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Catalina Ramírez Vallejo, actual secretaria de Culltura de Bogotá

REPORTAJE

La contrarreforma

En agosto se presentará el proyecto para crear un nuevo Instituto de las Artes de Bogotá, pero mientras tanto la cultura en la ciudad lleva ya casi dos años en construcción.

6 de junio de 2009

Tuvieron que pasar tres administraciones para que el Concejo de Bogotá, en 2006, por fin aprobara una reforma necesaria para los destinos de la cultura de la ciudad. Quienes trabajaron en la segunda administración de Antanas Mockus recuerdan cómo el alcalde, en el año 2000, entró en su despacho y rompió a llorar después de que le fuera negada la reforma que buscaba convertir el Instituto Distrital de Cultura y Turismo en Secretaría de Cultura. Esas lágrimas, sin embargo, encontraron alivio cuando el alcalde Luis Eduardo Garzón, cinco años más tarde, pudo ganar la pelea burocrática en el Concejo y conseguir, después de presentar el proyecto dos veces, el estatus de Secretaría para un Instituto que, a todas luces, se estaba quedando pequeño para las artes en la ciudad.

En 2006, Marta Senn, entonces directora del Instituto, conformó un grupo de estudio sobre lo que haría esa nueva secretaría. Senn reunió un grupo de expertos en cabeza de Víctor Manuel Rodríguez, y se decidió que la nueva Secretaría de Cultura se encargaría de dictar las políticas culturales para la ciudad y dejaría en manos de entidades adscritas la responsabilidad de ejecutar los recursos que hasta entonces gastaba el propio Instituto. Hasta ese momento todo parecía una excelente idea, y muchos se ilusionaron con que la cultura, por fin, iba a estar a la altura de temas tan trascendentes para la ciudad como la educación y la salud.

El tiempo apremiaba. Lucho Garzón cumplía su período en diciembre de 2007 y su administración debía ejecutar y cumplir las reestructuraciones planeadas, entre ellas, las de la cultura. Quizás en ese momento, como ocurre en muchas ocasiones en las entidades públicas que están a punto de entregar resultados, se tomaron las decisiones equivocadas. Decisiones que hoy, casi dos años después, tienen a la actual Secretaría de Cultura, en cabeza de Catalina Ramírez Vallejo, aún tratando de implementar la reforma y proyectando un Instituto de las Artes, plan que se presentará ante el Concejo distrital en agosto próximo.

Volviendo a 2006, se decidió que desaparecerían las gerencias dedicadas a las artes que funcionaban con el Instituto. El problema era a quién entregarle el manejo de esos recursos. Así que la administración de Marta Senn, según ella misma le dijo a SEMANA, se inclinó por buscar dentro de las entidades distritales quién podría asumir la operación y la ejecución de los programas de la Secretaría. Así aparecieron la Orquesta Filarmónica, en la que se depositaron los destinos de la artes escénicas y musicales, además de la administración del teatro Jorge Eliécer Gaitán; la Corporación La Candelaria, hoy Instituto Distrital de Patrimonio; Canal Capital; el Instituto de Recreación y Deporte, y, quizá la más cuestionada y la 'piedra en el zapato', como la llaman muchos: la Fundación Gilberto Alzate Avendaño, encargada desde entonces de las artes plásticas y la literatura, dos de los programas clave que le han dado brillo a las administraciones en el tema cultural en Bogotá.

Quienes conocen la historia de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño dicen que esa casa en el barrio La Candelaria, que lleva el nombre del líder conservador, siempre fue una entidad privada que, gracias a los oficios y las buenas relaciones de su actual directora, Ana María Alzate, se convirtió en los años 90, y por decreto, en una entidad pública. Esto era comprensible, pues la financiación de un bien que podía acreditar una historia cultural en la ciudad, era, si se quiere, un problema público. Sin embargo, esa casa, de la noche a la mañana, amaneció convertida en un poderoso órgano ejecutor, cuyo presupuesto es de 10.000 millones de pesos anuales: 7.500 para programas y 2.500 para su funcionamiento. El presupuesto de la Secretaría de Cultura, para el presente cuatrienio, es de 800.000 millones de pesos, y de esa cifra, el 65 por ciento es para Recreación y Deporte.

