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La gran tribu colombiana

'Mucho Indio', el nuevo proyecto del guitarrista Teto Ocampo, recrea melodías indígenas desde la electrónica. Habrá antropólogos furiosos.

Juan Carlos Garay
3 de diciembre de 2011

No son muchas las aproximaciones que desde la discografía colombiana se han dado a la música de nuestras tribus indígenas. Alguna vez Antonio Arnedo hizo una versión jazz de una melodía waunana y la cantante Liliana Montes grabó dos cantos de los embera: en suma, algo así como seis minutos en los últimos quince años.

Por eso es bienvenida la aparición del nuevo proyecto del músico Teto Ocampo, no sin ironía llamado Mucho Indio. Absorto desde hace tiempo en rezos y ritos de sus amigos indígenas, el que fue guitarrista de La Provincia en los tres primeros discos de Carlos Vives reflexiona: "Decir 'Mucho Indio' tiene que sonar cada vez menos a insulto y cada vez más a gran espíritu".

El resultado de esta inmersión son once melodías sacadas de las culturas nasa, arhuaco, cubeo y muinane. Teto Ocampo fue recopilándolas a lo largo de varios años y luego las transformó en piezas más cercanas a la electrónica: no se encuentran en su estado puro y por eso quizá este disco llegue a escandalizar a algunos antropólogos. Pero no se puede negar un sentido reverencial (un disco así jamás será comercial) que enmarca a Mucho Indio dentro de la misma corriente suramericana de rescate étnico en que se encuentra, por ejemplo, el proyecto Inka Beats del peruano Miki González.

El desaparecido maestro Guillermo Abadía Morales escribió en su Compendio general del folklore colombiano que "para nuestros indios, la música representa una vivencia trascendental y ellos la toman como sus demás formas de arte, a modo de práctica religiosa". Cualquier experimento de este tipo requiere gran delicadeza, porque no nos estamos enfrentando a músicas para el entretenimiento, sino a manifestaciones sagradas.

Ocampo refuerza la idea al definir su disco como "una vertiente diferente de escalas y armonías que generan un viaje cósmico impresionante". El viaje, en este caso, dura 50 minutos: mucho más que lo que se grabó en los últimos tres lustros y, aun así, apenas un asomo a un universo descomunal. Una gota en un mar.