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Eduardo Caballero Calderón (6 de marzo de 1910 - 3 de abril de 1993). El Año Caballero forma parte del programa de recuperación de memoria literaria de la Biblioteca Nacional

ANIVERSARIO

La claridad de la prosa

Hoy, 6 de marzo, se cumplen cien años del nacimiento de uno de los escritores capitales del siglo XX colombiano: Eduardo Caballero Calderón. Para celebrarlo, la Biblioteca Nacional inaugura este mes una exposición sobre su vida y obra. Su hijo, el también escritor Antonio Caballero, hace una semblanza sobre su padre para SEMANA.

27 de febrero de 2010

Cuando yo empecé a querer escribir, a los trece o catorce años, me dijo Eduardo Caballero Calderón, que era mi padre:

-La prosa debe tener un ritmo.

Y tal vez ese consejo define la suya propia, limpia y sonora, rica y precisa y libre de hojarasca. Con un ritmo externo -la musiquita, digamos: el compás- acordado a un ritmo interno, que es la coherencia intelectual y del espíritu. Y literariamente lo define también a él mismo: un prosista. Nunca quiso ser un poeta, en esta "tierra de poetas" que es Colombia; sino un sobrio escritor en prosa. Y sus grandes admiraciones en el campo de la literatura fueron también hacia prosistas: Santa Teresa de Ávila, Cervantes -sobre quien publicó varios ensayos-, Marcel Proust -a quien tradujo-, la prosa llana en que están transcritos al castellano los Evangelios (o lo estaban antes de los "aggiornamentos" del último Concilio), y Bolívar. ¿Qué tiene que ver el Proust laberíntico y volcado sobre sí mismo con la contundencia escueta de las proclamas o las cartas del Libertador? Tienen en común la claridad de la prosa.

Ser un prosista tiene sus peligros. El más grave es el de convertirse en eso que se llama, con tono de condena condescendiente, un estilista. Uno que escribe ostentosamente en el vacío, haciendo cabriolas, ensordecido por el ruido de su propia retórica, y cae -si los tiempos lo permiten- en la insulsez preciosista del "poema en prosa": puro amaneramiento. Pero el estilo no es la envoltura, sino la estructura ósea que sostiene el pensamiento de un autor: de un novelista o de un filósofo, de un historiador o de un poeta. Y también, claro, de un periodista cuando aspira a ser algo más que un simple informador. La prosa de un escritor, para no ser meramente prosaica, debe tener un ritmo. Y para no ser sólo hueca debe tener un contenido. Aquí cabe citar otro consejo paterno, esta vez del padre de Eduardo Caballero Calderón a su hijo cuando éste, a los doce o trece años, empezaba a escribir. Lo menciona en una página de sus Memorias infantiles:

- Recuerda que cuando no se escribe para decir algo no vale la pena escribir.

Eduardo Caballero Calderón escribió mucho. Por vocación, para decir cosas, y también por obligación: de eso vivía. Y ocasionalmente de eso se quejaba, diciendo que escribir a la fuerza para los periódicos es muchas veces "como orinar sin ganas". Escribió una docena de novelas, de las cuales algunas -El Cristo de espaldas, Siervo sin tierra, Manuel Pacho, El buen salvaje- fueron hitos en la literatura colombiana del siglo XX, y hoy son de lectura obligatoria en los colegios: dudoso honor que por lo general hace que un autor sea odiado por los alumnos. Escribió otros tantos libros de ensayo. Políticos algunos de ellos -Suramérica, tierra del hombre, Cartas colombianas, Historia privada de los colombianos, Americanos y europeos-, estrictamente literarios uno o dos -Breviario del Quijote-; y varios que habría que llamar ensayos sentimentales: Ancha en Castilla, un libro de viajes y reflexiones por España, y los tres libros dedicados a la casona de hacienda de sus antepasados, Tipacoque, en Boyacá: Tipacoque, Diario de Tipacoque, y Yo, el alcalde. Y las ya mencionadas Memorias infantiles, que no sólo es su obra más personal, como es lógico, sino también -en mi opinión- la mejor de todas.

A eso hay que agregar millares y millares de artículos de prensa. Para revistas literarias, empezando por la revista de colegio que fundó a los dieciséis años en el Gimnasio Moderno. Para la radio: Onda libre en los años cuarenta, que fundó con José Mar y los hermanos Zalamea Borda; la emisora HJCK en los años cincuenta, con Álvaro Castaño Castillo; el radio periódico "Contrapunto", en los sesenta con su hermano Lucas ('Klim') y Jaime Soto. Para los periódicos, principalmente El Espectador, luego El Tiempo, y por último El Espectador otra vez, tras el rifirrafe de 'Klim' con los dueños de El Tiempo por cuenta del entonces presidente Alfonso López Michelsen. Notas y artículos de toda índole, literarios y políticos, sobre la educación o sobre el campo, sobre las elecciones o sobre la destrucción del paisaje. O, cuando de verdad se le acababan los temas y tenía que orinar a la fuerza, sobre la carretera central del Norte: la que lleva a Tipacoque, que duró toda su vida, desde que se empezó a construir en el año de 1910 en que él mismo nació, medio deshecha y sin acabar. (Y así sigue). Millares de artículos defendiendo, como en sus novelas, a los humillados y ofendidos, los malditos de la tierra; o defendiendo, como en sus ensayos, sus ideas políticas y sociales, desde el gaitanismo de su juventud hasta el desencantado escepticismo de su vejez: un idealismo liberal que sentía amenazado primero por los autoritarismos -en tiempos de la dictadura conservadora de Laureano Gómez y de la militar de Rojas Pinilla- y luego por la creciente corrupción de la política.

Se ha descrito a Caballero Calderón como un escritor costumbrista. Lo es, como lo son todos. Y el suyo es un costumbrismo intemporal, en este país de historia detenida: las costumbres que describe son las de la violencia y la política. Su novela El Cristo de espaldas se abre con la escena de una mula que se espanta ante una lucecita fatua que zigzaguea en un barranco del páramo. Y sigue un diálogo:

­"-¿Hay venado en estas montañas?

-¿Venado? Eso que vio pasar la mula fue un difunto. Aquí en la boca del monte han despachado para el otro toldo a mucha gente".

Costumbrismo. El episodio podría figurar en cualquier periódico con fecha de hoy, o de hace cien años, que son los que se cumplen del nacimiento de Caballero Calderón. Otra de sus novelas, Siervo sin tierra, narra la tragedia de los campesinos despojados de la tierra. Costumbrismo puro: podría estar hablando de cualquier momento de la historia inmóvil de Colombia. Nombrado fugazmente registrador a finales de los años cuarenta, cuando arreciaba la violencia política que caía desde arriba, Caballero Calderón renunció al cargo al cabo de unos meses denunciando que las elecciones que se avecinaban iban a ser "una farsa sangrienta". Lo fueron. Siguen siéndolo ahora. Costumbrismo. Son las costumbres de la tierra.

Hablé al principio de coherencia intelectual. Rondando los ochenta años, y hastiado de tener que escribir exactamente lo mismo todos los días, papá decidió parar. Me dijo:

-Me doy cuenta de que estoy empezando a decir pendejadas.