En ese momento comenzó el temblor. Artistas y expertos protestaron por lo que consideraron un despropósito: ¿qué credenciales podía mostrar la Alzate Avendaño que hicieran pensar que se podía convertir en la encargada de ejecutar los presupuestos para la plástica y la literatura? En un artículo publicado en la revista Arcadia (de Publicaciones Semana) se consignó el debate. Artistas como Antonio Caro, Lucas Ospina, Luisa Ungar y el ex gerente de artes plásticas Jaime Cerón, protestaron por la medida y por el nombramiento de una ex cuñada de Alzate, al frente de la Galería Santa Fe, el principal espacio distrital para la muestra de artes plásticas en Bogotá. En dicho artículo, la actual secretaria de Cultura, Catalina Ramírez, adelantaba que las funciones de la Gilberto Alzate volverían a ser las de antes de la reforma, con la creación del nuevo Instituto de las Artes.

Así que muchos respiraron. Sin embargo, un año y medio después, varias fuentes consultadas por SEMANA concluyen que la gestión de Alzate ha sido la de manejar una entidad pública con una lógica privada. Prueba de ello es la publicación de un aviso el pasado 3 de junio, en el diario El Tiempo, promoviendo el conversatorio 'Gabo político', en el que el logo de la Fundación Gilberto Alzate Avendaño aparece en primer plano y los de la Alcaldía y la Secretaría, en un tamaño pequeño, como si se tratara de dos patrocinadores de la Fundación. Al respecto, Catalina Ramírez, sentada en su despacho del centro de Bogotá, le dijo a SEMANA que si bien era cierto que "aún hacía falta ajustar asuntos con la Alzate", veía a la directora con una mayor disposición para comprender la necesidad de crear un Instituto de las Artes.

Ese Instituto lleva un año y medio planeándose y tampoco ha escapado de las críticas. Jaime Cerón dice al respecto: "Pues ese instituto es lo que se negoció con el sector cultural de la ciudad, durante la administración Garzón, para plantear que el Idct se convirtiera en Secretaría de Cultura y que fuera reemplazado por una entidad llamada Instituto de las Artes. Esto no ocurrió y terminó asumiendo las funciones de esa entidad no creada la Alzate Avendaño. Me parece que podría ser una oportunidad para la gestión cultural del Distrito si reemplazara a Alzate en sus actuales funciones". Para Marta Senn, según un texto enviado a SEMANA, se corre el riesgo de que el Instituto se convierta en un gigante burocrático que desmontará la idea de crear entidades separadas para que ejecutaran libremente presupuestos. "Fusionarlos en uno solo ¡qué pesadez y lentitud en las ejecuciones a causa del gigantismo! y seguir adelante con un solo Instituto Distrital para las Artes conservando las otras dos entidades culturales, ¡qué gran conflicto de competencias y crecimiento burocrático innecesario!". Y agregó, de manera telefónica, desde Medellín, que con la reforma actual no habría sino que renombrar la Alzate como Instituto de Literatura y Artes; la filarmónica, como Instituto de Artes escénicas y música, pues, a su parecer, "lo que no se nombra, no existe".

Aunque por ahora Catalina Ramírez prefiere no adelantar nada, dice que el Instituto es una realidad, siempre y cuando pase el proyecto en el Concejo de Bogotá. Lo que se busca es recuperar el control de las convocatorias y los programas regados en cinco entidades adscritas y crear una suerte de gerencias -como en tiempos del Idct- que ejecuten pero con el ojo avizor de la Secretaría encima. Y lo que buscan, aunque no lo digan, es devolverles la confianza a los diversos actores de la cultura en la ciudad que, para el caso de las artes y la literatura, sienten que su destino quedó a la deriva. Una deriva que ha producido traspiés como el Festival VivAmérica, de asistencia exigua y que repite este año; la ampliación de los plazos casi sistemática de las convocatorias de literatura y artes; la no publicación de los Premios Distritales de Literatura y del Juan de Castellanos, y, según dicen, una nula interlocución entre el gremio de los artistas plásticos y los escritores con la Fundación Gilberto Alzate Avendaño que, por ahora, seguirá ejecutando presupuestos públicos con la concepción de una empresa privada. n