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JOAQUIN TORRES GARCIA: GEOMETRA DEL UNIVERSO

Una exposición donde el norte latinoamericano es nuestro propio continente.

24 de mayo de 1999


JOAQUIN TORRES García (1874-1943) es uno de los pocos pintores de América Latina que logró dar cuerpo
estético a una teoría de validez internacional en la primera mitad de esta centuria. El artista, uruguayo de
nacimiento y europeo por formación, bebió libremente en las fuentes del arte moderno, llegando a
planteamientos originales y profundos que enriquecieron el desarrollo de todo el arte occidental.
Cuando Torres García decidió regresar a Montevideo en 1934, después de haber vivido durante 42 años entre
Barcelona, Nueva York, París y Madrid, ya había establecido las bases de lo que serían su estilo y filosofía.
Su pintura se había iniciado bajo la influencia de los movimientos de fin de siglo, haciendo manifiesto un
acento lineal que habría de perdurar toda su vida, y al poco tiempo se había encaminado hacia un clasicismo
austero que buscaba combinar lo cósmico y lo moderno en un arte unificado y atemporal.
Desde finales de la primera década del siglo XX se había hecho palmario también un sentido arquitectónico en
su pintura, perceptible en la importancia que se le concedía a la estructura y en el reemplazo de la tradicional
representación tonal por planteamientos más dinámicos y abstractos que enfatizan las dos dimensiones a
través de líneas verticales y horizontales, aunque haciendo gala de una pincelada expresionista. Y poco
después había comenzado a realizar esculturas en madera plana y a fabricar juguetes en el mismo material,
reiterando la orientación constructivista que había adoptado su creatividad. Ejemplos de este tipo de trabajos,
al igual que de las abigarradas escenas urbanas que plasmaría un poco más adelante, se cuentan entre las
más tempranas piezas reunidas en la exposición que junto con algunas producciones de artistas europeos con
los cuales tuvo estrechos nexos conceptuales y de varios de sus seguidores suramericanosù se presenta
actualmente en las nuevas salas de la Biblioteca Luis Angel Arango.
Es decir, al retornar a Montevideo el artista ya había logrado su objetivo de expresar ideas concretas con
formas abstractas, y lo había conseguido mediante el empleo de símbolos bidimensionales ubicados en
divisiones rectangulares planas organizadas asimétricamente.
Sus pensamientos sobre cuáles deben ser los medios y designios del trabajo artístico estaban así mismo bien
definidos gracias a las reflexiones que lo habían llevado no sólo a crear o vincularse a diversos movimientos de
vanguardia, sino a producir numerosos escritos para dejar sentadas sus apreciaciones sobre la naturaleza, el
hombre y el arte.
Pero es sólo al regresar a su país natal cuando sus realizaciones y su teoría se compenetran
inextricablemente, y cuando se hacen inequívocos, tanto sus intentos de integrar tiempo, espacio y cultura,
como sus propósitos de representar una combinación de las fases de la existencia humana: la intelectual, la
espiritual y la física.
También es en Montevideo donde se hacen explícitos algunos parámetros de su doctrina constructivista
mediante los cuales define el arte como armonía sin reconocerle otro tipo de expresión, y lo sitúa en un plano
geométrico rechazando toda manifestación que no emane de sus acordes. Para Torres García el arte toma
fundamento en el ritmo que es la proporción basada en números, y no es extraño, por consiguiente, que se
hubiera referido con frecuencia a la sección áurea, una fórmula matemática para los fenómenos visuales
inventada por Euclides, según la cual el segmento corto de una línea equivale al segmento largo, de la misma
manera que éste corresponde a la línea entera.
Si hien el repertorio de sus símbolos que involucra, entre otros, el sol, el corazón, el ancla, y el pez como
referencias al cosmos, a las emociones humanas, a la esperanza y a la naturaleza y que incluye igualmente
algunos signos precolombinos estaba bien establecido desde su permanencia en Europa, es sólo a su
regreso cuando el empleo de elementos propios del arte aborigen de América Latina se convierte en una
constante. Y si se tiene en cuenta que en Uruguay no existió una cultura ancestral indígena, puede concluirse
que en la utilización de motivos propios de los pueblos prehispánicos el artista proponía su legado como
patrimonio de todos los americanos "de la misma manera que el legado griego es patrimonio de todas las
naciones europeas".
También es, finalmente, después de repatriarse etapa en la cual fue ejecutada la mayoría de los trabajos de la
muestra cuando Torres García clarificó su objetivo de unificar a todas las Américas en un arte de raíces
compartidas, sin nacionalismos ni ideologías políticas que lo fragmenten y le impidan trascender sus confines
como un todopoderoso y redentor. La exposición debe visitarse puesto que además de desplegar la
inteligencia y sensibilidad de un gran artista, constituye una lección de fe en las posibilidades creativas y
expresivas de Latinoamérica.