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El libro cuenta cómo la CIA apalancó el éxito del pintor Jackson Pollock. Frances Stonor Saunders es periodista e historiadora inglesa.

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La CIA apoya la cultura

Esta compleja investigación muestra cómo la CIA infiltró la esfera cultural durante la Guerra Fría, para evitar que la moral estadounidense se debilitara.

Luis Fernando Afanador
20 de julio de 2013

La CIA y la guerra fría cultural
Frances Stonor Saunders
Debate, 2013
597 páginas

“La  mejor   manera de hacer propaganda es que no parezca que se está haciendo propaganda”.  La frase es de Richard Crossman y es el epígrafe –perfecto– de esta minuciosa investigación que duró cinco años y que muestra en detalle cómo la CIA infiltró todos los sectores del ámbito cultural durante los años de posguerra. 

Para ponernos en contexto: una vez se terminó la Segunda Guerra Mundial y como ya no existía ‘el enemigo’ de las democracias occidentales con Estados Unidos a la cabeza –ya no había nazis–, estos fueron sustituidos por el comunismo soviético. En ese nuevo orden mundial, conocido como la Guerra Fría, se dio un conflicto que no fue bélico sino ideológico, por eso la importancia que en él tuvieron intelectuales y artistas. 

Con sus congresos de paz, la Unión Soviética cooptaba prestigiosos escritores para su causa mientras mantenía a los propios bajo un férreo sistema de censura y autoritarismo. Estados Unidos no se podía quedar atrás: creó el Congreso por la Libertad Cultural que tuvo sedes en muchos países y apoyó diversas revistas culturales y fundaciones privadas. ¿Quién estaba detrás de esas actividades? Ni más ni menos que la CIA, la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos, durante un periodo que va de 1947 a 1967. 

Esto es lo que demuestra con documentos Frances Stonor Saunders quien, valga la aclaración, no es una antiimperialista trasnochada sino una periodista e historiadora inglesa, colaboradora de medios como The Guardian, New Statesman o Areté, muy conocida por sus trabajos en documentales para la BBC. La CIA y la guerra fría cultural, su primer libro de ensayo, fue publicado inicialmente en 1999 y ha sido traducido con éxito a varios idiomas. Obtuvo el premio Royal Historical Society’s  Gladstone. En español apareció por primera vez en 2001 y celebramos esta nueva edición de la que para Edward Said es “una obra fundamental de investigación”.

Uno de los hechos curiosos –por decir lo menos– que relata este libro es cómo la CIA apalancó el éxito del expresionismo abstracto de Jackson Pollock. Un arte que al régimen comunista le parecía degenerado lo mismo que también a los congresistas norteamericanos y a Tom Braden, un alto jerarca de la CIA.  George Dondero, senador republicano de Missouri, creía que el arte moderno formaba parte de una conspiración mundial para debilitar la moral estadounidense. Por tal razón su difusión se hizo de manera encubierta, porque  si se habría sometido a votación no hubiera sido aprobada.  

La ‘sublime paradoja’ de la estrategia nortewamericana durante la guerra fría cultural: para promover el arte que era expresión de la democracia, había que pasar por encima de los procesos democráticos. Toda una novela de espionaje –y del absurdo– de no ficción. 

Dice el crítico de arte Philip Dodd: “Siguiendo esta línea, puede existir un argumento perverso según el cual la CIA fue el mejor crítico de arte en Estados Unidos durante los cincuenta, porque comprendieron obras que en realidad les deberían haber resultado antipáticas –realizadas por izquierdistas, procedentes del surrealismo europeo- y comprendieron el poder potencial de ese tipo de arte y se hicieron con él. No podemos decir lo mismo de muchos críticos de arte de la época”. Lo cierto es que, como lo demuestra Stonor, hay pruebas incontrovertibles de que la CIA fue un componente activo en la maquinaria que promovió el expresionismo abstracto.  

A la distancia resulta inverosímil descubrir tanto interés de la CIA, una agencia implicada en atentados, golpes de Estado y demás actividades ilegales, en estos asuntos culturales. Lo cierto es que la CIA abandonó esa conspiración de dirigismo cultural porque fue descubierta y denunciada por la prensa. No por otra razón. 

Por eso, después de leer esta minuciosa investigación –por momentos, demasiado prolija– a uno le queda la impresión de que lo volvería a hacer. Pero eso no va a pasar por razones éticas sino de coyuntura: el comunismo cayó y la actividad cultural y el debate ideológico en el mundo de ahora se han vuelto inocuos, reducidos al entretenimiento.