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La absolución

Diecisiete años después de muerto, Gonzalo Arango retorna a su lugar de origen con un homenaje hecho en el mejor estilo del establecimiento contra el que siempre luchó.

1 de noviembre de 1993

SE LE RECUERDA POR SU AGRESIVIdad, por su vocación de destructor de mitos, por su condición de violador de las buenas costumbres, por su tormento interior y sus tormentas poéticas. Autor de provocadores reportajes, poemas y novelas, Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo en Colombia, vuelve a su tierra natal como nadie lo hubiera creído: como el hijo pródigo.
Después de haber gritado y promovido a mansalva el derrumbe de todos los valores preestablecidos de la época, de haber sido el niño irreverente que llevó de la mano a un puñado de jóvenes nadaístas hacia la realización plena de la libertad moral, Arango está a punto de ser recibido en su tierra con un homenaje hecho en el mejor estilo del establecimiento contra el que alguna vez luchó. El próximo 16 de octubre, gracias al empeño de Juan Carlos Vélez, un coterráneo apasionado de los textos de Gonzalo, sus cenizas serán trasladadas de Medellín a Andes en una especie de procesión magnífica que culminará con el recibimiento del señor obispo y una misa solemne. Al homenaje concurrirán también sus compañeros más cercanos: Jotamario Arbeláez, Pablus Gallinazo, Eduardo Escobar, Jaime Jaramillo Escobar y Elmo Valencia; y en él habrá retreta musical, exposición de fotografías y conferencias.
Para muchos, la cosa habría sido un completo escándalo, si no fuera porque los últimos años del poeta nadaísta estuvieron empapados de un profundo misticismo. Sentimiento que había comenzado, incluso antes de lanzarse contra todo lo que fuera orden, pecado y sentencia, cuando Gonzalo Arango era tan mundano como cualquier joven de su época y se expresaba sobre el amor en términos de "practicar la lección de Cristo"; es decir, al margen del pecado, la ambición, la injusticia y el odio. Su idea de la divinidad, aparentemente extinguida durante su período de escéptico radical, volvería a perseguirlo. En una carta inédita, dirigida desde Bogotá a su hermana Amparo, a finales de los años 60, el poeta expresa: "Encuentro que todo lo viviente es irradiación de divinidad, que todo este misterioso universo existe en las fronteras de lo sagrado. No soy tan idiota para negar el milagro". Por supuesto, su religiosidad se acercaba más al panteísmo que al cristianismo, pero era igualmenle válida.
Hoy, cuando el nadaismo está ya sepultado, los habitantes de Andes, alentados por los propios familiares y los amigos del poeta, devuelven a su hijo pródigo a su tierra. Así, quien algún día tuvo por consigna "no dejar una fe intacta ni un ídolo en su sitio", regresa a casa ceremoniosamente. Y con misa solemne.