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La bella Hilary

Con 19 años, Hilary Hahn es una de las grandes violinistas de hoy.

Emilio Sanmiguel
16 de octubre de 2000

El pasado año el mundo empezó a mirar con respeto la figura de la joven violinista norteamericana Hilary Hahn cuando se le midió al estreno absoluto del Concierto para violín y orquesta de Edgar Meyer. Porque se dice que de la mano de Hahn la obra de Meyer se instaló rápidamente en la cadena de los grandes conciertos de la tradición romántica. Y lograr que una obra contemporánea se instale en el repertorio resulta hoy en día casi milagroso. Pero ocurrió.

Diecinueve años tiene Hilary Hahn. Pocos, pero suficientes para haber ya debutado exitosamente con la Filarmónica de Berlín y de Radio Francia, la Sinfónica de la Radio Bávara y, claro, las grandes orquestas de su país: filarmónicas de Cleveland, Filadelfia y Nueva York.

La Sony Classical la ha adoptado como su estrella exclusiva. Con buen tino han decidido no dirigir el prestigio de su joven estrella al más seguro fragmento del mercado: el que devora discos con antologías de obras de alto virtuosismo y bravura, que asegura éxito en las ventas pero suele dejar a los intérpretes en la temible tela de juicio de ‘máquinas de tocar’ y nada más.

Peligro que corría Hilary Hahn por su técnica deslumbrante, su juventud y también por su frágil belleza rubia.

Este disco cierra el círculo que ella abrió cuando estrenó, y grabó, el concierto de Meyer. Porque va justamente al inicio de la ruta de los grandes conciertos de la tradición romántica: el de Beethoven en re mayor, Op. 61. Musicalmente se trata de una obra lo suficientemente compleja como para poner a prueba la inteligencia de cualquier intérprete, y Hahn sale victoriosa de la prueba con su versión deslumbrante de la partitura: toca con decisión, con un sonido penetrante y cristalino y, sobre todo, con vigor y aplomo sorprendentes.

Y, bueno, como de paso hay que mostrar magisterio técnico y dominio del alto virtuosismo, pues ha resuelto tocar las Cadenzas de Fritz Kreisler, que son fragmentos del concierto que, en la tradición del arte de la improvisación, provienen de manos de otros compositores o intérpretes legendarios, y que por lo mismo son apenas accesibles a violinistas con un altísimo nivel de dominio técnico, y que la Hahn resuelve como si tratara de un asunto para niños.

Obviamente, en una obra de estas dimensiones no hay que desconocer el rol que juega en este compacto el trabajo de David Zinman, al frente de la Orquesta Sinfónica de Baltimore, porque se cuidó de no permitir un sonido que hiciera de lado los transparentes ancestros clásicos del original; al fin y al cabo se trata de una obra concebida y estrenada en 1806.

El complemento de la grabación es toda una novedad: la serenata para violín, cuerdas, arpa y percusión de Leonard Bernstein de 1954. En realidad un ‘concierto de violín’ con un complejo trasunto que viene del Symposium de Platón sugerido en cinco temas que se convierten en movimientos programáticos: Phaedrus: Pausanias, Aristophanes, Eryximachus, Agathon y Sócrates: Alcibíades, una obra lo suficientemente compleja como para ser resuelta por una gran intérprete y lo suficientemente norteamericana como para exigir una artista que realmente sienta el estilo de Bernstein. Y este es el caso.