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La obra de Henry James se caracteriza por los dramas psicológicos que se desarrollan en sus historias. ‘Compañeros de viaje’ fue su primera novela y está de nuevo en las librerías en una edición de Navona.

LIBROS

Joyas literarias

Una novela de juventud de Henry James, recuperada por una editorial catalana.

Luis Fernando Afanador
16 de abril de 2011

Compañeros de viaje

Henry James

Navona, 2010

108 páginas

Cuando uno ve a las grandes editoriales obsesionadas con los títulos vendedores, inevitablemente surge la pregunta: ¿qué ira a pasar con los clásicos de la literatura? ¿Llegará un día en que serán descatalogados? Libro que no se vende lo suficiente, que no "rota", sale del mercado. Esa es la dura lex de los nuevos tiempos editoriales. Antes, los clásicos convivían con las novedades. Ahora, la abundante hojarasca tiende a sepultarlos bajo la mirada indolente de los editores. Pero aparte de los "clásicos", hay otros libros que tampoco pueden desaparecer del panorama. Son las obras menores de los grandes autores y, también, las obras maestras de autores olvidados. Pequeñas joyas literarias que carecen de dolientes. Qué buena noticia encontrar editoriales como Navona, fundada por Jordi Capdevilla, que en su sello Reencuentros se ha propuesto "devolver a la actualidad obras de grandes autores perdidas en el tiempo". Gracias a su empeño, han revivido, entre otras, El camino del tabaco, de Erskine Caldwell; El pretendiente americano, de Mark Twain; Reginald, de Saki; Quince cuentos fantásticos, de Rubén Darío, y Las pequeñas ironías de la vida, de Thomas Hardy. Libros recuperados con bellas ediciones -un mismo diseñador que lee los libros- y, lo más importante, con nuevos traductores.

Fue muy grato descubrir en ese sello Compañeros de viaje, una novela primeriza de Henry James. Con su tema recurrente de norteamericanos en Europa y ya con la agudeza psicológica que lo caracterizaría, pero con una prosa menos barroca, sorprendentemente sobria y fluida, "tocada por la claridad mediterránea", como bien lo dice Jorge Ordaz en el prólogo. Una novela de amor que es también crónica de un viaje por Italia y sus grandes pintores.

Sin carecer de profundidad, es más accesible este Henry James de apenas 27 años. Alguien decía que se puede apreciar mejor el mundo de un escritor en sus obras tempranas, porque la escritura es un striptease al revés: los autores se encubren, no se descubren, y en sus primeros trabajos aún no han aprendido a ocultarse por completo. Aquí resulta cierta esa teoría, que puede ser muy interesante para los admiradores de Henry James en sus novelas más destacadas: La copa dorada, Los papeles de Aspern, Daisy Miller y Washington Square. Para un lector desprevenido -virtudes de los buenos libros, que siempre les hablan a públicos variados- será simplemente una narración vigente que vale la pena seguir.

El narrador y protagonista de Compañeros de viaje, Mr. Brooke, un norteamericano que se ha educado en Alemania, llega a "la inefable Italia". Su primera escala es en Milán y va a visitar la iglesia de Santa María de las Gracias, donde se encuentra La última cena, de Leonardo da Vinci: "Pero nunca he observado ningún cuadro con una emoción igual a aquella que despertó en mí cuando esta gran creación de Leonardo se adueñó lentamente de mi inteligencia desde el trágico crepúsculo de su ruina". Otros viajeros norteamericanos contemplan el cuadro. Mark Evans, un hombre mayor, y Charlotte, su encantadora hija de 22 años. Brooke se siente atraído por ella y lo que sigue es la historia de un triple descubrimiento: Charlotte, Italia y la pintura. De Milán a Roma, pasando por Parma, Verona, Padua y Venecia, Mr. Brooke irá tras sus huellas. Un viaje cultural y sentimental que dista de ser aburrido o erudito. La clave es la pasión. La maravilla de Henry James es su capacidad de borrar las fronteras entre el arte y la vida. Entender el carácter de Charlotte o la idiosincrasia de los italianos llega a ser tan interesante como descubrir el sentido de un cuadro de Tiziano. Todo se relaciona, no hay compartimentos ni jerarquías. Si el arte no sirve para intensificar la vida, no sirve para nada. Y no hay que idealizarlo: "No piense que me tomo su propuesta a la ligera. Pero hemos vivido entre poesía, Mr. Brooke. El matrimonio es dura prosa". La decadente Europa se revitaliza con la mirada extranjera: "Preferiría no volverle a ver en Italia. Es algo que corrompe nuestra querida, buena y vieja verdad americana".