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HOMENAJE

La dualidad de un corsario

Este año se conmemoran 30 años de la muerte del director de cine Pier Paolo Pasolini, uno de los más polémicos en la historia del séptimo arte.

12 de febrero de 2006

Todos estamos en peligro", dijo Pasolini en una entrevista. Horas más tarde, en la madrugada del 31 de octubre de 1975, en un descampado anodino cerca del puerto de Ostia, escenario de su película Las mil y una noches, Pasolini encontró la muerte acuchillado por un joven de 17 años; tiempo después de haber escrito "no hay plan de un verdugo que no sea sugerido por la mirada de la víctima". ¿Fue su muerte el resultado de un pulso sexual? ¿Un accidente enrevesado? ¿Una muerte furtiva? ¿Algo orquestado? ¿Es cierta la hipótesis de una muerte política? Existen muchas teorías de cómo y por qué murió, pero todas estas muertes llevan a un mismo sitio: el nacimiento de un mito, Pier Paolo Pasolini. Para conmemorar el trigésimo aniversario de su muerte se han realizado diversos homenajes alrededor del mundo. Comenzando por el patio del edificio en el barrio obrero en el que vivió en Monteverde, Roma, pero también en galerías y universidades italianas; homenajes fuera de Italia, como la de Pinakothek der Moderne en Munich y la del Círculo de Bellas Artes de Madrid; Australia, donde todavía se recuerda cómo su película Salò y los 120 días de Sodoma causó un revuelo político al ser censurada; Nueva Zelanda, en el Moving Image Center; Estados Unidos y Canadá. El tiempo ha retratado a Pasolini como a un director que escribía y encubierto el lado más veraz, el de un literato que dirigía; un poeta multidisciplinario; una mente inquieta; alguien que nunca dijo, ni a sus camaradas ni a sus enemigos, lo que esperaban oír; un pensador que nunca guardó silencio. Tocó casi todas las expresiones artísticas y criticó a casi todos los frentes políticos e institucionales de Italia intentando explicar el cataclismo de su época. Combatió el fascismo, aunque era hijo de un teniente de infantería con actitud de fascista intransigente. Atacó al papa Pío XII al mismo tiempo que defendía la coexistencia del catolicismo y el comunismo, partido que le expulsó de sus filas por "actos indecentes en público" y partido al que también pertenecían su hermano y los asesinos de éste. Defendió la libertad de pensamiento y escribió artículos oponiéndose al aborto. Decía no sentirse atraído por la violencia en sí para terminar afirmando "mi violencia es muy idílica: se trata, en cualquier caso, de una violencia única y exclusivamente intelectual". Tiene muchos y grandes defensores de su obra cinematográfica. Sin embargo, muchos de ellos admiten no ser capaces de ver enteras algunas de sus películas como Salò o los 120 días de Sodoma. Fue el mentor de Bernardo Bertolucci, a quien escribió A un muchacho, uno de sus poemas más conocidos (Ah, lo que tú quieres saber, jovencito,/ quedará como no preguntado, se perderá sin ser dicho.) Se declaraba admirador de Murnau, Buster Keaton, Bergman, Renoir y Fellini, pero, por encima de todos, sus dos grandes amores fueron su madre y el actor Ninetto Davoli, protagonista de Pajaritos y pajarracos y El Decamerón, entre otras películas. Detestaba a Einstein y adoraba a su gran amiga María Callas. Toda su obra nace de los apuntes emborronados que llenaban miles de páginas de cuadernillos y en su algarabía creadora mezcló como nadie el descaro y la falta de prejuicios. En Estados Unidos se le ha calificado de "artista meramente europeo", por supuesto en tono de reproche. Aunque su lado artístico no se puede desprender del contexto de su Italia, una Italia que vivía tiempos convulsos en la que emergían las contradicciones políticas características de la posguerra, Pasolini era un artista internacional. Un pensador que exteriorizó fantasmas universales como su esperanza o su desesperanza en la raza humana, la religión, la muerte o la sexualidad, en heterogéneos registros artísticos. Al mismo tiempo en el que era universal, él se sentía un hombre del subsuelo: "Cuando le digo que tengo la mentalidad de un animal herido, expulsado de la manada, no miento". Será por eso que se reinventó una y otra vez a sí mismo, desprendiéndose de su estilo primitivo del comienzo y consiguiendo inventar su propio lenguaje desgarrado y docto, enseñando sus visiones tan atroces como sublimes, o expresándose de manera tan enigmática como descarada. "En tanto yo no esté muerto, nadie será capaz de reclamar que realmente me ha conocido". Es posible que ahora que está muerto aparezca tal como era, despojado de todos los disfraces de sus metamorfosis, como un artista al desnudo, como se enseña en dos fotos en blanco y negro: el primer retrato de Pasolini cuando tenía cinco meses (1922), y el último, tomado pocos días antes de morir, a los 53 (1975), porque vulnerable y desafiante se mostraba ante la mirada de los otros. Viendo cualquiera de las muestras alrededor del mundo o visitando una de las miles de páginas de Internet dedicadas al artista (la mejor es www.pasolini.net), parecería que Pasolini no está muerto, sino más vivo que nunca y se podría llegar a decir que se alcanzan a escuchar las palabras en boca del artista: "Yo sólo soy una desesperada vitalidad", una vitalidad que enseña sin pudor una de las mentes más claras e irreverentes del siglo XX.