la madre tierra, con la vida. Eso es el verde”.

Hace cinco años, Jimena Ángel era la nueva figura del sello multinacional Universal Music. Una millonaria inversión en publicidad, producción de lujo para su disco, videoclips de alta calidad, casa en México, y hasta un puñado de conciertos frente a 20.000 personas. ¿Qué sucedió? La prueba de que en el mundo del arte hay siempre un factor adicional, llámesele suerte. El entorno estaba funcionando como un reloj y el talento de Jimena es innegable (en ese disco hay algo llamado Mañana, que es uno de los blues más inspirados que he oído en castellano). Pero cuando vinieron las cifras, los ejecutivos demostraron lo drásticos que pueden llegar a ser. “Yo estaba haciendo las canciones para un siguiente disco cuando me llamaron a decirme: ‘No se vendió, ¡chao!’”.

Tal vez a Jimena le quede difícil evocar días más azules. Vino luego una enfermedad de la garganta, “rezago de haber fumado y cantado mal”, y la orden de los médicos especialistas de no cantar nada más arriba de la nota La. Hubo que volver a aprender a usar la voz. Y a componer, quizá, porque en esta nueva etapa Jimena habla de un nuevo método descubierto para atrapar melodías. “El movimiento me ayuda a componer. Cuando voy caminando, estoy pensando menos y todo fluye más. En un pueblo arhuaco me fui al río y me llegó una melodía, que se convirtió en ‘Óyelo’”.

Lo cual nos da paso para hablar de cómo suena el disco. Pensemos en capas de sonido sencillas, medio transparentes, que al ubicarse unas encima de otras van creando las canciones. Un poco como ese paisaje de la carátula: en detalle hay enredaderas y helechos; en conjunto, la selva.

Y esa selva de sonido se construye con charangos, bajo eléctrico, efectos de computador, una marimba, pocas guitarras y muchos juegos de voces. Jimena graba su voz tres, cuatro veces, jugando a que cada una es un personaje. La voz más aguda es “un hada”, las voces del medio son “colores”. Las letras ya no son tan desgarradas. “Se van los temores y todo va mejor”, canta como en un susurro. Si no fuera porque el concepto de lo verde es tan fuerte, uno diría que ahora Jimena anda viendo la vida en rosa.

Al final, ¿cuál es el balance de estos cambios? “Con el disco anterior, la gente llegaba más por efecto de la difusión y promoción. En cambio ahora los veo receptivos, divertidos, veo que se conectan más desde el corazón”.