LIBRO
La belleza de los números
Yoko Ogawa es autora de varias novelas y una de las escritoras más leídas en Japón.
Luis Fernando Afanador
20 de septiembre de 2014
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Yoko Ogawa
La fórmula preferida del profesor
Editorial Funambulista, 2013
298 páginas
Tal vez porque tuve un trauma con las matemáticas me atraen las novelas sobre matemáticas. No son muchas, pero hay. Recuerdo una, de Apostolos Dioxadis, El tío Petros y la conjetura Goldbach, reseñada hace varios años en esta columna. Una obra muy interesante que nos acercaba con paciencia y sabiduría a aquel esotérico mundo. Y que, desde luego, tocaba otros temas de interés general: la vocación, la capacidad para imponernos grandes retos en la vida y persistir. Aunque menos intelectual, más complaciente, esta novela de la escritora japonesa Yoko Ogawa, que viene precedida de un gran éxito en su país, tiene mucho en común: busca también despertar en el lector corriente –y acaso traumatizado, como yo– la pasión por las matemáticas.
La historia de La fórmula preferida del profesor es muy sencilla: una empleada doméstica, madre soltera, con un hijo de 10 años, entra a trabajar con un profesor de matemáticas, de 64 años, quien ha sufrido un accidente que le afectó su memoria de una manera muy particular: solo recuerda lo que le ha ocurrido en los últimos 80 minutos. Algo ciertamente divertido: la “asistenta” –sí, debemos resignarnos a una traducción marcadamente peninsular– y su hijo tenían que presentarse todos los días al profesor que se sorprende con su presencia y hace de nuevo las mismas preguntas y ellos, compasivos, vuelven a dar las mismas respuestas. Para compensar su precaria memoria, el profesor pega notas a su vestido para recordar las cosas básicas de la vida y el trabajo, lo cual acentúa su aspecto cómico: “Fracaso del método analítico”; “Hilbert, decimotercer problema”; “Mi memoria solo dura ochenta minutos”; “Nueva asistenta”. La memoria reciente es precaria, no la anterior al accidente ocurrido hace 17 años. Eso significa que el profesor tiene intacta su capacidad matemática y los viejos recuerdos, como su afición al equipo de béisbol de los Tigers y sus glorias pasadas.
De entrada, el profesor le impone a la asistenta una manera de comunicarse en la que el principal referente son los números: “-¿Qué número de pie calzas? Lo primero que me preguntó al decirle que yo era su nueva asistenta no fue mi nombre, sino qué número de pie calzaba. No me saludó, ni de palabra ni con un gesto. Yo, siguiendo la regla de oro de toda asistenta, según la cual no se puede responder con una pregunta, contesté a su pregunta: -El 24. Vaya, es un número muy resuelto, la verdad. Es el factorial de 4”. De ese tenor son los diálogos que le impone el profesor y el reto de su nuevo y difícil trabajo: antes que ella, nueve asistentas han renunciado a ese empleo, según le han informado en la agencia. Ella acepta esas reglas de comunicación –exigentes, dado su nivel educativo- no solo por la claridad y la pasión con que el profesor habla de los números, sino por la forma bondadosa y atenta como trata a su hijo a quien llama Root –raíz cuadrada en inglés- por la forma plana de su coronilla, al igual que el signo matemático. Por cierto, Root es el único que tiene nombre en esta historia.
Justificada narrativamente la interacción de los personajes –no es una situación casual- veremos a la asistenta ir descubriendo los conceptos de los números primos, perfectos, amigos y triangulares, hasta fórmulas más complejas como la ecuación de Euler. Hay momentos en que el profesor consigue explicar las matemáticas con una belleza cercana a la poesía: “Te acercas corriendo a un número pensando que es un número primo, pero es un simple espejismo. Aunque alargas la mano, no agarras más que el aire caliente. Sin embargo, avanzas un paso tras otro, sin desistir. Hasta que ves el oasis de los números primos, rebosante de agua pura, más allá del horizonte…”. Bueno, no todo son matemáticas en esta novela, el profesor y Root también hablarán mucho de béisbol y hasta irán a un estadio a ver a sus amados Tigers.
Pese a cierta intención didáctica y al ritmo moroso de la narración –por momentos se hace larga a pesar de lo breve-, la novela finalmente consigue crear unos personajes conmovedores y creíbles. Lo cual no es poca cosa.