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La comunidad

La pesadilla de una mujer que descubre su mala suerte al hallar 300 millones de pesetas.

Ricardo Silva Romero
22 de abril de 2002

Director: Alex de la Iglesia Protagonistas: Carmen Maura, Eduardo Antuña, Jesus Bonilla, Paca Gabaldon, Sancho Gracia

El cine de Alex de la Iglesia ofende. Si no fuera así, si no hiriera sensibilidades, no sería interesante. Sus historias, Acción mutante y Perdita Durango entre ellas, se inspiran en las tiras cómicas y las mediocres películas de serie B y suelen ser rechazadas por la gente de más de 50 años y aplaudidas por los universitarios que presumen de su humor negro y desprecian, con la frente en alto, los relatos de buenos sentimientos. Sea como fuere, hace dos años, con el estreno de La comunidad, De la Iglesia confirmó que su estilo —la irreverencia, las arriesgadas ideas visuales, el suspenso desenfrenado— había sido asimilado por el público: la producción abrió el Festival de San Sebastián, recibió tres de los 15 premios Goya para los que estaba nominada y recaudó más de 1.000 millones de pesetas en toda España.

La comunidad es la pesadilla de Julia, una vendedora de apartamentos que encuentra 300 millones de pesetas en el de un anciano que ha muerto y de un momento para otro, por cuenta del hallazgo, se descubre dentro de una trama macabra protagonizada por los diabólicos vecinos de ese cadáver en descomposición. Desde los títulos del comienzo, que parecen sacados de alguna película de Hitchcock, De la Iglesia confiesa que quiere hacer reír y matar del susto. Algo parecido a lo que pretendía cuando presentó, en 1995, la desconcertante El día de la bestia. La sensación, ahora, no es muy diferente: puede que se trate de una gran película, puede que no. Su cinismo la protege y hace imposible la identificación con su drama. Porque si el drama pierde sentido, ¿qué importa?, y si sus personajes sufren, ¿no es muy divertido?

Ver La comunidad y ofenderse con su humor negro es ridículo y preocupante. Primero habría que disfrutar a ese vecino que se cree Darth Vader, a ese niño gordo que parece un teletubbie, a aquel cubano sin acento. Lo que puede lamentarse, si es el caso, es que algunos chistes no funcionen y otros lo hagan a destiempo: porque el humor, se sabe, es un arte que puede fallar en cualquier momento. Woody Allen lo comparaba con la poesía: el tono equivocado en el momento preciso, una palabra de más en una frase que tendría que haber sido corta, un gesto de satisfacción después de un logro, pueden llevar la obra al fracaso. Eso ocurre con La comunidad: el poema sin duda vale la pena, pero tiene algunos versos cojos.

Así que Alex de la Iglesia ofende, pero esa es su marca de estilo. Y hace muy buenos chistes, pero, porque no puede parar, no todos funcionan y el suspenso que busca pierde efecto. Pronto, con el estreno de 800 balas, su marmitako western, una farsa sobre vaqueros de mentiras que se filmará en Almería y será una parodia del cine de Sergio Leone, confirmaremos de nuevo nuestras sospechas: he aquí otro director que divierte, asusta y no se atreve, del todo, a ser humano.